Ya no volveremos a ver esta imagen de la catedral de Notre Dame, que el arquitecto Juan Carlos Prieto, director de la Fundación Santa María la Real, dibujaba ayer, mientras la catedral era devorada literalmente por las llamas. Las nuevas tecnologías y las redes sociales nos han permitido ver en directo cómo uno de los símbolos de París quedaba reducido a cenizas y, con él, como bien explica el historiador Jaime Nuño en este artículo, parte de nuestra historia, de nuestra memoria colectiva. Lo acontecido ayer en París, la imagen de la aguja de Viollet – le – Duc cayendo consumida por el fuego repetida hasta la saciedad, debe hacernos reflexionar, ¿cuántas veces antes nos hemos preocupado por conocer su historia? ¿cuántos monumentos corren el mismo riesgo? ¿cuánto patrimonio abandonado o casi a la vuelta de la esquina? Hoy todos somos París, hoy todos nos identificamos con Notre Dame y con el sentimiento de dolor, ¡ojalá su eco resuene largo tiempo y remueva conciencias para evitar que vuelva a suceder!

Canal Patrimonio_Jaime Nuño González

 

 

Mientras escribo esto, se quema Notre-Dame de París, la Catedral por excelencia. Una vez más la Historia reducida a cenizas. Las televisiones están hablando de los turistas que recibe anualmente –cifras vertiginosas–, de la admiración que despierta, del icono de París, pero Notre-Dame es mucho más que eso: es Europa entera. Empezada a construir en 1163, cuando la plena Edad Media estaba configurando el concepto de lo europeo, oficialmente se supone que se terminó de construir a mediados del XIV, doscientos años de intensos trabajos que dieron lugar a uno de los edificios más hermosos del mundo. Pero Notre-Dame no se quedó ahí: fue compleja obra de ingeniería que posibilitó la increíble estilización de la arquitectura, fue alarde de maestros vidrieros que, especialmente a través de sus grandes rosetones, los más grandes que se conocen, supieron trasladar la imaginada luz celestial a la tierra, fue espacio para el rezo personal y para la glorificación de Dios y de algunos hombres, como Napoleón Bonaparte, que fue coronado aquí emperador en 1804.

 

Notre-Dame ha sido también escenario de las convulsiones de Europa y de la evolución de las sociedades. Sobe ella se cebaron los revolucionarios franceses que, queriendo borrar un pasado feudal, destruyeron buena parte de sus esculturas, pero fue también la joya que, a mediados del XIX, quiso proyectar la historia y la imagen poderosa de una gran Francia que se miraba en su pasado. Fue entonces cuando el prestigioso arquitecto Violle-le-Duc asumió la restauración –hay quien dice que excesiva– del conjunto, desarrollando una tarea tan cuidadosa y hábil que creó escuela en todo el mundo. Viollet, gran conocedor de la Edad Media, reconstruyó la escultura perdida, añadiendo nuevos grupos que, en el fondo son un guiño a su tiempo y, por tanto, parte también esencial de la larga historia de la catedral. En la flecha del crucero, donde se ha iniciado el incendio, este sabio arquitecto colocó estatuas de los doce apóstoles, todos mirando hacia la ciudad, salvo uno, Tomás, patrón del gremio de la arquitectura, que en realidad es un retrato de Viollet y que ajeno las cosas del mundo, mira hacia arriba, observando su obra.

Notre-Dame se reconstruirá, no cabe duda y comenzará una vez más otra etapa de su historia, pero la vieja, la de tantos siglos, será cenizas, como los huesos de todos sus creadores.