“Bienaventurada la ciudad de Jerusalén”, rezaba el inicio de un himno relativamente popular en el Siglo de Oro, que ha dado en bautizar la exposición con la que la Biblioteca Nacional “rescata del olvido un género que constituyó un auténtico éxito” en aquella época, los libros de peregrinación.  

Canal Patrimonio

Carta Naútica, Mar Mediterrane

Hasta el 7 de enero estará abierta en la sala Hipóstila esta exposición, “Urbs beata Hierusalem. Los viajes a Tierra Santa en los siglos XVI y XVII”, que reúne alrededor de 80 piezas, la gran mayoría propiedad de la BNE, que posee la colección más completa de la peregrinación española, a falta tan solo de dos libros impresos, uno en Nápoles y otro en Grenoble.   De su cualidad de “best sellers” dan cuenta las cifras: frente a las 82 ediciones conocidas de los célebres libros de caballerías, entre los siglos XVI y XVII hay registrado un centenar de ediciones de este otro tipo de escritos que comulgaban con la literatura de viajes y la obra de devoción.   “Fue un género divulgado masivamente que contribuía a la purificación espiritual no solo del viajero, también del lector“, ha explicaba el comisario de la muestra, Víctor de Lama.  

El momento de su celebración no es casual, exactamente cinco siglos después de la reforma de Lutero (el protestantismo recelaba de las peregrinaciones), de la llegada al poder en España de Carlos V para hacerse cago de un inmenso imperio que chocaba en el Mediterráneo y en la Europa Oriental con los turcos, que ese mismo año arrebataron Tierra Santa a los sultanes mamelucos de Egipto.   “Adentrarse allí siendo cristiano comportaba problemas”, ha enfatizado De Lama, una percepción corroborada por algunos de estos relatos, como el de Juan de Calahorra, la primera crónica franciscana sobre Tierra Santa escrita en castellano.

Tierra Santa

Los viajes a Tierra Santa  

En palabras de un alemán que viajó junto a Ignacio de Loyola, “el peregrino debía llevar bien llenas tres bolas: la del dinero, pues lo necesitaría a cada paso (de ellos dan constancia volúmenes prolijos en relaciones de costes); la de la fe, para no dudar de nada de lo que le contaran; y la de la paciencia, para sufrir todo tipo de ofensas”.   Por esa razón, estos peligrosos trayectos, que en la mayoría de los casos se hacían en busca de indulgencias papales, eran realizados apenas por varias docenas de españoles cada año, cuyos relatos -eso sí- llegaron a muchas más personas en un tiempo en el que abundaba la lectura en voz alta.  

De ahí la importancia de volúmenes que incluso llegaron a presentar dibujos a escala en planta y alzado de los principales edificios, permitiendo no solo al pueblo, también a los reyes, hacerse una idea de cómo era el Santo Sepulcro, por ejemplo.   Entre los fondos expuestos, tesoros como “un manuscrito iluminado, muy lujoso, para uso y disfrute del Marqués de Tarifa, resultado de su viaje entre 1518 y 1520”, como “La verdadera información de la Tierra Santa”, de Antonio de Aranda, o como “El devoto peregrino”, de Antonio Castillo, “un best seller” del que se hicieron más de 30 ediciones durante los siglos XVII, XVIII y XIX”.  

“A pesar de ello, muchos de estos autores no figuran ni en Wikipedia”, ha lamentado el comisario sobre este género desechado que cuenta con protagonistas como María Martir, “una mujer que quiso repetir los pasos de la Pasión de Cristo” y entró en Tierra Santa ofendiendo a Mahoma.   En esa categoría entra otro avezado, Pedro Ordóñez de Ceballos, quien, gracias a su amistad con el bajá de Siria, relata en “Viaje del mundo” que accedió como un musulmán más a recintos vedados, incluso a la Cúpula de la Roca, “un lugar prohibidísimo para los cristianos, en el que la entrada suponía convertirse o morir”

IMÁGENES: Fotografías facilitadas por la BNE de parte de las piezas que pueden contemplarse en la nueva exposición, en concreto, una carta náutica del Mar Mediterráneo de entre 1500-1600 y la traducción realizada por Martín Martínez de Ampies de un viaje a Tierra Santa en 1498.