Hoy en día, cualquiera que tenga los medios puede comprar por la página de subastas eBay un ánfora de la Roma clásica proveniente de un naufragio; con una sola búsqueda, en un solo idioma y en una sola web, el embajador de Irán ante la Unesco, Ahmad Jalali, obtuvo 22 resultados.
Canal Patrimonio
El pequeño experimento de Jalali ilustra el doble rasero con el que se trata y gestiona el patrimonio cultural, dependiendo de si se encuentra o no bajo el agua.
Víctima de la discriminación, el considerado mayor museo del mundo es presa fácil de los saqueos, la actividad industrial y la comercialización consentida de sus bienes.
Patrimonio sumergido
El patrimonio sumergido, especialmente sensible a la intervención humana, es el componente histórico-social esencial para comprender la relación del ser humano con el océano.
Con este encuentro, más de 20 ponentes y decenas de expertos internacionales buscan aumentar la cifra de 55 naciones firmantes de la Convención de 2001 sobre la protección de este patrimonio.
En los últimos años, millones de restos históricos han sido saqueados. Ejemplo de ello, y citado recurrentemente en la conferencia, es el medio millón de doblones de oro que la firma estadounidense Odyssey extrajo en 2007 de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, recuperados por el Estado español tras un largo litigio.
Sin embargo, muchas de las ofertas que Jalali encontró en su búsqueda en internet procedían también de la explotación comercial permitida por los Estados que albergaban esos bienes.
Según el iraní, hay incluso conservadores respetados de grandes museos que son partícipes de este tipo de acciones.
No se respeta la Convención
Un miembro del Departamento de Investigaciones Arqueológicas Subacuáticas y Submarinas de Francia, Michel L’Hour, detalló que estos bienes sufren también los efectos de la pesca en aguas profundas, las prospecciones o la instalación de gasoductos.
Incluso en zonas con miles de restos históricos registrados, hay compañías extractoras de grava que certificaron no haberse topado con ningún resto durante décadas de trabajo.
La especialista de la Unesco Ulrike Guerin explicó que el problema actual podría ser menor si todos los países que han ratificado el texto también lo respetasen: “Firmar la Convención no es suficiente, también hay que cumplirla”.
El documento establece una batería de medidas de protección y prevención frente a las numerosas amenazas, entre las que el fenómeno del saqueo es, según L’Hour, cada vez más preocupante.
Como una segunda parte del experimento de Jalali, el francés mostró cómo en una prestigiosa web belga de subastas uno podía, hasta hace no mucho, pujar por un colmillo de mamut proveniente del yacimiento del fondo marino que separa el Reino Unido de Francia.
La portuguesa Arqueonautas, fundada en 1995, es el paradigma de la flagrante aceptación pública de la que gozan los cazatesoros, explicó un investigador del Instituto de Arqueología y Paleontología de la Universidad Nova de Lisboa, Alexandre Monteiro.
En su página web, la empresa se define como una firma dedicada a la arqueología marítima, con el objetivo de contribuir a la protección del patrimonio cultural subacuático.
Lejos de esta definición, Monteiro afirmó que no hay un solo arqueólogo en el equipo de Arqueonautas y que, gracias a una estrategia de marketing impecable, la firma consigue financiación privada para extraer bienes sumergidos con el beneplácito de países -casi siempre en desarrollo-, y revenderlos en subastas.
La imagen de la compañía es tan favorable que desde 2007 recibe dinero por permitir que una línea de ropa lleve su nombre, con Kevin Costner como socio, modelo y embajador de la marca.
“La gente piensa que cazar tesoros está bien. Si alguien pide financiación para saquear el Museo del Louvre no la va a encontrar, pero todavía hay gente que financia el saqueo del patrimonio cultural subacuático”, apuntaba Guerin, apasionada por el tema. Cristina Maymó_EFE
IMÁGENES: Fotografías facilitadas por la Unesco de un pecio hundido cerca de Papua-Nueva Guinea y otro pecio fenicio sumergido en Mazarrón (Murcia). EFE