Localizada en una ladera, la cueva cántabra de Covalanas muestra en una veintena de pinturas rupestres la técnica de una “escuela” de artistas que habitaron en el norte peninsular hace miles de años, y que también usaron en algunas de sus representaciones los moradores de Altamira.

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Covalanas, Cantabria

El “tamponado” de puntos es ese método empleado en la Prehistoria para dibujar figuras, que se puede contemplar en numerosas cavidades del norte de España y que los expertos reconocen como “un auténtico arte”. Situada en el Monte Pando de Ramales de la Victoria (Cantabria), Covalanas supone el ejemplo más representativo de ese estilo originario del Paleolítico, que se extendió desde el centro-oriente de Asturias hasta el occidente del País Vasco, explica el conservador y especialista en arte prehistórico, Raúl Gutiérrez.

¿Cómo pintaban nuestros ancestros paleolíticos?

Este enclave, Patrimonio de la Humanidad, es conocido como “la cueva de las ciervas rojas“, porque en su interior predominan los testimonios gráficos sobre este animal, además de conservarse dibujos de un caballo, un uro, un ciervo y algunos signos enigmáticos. Los trazos de las figuras mediante contornos punteados guardan la frescura original de la tonalidad rojiza creada tras mezclar agua con óxido de hierro, previamente pulverizado. A continuación los artistas utilizaban sus dedos o las manos para impregnar las rocas, aunque también se ayudaban de tampones fabricados con huesos o con pequeños palos cubiertos de cuero.

En la oscuridad, ahogada por lámparas de tuétano -cuyo humo incoloro no ensuciaba las paredes-, los artistas del Paleolítico jugaban con las formas que presentan las rocas para dotar de volumen a las figuras. En la mayoría de los casos las siluetas de los cérvidos están compuestas por cabeza, cuello, lomo, nalga y vientre e introducen detalles como un ojo, las orejas, las patas o la cola, mientras que en otras ocasiones el animal únicamente se representa con una línea cérvico-dorsal.

El porqué de estas expresiones inacabadas se desconoce. De hecho, en opinión de Raúl Gutiérrez, a día de hoy existen “más preguntas que respuestas” sobre la intencionalidad de las representaciones o la ubicación de las pinturas en sitios recónditos de las propias grutas.

Pese a que las pinturas no se pueden datar de forma exacta porque no se plasmaron utilizando componentes de carbón vegetal, los expertos las ubican a finales del periodo Gravetiense o principios del Solutrense, es decir, en torno a 22.000 años de antigüedad. Tras el reconocimiento de la autenticidad de las pinturas de Altamira, los historiadores Hermilio Alcalde del Río y Lorenzo Sierra descubrieron en 1903 Covalanas. Y así la “cueva de las ciervas rojas” se convirtió en el segundo yacimiento documentado con pinturas rupestres en Cantabria.

Covalanas, Cantabria

Otras grutas próximas

A sus pies se encuentra la cavidad de El Mirón, que carece de expresiones artísticas pero donde se han encontrado restos de ocupación del Paleolítico superior e incluso de épocas anteriores, por lo que se cree que era el hábitat de los hombres que pintaron Covalanas, a modo de “santuario”. La cueva tiene dos galerías con una única entrada. La conocida como “Galería de la música” no dispone de testimonios artísticos ni rastros de ocupación y su nombre procede de los conciertos que en los años 80 se organizaron en su interior. Mientras, la otra gruta de reducida dimensiones, con suelo rebajado y alisado para facilitar el acceso a los visitantes, aglutina la totalidad de las pinturas rupestres, que emergen de las paredes tras recorrer unos 65 metros hacia el interior.

Las visitas a Covalanas son guiadas, con una duración aproximada de 45 minutos y aptas a todos los públicos, pero por razones de conservación existe un cupo máximo de siete u ocho personas por sesión al día.  EFE_Miguel Ramos

IMÁGENES: Localizada en una ladera, la cueva cántabra de Covalanas muestra en una veintena de pinturas rupestres la técnica de una “escuela” de artistas que habitaron en el norte peninsular hace miles de años, y que también usaron en algunas de sus representaciones los moradores de Altamira. EFE