¿Por qué el patrimonio apenas es noticia? ¿Por qué casi nunca aparece en los grandes medios de comunicación? ¿No se trabaja? ¿No es interesante? o, quizá, solo, quizá, quienes formamos parte de este sector no somos capaces de dar visibilidad a nuestras acciones. En este artículo, Alejandro Martín López, doctor en arqueología y gestor cultural, y Carmen Molinos, periodista, reflexionan en torno a la cuestión y  ven en la comunicación esa necesaria palanca de cambio para lograr que la cultura y el patrimonio dejen de ser “la María” para ocupar el lugar que merecen y que por justicia les pertenece no solo en los medios, sino en nuestra sociedad.

Grafitos, Aljaferia

Canal Patrimonio_Alejandro Martín / Carmen Molinos

Es verano en la redacción del periódico. La plantilla ha sufrido los estragos de la crisis y se ha reducido a la mínima expresión en los últimos tiempos. Donde más se han notado los recortes y reubicaciones, es en el área de Cultura, que, para no variar, sigue siendo “la María”. Más allá de las crónicas de las fiestas patronales y las notas institucionales, no hay mucho que rascar a la actualidad. Hace tiempo que las redacciones han cambiado. Las nuevas tecnologías han facilitado el trabajo, pero también han convertido a cualquiera en informador y en “redactor improvisado”. El intrusismo es cada vez mayor. Los pocos profesionales que aún aguantan el tirón, apenas pueden levantarse de la silla, más que periodistas, parecen “escribas”, se limitan a picar texto. Casi no hay tiempo para contrastar, con 3-4 convocatorias al día e infinidad de notas, es difícil cribar y discernir la paja del grano. Con poder elaborar un tema en profundidad al día, es suficiente y, a veces, ni siquiera eso. La supervivencia marca la prioridad: se cubre primero lo que da de comer.

Ese día, el redactor jefe llega con una “convo” – convocatoria de prensa – de la administración pública competente. Informa de que en un yacimiento arqueológico que año tras año excava una universidad de la capital acaban de encontrar la cabeza de una estatua romana en un sorprendente estado de conservación. Ineludible por quien la envía y, porque, evidentemente, el tema tiene tirón e interés. “No voy a conseguir un Pulitzer, pero al menos puedo salir de la redacción”, piensa el periodista a quien le ha tocado en suerte y, nunca mejor dicho, cubrir la rueda de prensa convocada para el día siguiente.

A kilómetros de allí, en el yacimiento, el arqueólogo, que también se ha visto afectado por la crisis y el intrusismo, que trabaja a destajo, el doble de horas, por un sueldo inferior al que cobraba cuando inició la excavación y que duda de su continuidad por la falta de recursos, acaba de recibir una llamada de la misma administración advirtiéndole de que los caballeros de la prensa se van a dejar caer por allí, con el político de turno, para documentar este extraordinario hallazgo.  Todo ha de estar impoluto y preparado, con los logos, carteles oficiales y, por supuesto, será el político quien abra y dé las explicaciones pertinentes con respecto a la importancia del hallazgo. Contrariado, deja su trabajo para rescatar del almacén la testa imperial.

 

Entrevista Pedro Luis Huerta

 

Inevitable choque de trenes

Dos mundos condenados a entenderse se dirigen el uno contra el otro a toda máquina. El periodista busca una imagen atractiva del hallazgo, que pueda encajar en un artículo divulgativo con el que enganchar al lector y despertar su interés por la arqueología y por el yacimiento. Teme, sin embargo, una rueda de prensa demasiado institucional, en la que será ametrallado por el equipo de arqueólogos con infinidad de datos técnicos e históricos, aliñada por una suerte interminable de cifras de inversión económica por parte de la administración. El arqueólogo, por su parte, no quiere ni pensar en el “teatrillo” que habrá de montar a cuenta de la rueda de prensa, teme que le hagan volver a colocar la pieza en el punto donde apareció, incluso que le pidan volver a cubrirla de tierra. Está cansado de que después de tantos años de investigación científica, su trabajo se reduzca a una anécdota relatada con palabras como “tesoro” e “Indiana Jones” y a una palmadita en la espalda por parte de la administración que, rara vez, se transforma en inversión.

 

Ávila

 

No lo saben, pero se quieren

Esta situación ficticia se repite cientos de veces cuando un técnico del mundo del Patrimonio Cultural y un técnico de la Comunicación ven como sus caminos se cruzan. El primero ve al segundo como un mal necesario circunstancialmente. El segundo ve en el primero una “enciclopedia científica andante”, que deberá traducir con paciencia. Al primero no le interesa para nada el mundo del segundo, y el periodista empieza a estar un poco harto de que todo el mundo le diga qué, cómo y cuándo tiene que escribir. Ambos se equivocan profundamente.

Quien desde el mundo de la gestión del Patrimonio Cultural no entienda la importancia de la comunicación del trabajo como parte ineludible de su día a día, debería recordar que aquello que no es contado, aquello que no se transmite adecuadamente, no existe. La trascendencia del propio Patrimonio, depende, en gran medida de la comunicación que de él se realice. No cabe encerrarse en épocas oscuras ya superadas desde el descubrimiento de la tumba de Tut Ank-Amón. El propio H. Carter, aunque a veces contrariado -era muy suyo el británico- entendió que el éxito de su investigación dependía de una buena campaña de comunicación, incluso si esta incluía una visita con cena de la familia real belga. No solo hablamos de necesidad financiera, sino de ofrecer al mundo la oportunidad de conocer y valorar mejor su herencia cultural.

 

Entrevista Jaime Nuño

 

La comunicación en el Patrimonio Cultural: palanca de cambio

¿Qué pasaría si periodista y técnico de patrimonio se sintiesen cómodos trabajando hombro con hombro? Si se estableciese una relación de confianza. Sin duda, el resultado sería a todas luces mucho más rentable para ambos, pero sobre todo más útil para el Patrimonio Cultural, que encontraría en los tabloides un estrado desde el que reclamar su papel trascendente para nuestra sociedad.

Esa simbiosis perfecta entre comunicador y técnico, de hecho, ya existe, ya se da en muchos casos: museos, fundaciones, centros de interpretación, empresas culturales… han visto claro que contar con un técnico de comunicación / periodista entre sus filas puede facilitar y mucho la repercusión de sus acciones. Porque saber, encontrar, investigar no sirve de nada, si nuestros hallazgos, nuestro conocimiento queda reservado a un reducido grupo de expertos privilegiados. Si queremos que el Patrimonio Cultural sea una cuestión de todos, si queremos lograr la implicación social, hay que saber llegar, transmitir, comunicar. Del mismo modo, el comunicador ha de practicar la escucha activa, explicar en tono divulgativo pero desde el rigor. La comunicación será así, palanca de cambio y lograremos, quizá, mediante la visibilidad de nuestras acciones y la “implicación social”, que la Cultura deje de ser “la María” para ocupar el papel que por derecho le corresponde.

 

IMÁGENES: Técnicos del ámbito del patrimonio y periodistas colaborando en diferentes lugares y situaciones: Palacio de la Aljafería en Zaragoza; monasterio de Santa María la Real en Aguilar de Campoo (Palencia); ciudad de Ávila. Archivo FSMLRPH