Un espejo colgado sobre la pared, varias estanterías repletas de herramientas y el olor a taller viejo, a ese en el que, cuando eres niño, siempre recuerdas haber visitado alguna vez. Son particularidades que acompañan en el día a día a Severo y Diego Sánchez, dos hermanos de 68 y 70 años de edad que aún regentan un antiguo habitáculo en el que, mano a mano, ‘cosen’ cada rama de mimbre hasta lograr un sillón. Ese producto le debe todo a Villoruela (Salamanca). Un pueblo que puede presumir de ser cuna del mimbre nacional, con auténticos artesanos históricos. Pero un sector venido a menos por el empuje del mercado asiático.

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“Seguimos funcionando como hobby, por placer. No sabemos hacer otra cosa”, espeta Severo, mientras fuerza una vara que formará parte del reposabrazos y su hermano recoge una tireta. Su taller ahora está desértico en comparación con los años 80, cuando en él trabajaba el resto de sus hermanos y daban empleo hasta una quincena de personas de la localidad. Ahora, a su ritmo, fabrican sillones a demanda para la empresa Laz Mar, una de las de mayor tradición en el pueblo.

El gerente de esta firma, Alberto Lázaro, señala que la gente de Villoruela debe sentirse muy orgulloso de sus padres y abuelos, porque gracias a su esfuerzo con el mimbre, ahora muchos tienen otros empleos. El sector en la localidad ha atravesado tres fases bien marcadas.

La primera, fue la etapa dorada en los años 80, cuando los alemanes compraban mesas, sillones o cestas fabricadas en Villoruela por sus artesanos, un trabajo facilitado por empresas como Laz Mar, que entregaban la materia prima a los propios trabajadores para que los fabricaran desde casa. Mimbre que se adquiría en Cuenca, con amplia tradición de cultivo, pero no de artesanos mimbreros.

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Un pueblo al servicio de la mimbre

Desde Alemania los pedidos podían alcanzar las 30.000 unidades de sillones, con lo que todo el pueblo trabajaba de esto, hasta los niños al salir del colegio, que hacían las patas. Ello motivó pequeñas guerras entre almacenistas a la hora de encargar el producto a los artesanos, pues jugaban con los precios para poder vender más cantidad. Cuantas más unidades se hacían, más se ganaba. Mientras un trabajador de la construcción ingresaba en casa 60.000 pesetas, en Villoruela, los del mimbre no bajaban de 120.000.

Una época, en el que había más de diez empresas destinadas al sector en la población. En la década de los 90, los germanos se dieron cuenta de que en Asia también se hacía este producto, de menos calidad, pero a menor precio. Esto provocó la importación de muebles de Indonesia. La tercera etapa es sólo adjudicable a Laz Mar, pues con la entrada de la crisis económica y la caída de las ventas de producto final, se vieron obligados a vender únicamente la materia prima. Para ello, no dudaron en cultivar la mimbre en Villoruela, donde cuentan con 11 hectáreas de la variedad americana, de las más de 20 que se contabilizan en el pueblo. A ello ha contribuido el arranque de gran superficie en la provincia manchega.

Tienen una vida de 30 a 40 años en las que cada mes de enero se talan, para luego pasar un proceso en húmedo para conseguir pureza y seleccionar por medidas y futuros usos, como muebles, vallados o ataúdes ecológicos, un mercado al alza en algunos países europeos. Las exportaciones principales llegan a Francia, Alemania o países norteafricanos.

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Para entender la mimbre

Al salir del peculiar taller de Diego y Severo, un antiguo edificio municipal llama la atención. Es un Centro de Interpretación de la Mimbre, para poder entender el sector.

En este local también se encuentran algunas de las máquinas necesarias para seleccionar la mimbre, algunas de las cuales aún operan, como la que Laz Mar ha importado desde Polonia, así como antiguas fotografías a las puertas de los domicilios, donde familias enteras unían la mimbre en busca de un producto final.

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Nuevas generaciones, mismo trabajo

Severo y Diego forman parte de una de las históricas familias vinculadas a la mimbre. Como también la de José Luis, trabajador de 50 años que tampoco es la primera generación, pero que está obligado a compartir esta labor con otro empleo en Salamanca.

Reitera que en Villoruela ha habido muchos artesanos y muy buenos y si el padre se ha dedicado a ello, el hijo al menos también sabe, aunque no quiera. José Luis, que no tarda más de cuatro horas en confeccionar un sillón, recuerda que los veranos de los niños de la localidad se pasaban en los talleres de padres o abuelos. Juan López_Agencia ICAL

IMÁGENES: Mimbreros, cestas, proceso de pelado y elaboración de los productos. Eduardo Margareto_ICAL