Si se buscara una respuesta sencilla a la diferencia entre un parque y un jardín, cabría decir que el primero puede atravesarse, entrando por una puerta y saliendo por otra, mientras al segundo se entra y se sale por la misma puerta.

Canal Patrimonio_Miguel Sobrino

 

Palacio de Cogolludo (Guadalajara), el primero construido en estilo renacentista fuera de Italia. La acuarela representa el estado ideal del edificio y sus jardines según la documentación; las excavaciones de los últimos años han confirmado gran parte de los elementos que se muestran en esta imagen, además de rescatar algunas de las esculturas antiguas que lo adornaban.

El jardín es un reducto, un enclave donde proyectar la cultura y la fantasía de quien lo promueve. En los parques se juega, se pasea, últimamente se hace deporte; en los jardines han venido a refugiarse tradicionalmente la poesía y la filosofía, desde aquel que congregaba a los seguidores de Epicuro al de San Silvestro, reducto romano donde se reunían Miguel Ángel y Vittoria Colonna con un selecto grupo de intelectuales y artistas. En un parque, las esculturas suelen ser efigies de personajes notables o alegorías patrióticas; en un jardín, las imágenes sirven para ampliar las resonancias que la propia naturaleza ordenada estimula, buscando más el efecto en los sentimientos que la significación aleccionadora.El jardín es un reducto, un enclave donde proyectar la cultura y la fantasía de quien lo promueve. En los parques se juega, se pasea, últimamente se hace deporte; en los jardines han venido a refugiarse tradicionalmente la poesía y la filosofía, desde aquel que congregaba a los seguidores de Epicuro al de San Silvestro, reducto romano donde se reunían Miguel Ángel y Vittoria Colonna con un selecto grupo de intelectuales y artistas. En un parque, las esculturas suelen ser efigies de personajes notables o alegorías patrióticas; en un jardín, las imágenes sirven para ampliar las resonancias que la propia naturaleza ordenada estimula, buscando más el efecto en los sentimientos que la significación aleccionadora.

En Madrid, el Retiro es un magno parque que antes fue jardín. De parque tiene la porosidad respecto al entorno, con multitud de accesos abiertos en la reja (antes, una opaca tapia de mampuesto y ladrillo) que lo rodea; también, los monumentos dedicados a próceres y benefactores, a escritores y científicos, a reyes, militares y a la independizada isla de Cuba. De jardín le quedan la sombra borrosa de sus trazas generales, alguna fuente de mármol y, diseminadas ya sin orden ni concierto, las estatuas mitológicas que en épocas de rigor religioso servían para contrarrestar la población de santos que campeaban en las portadas y los retablos de las iglesias.

Si se observa el plano que en 1656 hizo de la capital Pedro Teixeira, podrán reconocerse multitud de jardines, dispuestos junto a las casas y palacios de la nobleza. Siempre están rodeados de tapias, resguardando la intimidad; algunos se apoyan en la muralla medieval, convirtiendo los antiguos cubos y adarves defensivos en pensiles y miradores. En los albores de la Edad Moderna, el esparcimiento público tenía lugar en los prados o praderas ⸺fragmentos del campo que se adentraban en la ciudad, normalmente acompañados de ermitas que justificasen días de fiesta y romería⸺ o bien en las alamedas, que solían ser antiguos vacíos urbanos o arranques de caminos a los que la municipalidad proveía de paseos arbolados, fuentes y otros entretenimientos. ´

Pendientes de baremos y porcentajes, los gobernantes de nuestras ciudades tienen a veces la tentación de considerar los antiguos jardines dentro de la denominación general de “zonas verdes”, convirtiéndolos así en “equipamientos”, que es una de esas feas palabras aparejadas a la modernidad.

No nos dejemos engañar: a un jardín deberemos acompañar a nuestros hijos con la misma actitud respetuosa con que los llevamos a un museo. Allí no podrán corretear, gritar, comer bocadillos ni jugar a la pelota: para eso están los parques. Situado en el centro de la ciudad por obra del crecimiento urbano, hubiese sido imposible preservar el carácter original del Retiro como jardín; algo que también ha sucedido en otros más pequeños, como la quinta de la Fuente del Berro, donde en los últimos años han avanzado los columpios y los bancos al mismo ritmo que desaparecían las estatuas de mármol y los pavos reales. Nuestros gestores tienen tanto la obligación de crear zonas verdes como de conservar el valor cultural de los jardines, sin usarlos de coartada para ampliar la superficie de terreno edificable. Un ejemplo positivo sería, sin salir de Madrid, la Alameda de Osuna, un precioso jardín dieciochesco que debería recorrer todo aquel que quisiera complementar, sin abandonar el disfrute del arte y la cultura, las colecciones de Francisco de Goya que atesoran los museos de la ciudad. Si los fabulosos frescos de San Antonio de la Florida y lo que queda de la pradera de San Isidro ilustran al Goya de los tipos populares y las escenas galantes, la Alameda de Osuna (no en vano apodada El Capricho) constituye el mejor fondo para quien desee ambientar los retratos que el pintor aragonés hizo de los más conspicuos miembros de la nobleza española.

Los grandes parques urbanos han tenido distintos orígenes. En algunas capitales, como Oviedo, se asentaron sobre el solar de las edificaciones y las huertas de los antiguos conventos, demolidos tras la exclaustración; en Barcelona la materialización del plan Cerdá, que dio como fruto el famoso Eixample, no incluyó una suerte de Central Park, siendo al fin las denostadas instalaciones militares de Montjuich y la Ciudadela las que proveyeron a los habitantes de la Ciudad Condal de algunas, aunque insuficientes, zonas verdes; en Sevilla, ligada secularmente a las distintas dinastías de la monarquía hispánica y rica en excepcionales jardines privados, el parque de María Luisa se debió a un regalo de la infanta de ese nombre a la ciudad. En Madrid, fueron los jardines y fincas de la realeza, como el nombrado Retiro o la Casa de Campo, los que acabaron cediéndose al disfrute ciudadano.

Ya que he centrado el foco en la capital de España, terminaría este breve texto invitando al lector a que recorriese el Retiro, disfrutando ⸺cómo no⸺ de sus kioscos de bebidas, sus juegos infantiles, sus paseos jalonados de músicos, magos y titireteros… y luego, dando un largo y grato paseo, se acercase hasta la plaza de la Paja, la más antigua de la ciudad. Al fondo de esa plaza verá un muro de ladrillo en el que se abre una puerta, tan pequeña que obliga a pasar a los visitantes de uno en uno. Y entonces descubrirá que tras ese muro se esconde el diminuto jardín de Anglona, que pese a ser del siglo XVIII podría servir para ilustrar (pues todo jardín guarda la historia entera de los jardines y también, pese a su artificio, la base natural de su asiento) los reductos urbanos de verdor que veíamos en el plano de Teixeira y hasta los introspectivos jardines cercados de la Edad Media, máxima promesa todos ellos de felicidad en este mundo y, de haberlo, también en el otro.

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