El arte, más allá de sus funciones estéticas, tenía también una labor de didáctica hacia la población local, que en su iconografía incluía representaciones de escenas y personajes bíblicos. Una imagen vale más que mil palabras, y eso también ocurría con la figura del diablo.  Una nueva obra, publicada por la Fundación Santa María la Real, que lleva por título “A propósito de Satán. El submundo diabólico en tiempos del románico”, recoge las siete investigaciones presentadas durante el curso de Las Claves del Románico.

Canal Patrimonio_ Fundación Santa María la Real

¿Cómo se concebía el infierno en tiempos del románico? ¿Qué representaciones conservamos? Son algunos de las cuestiones a las que trata de dar respuesta este nuevo libro, coordinado por el historiador Pedro Luis Huerta. Y, lo cierto, a tenor de sus palabras y de lo visto en los cursos que cada año organiza la Fundación Santa María la Real, es que los frisos, portadas, canecillos, capiteles, pinturas murales e incluso pilas bautismales románicas dejan poco espacio a la imaginación. Las más que explícitas figuras talladas por los canteros medievales, debieron horrorizar a las gentes de la época y hoy siguen captando la atención de propios y extraños.

Estas y otras cuestiones son las que analiza con detalle en este libro, que cuenta con la colaboración del Ayuntamiento de Aguilar de Campoo y del que se han editado 1500 ejemplares, que ya están disponibles en la tienda online de la Fundación y en librerías especializadas.

El infierno románico

“Para el hombre de aquella época la existencia del demonio era tan real como la vida misma”, comenta Pedro Luis Huerta, quien explica que la creencia en el infierno futuro se popularizó en el siglo III, alentada por teólogos, monjes y, cómo no, por los canteros y artistas medievales que dibujaron un espacio, cuando menos ruidoso y ajetreado, según Miguel Cortés de la Universidad de Castilla – La Mancha.  

Pero, ¿quién era realmente Satán? José Luis Alonso, de la Universidad de Valladolid, nos da la clave,  “los predicadores potenciaron la idea de que el mal proviene de los demonios o fuerzas del mal, ángeles creados por Dios como espíritus de luz, pero que por su soberbia fueron castigados y arrojados al infierno”. Tanto se interiorizó y se popularizó la imagen del diablo en el románico, que llegó a adquirir múltiples formas y representaciones, inspiradas, como argumenta Ángela Franco del Museo Arqueológico Nacional, no solo en la Biblia, sino también en fuentes apócrifas.

En la portada de la ermita de Santa Cecilia en Vallespinoso de Aguilar, lo vemos como un ser cubierto de escamas, con pezuñas y una especie de cresta, mientras que en los capiteles del pórtico de Rebolledo de la Torre, se asemeja más a un gallo malhumorado; serpientes, monos, dragones, bestias o máscaras de ultratumba también han servido para representar al maligno, que, en ocasiones con una clara intencionalidad, se identificaba con el enemigo más cercano.

 

Los condenados

Agustín Gómez de la Universidad de Málaga ayuda con su estudio a identificar a los “condenados”, exponiendo un esquema trifuncional de la sociedad medieval, divida en quienes oran, quienes combaten y quienes trabajan”, esto es, monjes, caballeros y labriegos. Cada uno de estos órdenes sociales, afirma, solía asociarse a unos vicios concretos, “el clero pecaba de simonía, usura y gula; los caballeros de soberbia; los campesinos y comerciantes, de lujuria y usura”. ¿Qué ocurría con el resto de la sociedad, con quiénes no pertenecían a ninguna de estas tres categorías? Eran, según Gómez, los excluidos, condenados irremisiblemente a los infiernos.

 

Amuletos y talismanes

Nadie escapaba a las tentaciones del maligno y a los suplicios del infierno. “Los demonios sólo podían ser neutralizados esgrimiendo la victoria de Cristo, capaz de quebrar las puertas del hades y regresar desde el más allá”, apunta José Luis Hernando de la UNED, para añadir que también cabía el recurso “del exorcismo, el conjuro, la reliquia o el amuleto”.

Y, precisamente, de eso, de los amuletos, talismanes y artefactos de los que solía pertrecharse el hombre medieval para ahuyentar al mal habla su estudio. “Su variedad fue enorme, aunque en las culturas clásicas predominaron los falos y las higas, objetos de enorme capacidad para neutralizar el mal de ojo y los hechizos.”, comenta. “Nuestros antepasados creían que el mal de ojo, secaba fluidos como la sangre, la saliva, la leche o el semen, y una de las maneras de encararlo por las era mostrándole un órgano sexual, a ver si se entretenía y perdía comba”.

 

El binomio del bien y el mal

La figura del maligno adquiere pleno significado al enfrentarla a la Bondad divina, la eterna lucha entre el bien y el mal, plasmada en innumerables ocasiones en la oposición entre santos y demonios, analizada por Francisco de Asís García de la Universidad Autónoma de Madrid. “El cristianismo empezó siendo una religión contraria a idolatrar imágenes como reacción al paganismo”, explica Alejandro García Avilés, de la Universidad de Murcia, quien apunta que “desde el siglo IV, la evangelización suponía hacer que los demonios fueran expulsados de las estatuas a las que poseían”. Sin embargo, con el transcurso de los siglos, “acabó haciendo lo que condenaba hasta diferenciarse poco o nada de la religión pagana que comenzó combatiendo”.