Una talla del siglo XVI de Sevilla a la que se da culto como Santa Lucía no representa a una santa; ya que en su origen era San Juan Evangelista, cambio efectuado en los años 30 del siglo XX durante una restauración de la pieza, adscrita a la capilla del Dulce Niño Jesús. Ahora, los expertos trabajan en su correcta conservación y analizan qué identidad le otorgarán finalmente.

Canal Patrimonio

Talla Santa Lucía- Sevilla- EFE- 30082014

El restaurador sevillano Benjamín Domínguez y el historiador Jesús Porres realizaron en 2007 un informe sobre un retablo de Santa Lucía, en Sevilla.  Según explican, en el archivo de Protocolos Notariales de Sevilla se puede encontrar el contrato del encargo del retablo de Santa Lucía con el escultor salmantino Juan Bautista Vázquez “El Viejo”.

Cuando los expertos analizaron detalladamente el retablo, se encontraron con una Santa Lucía, aunque con figura propiamente de varón y corte masculino. Además, la talla exhibía los colores propios de la representación del evangelista, mantolín rojo y vestiduras verdes, pero con una cara femenina y pelo castaño, que originariamente había sido dorado, por lo que los investigadores concluyeron que se encontraban frente a un San Juan reutilizado.

El cambio vino dado por el establecimiento en la capilla de la sede de la ONCE, ya que Santa Lucía es la patrona de los invidentes; y al no tener una figura femenina decidieron aprovechar lo que ya había: una talla de San Juan Evangelista.

La imagen, de 1.20 metros de altura, está siendo restaurada en la capilla sevillana, sede de la Hermandad de la Vera Cruz.  A lo largo de tiempo ha experimentado varias restauraciones, una de ellas de dudosa eficacia. Según el restaurador, aunque no tiene nada que ver con la restauración del Ecce Homo de Borja, la imagen fue repintada en los años ochenta con purpurina de papelería que tapa la pintura original, material que metódica y profesionalmente Benjamín Domínguez va retirando para descubrir la policromía original.

¿Santa o Santo?

En el caso de esta imagen, la restauración, que durará aproximadamente unos cuatro meses, tendrá que recomponer los dedos y rellenar con estuco los pequeños huecos que el paso del tiempo ha dejado sobre su manto, pero además deberá incidir sobre su identidad: o conservar a Santa Lucía, culto que se le viene dando desde hace más de medio siglo, o recuperar la identidad de San Juan Evangelista. La decisión será tomada a última hora, ya que en este momento el restaurador se centra en retirar capas de purpurina, que se aplicaron en los años ochenta, para poder reintegrar posteriormente las zonas perdidas con acuarela. El color se aplica de forma que pueda ser discernible y que el ojo humano pueda ver a poca distancia en qué punto se ha restaurado y pueda diferenciar la zona original de la que no lo es.

Proceso de restauración

Los materiales, según Domínguez, deben de ser reversibles y lo más respetuoso posible con la naturaleza de la obra, como la cola animal y las acuarelas. Para levantar las capas o barnices estropeados se utilizan disolventes, que van desde productos químicos complejos hasta el agua, pasos que son lo último del proceso. Posteriormente comienza la conservación, un trabajo continuo y cíclico durante toda la vida de la imagen para garantizar la perpetuidad del patrimonio histórico y artístico. Evitar pasar por el taller en cien años es relativamente sencillo para este tipo de piezas, ya que una limpieza estacional y la estabilidad en la temperatura y la humedad pueden conservar la imagen en perfecto estado durante años.

IMAGEN: Fotografía facilitada por el restaurador sevillano Benjamín Domínguez de una talla del siglo XVI de Sevilla a la que se da culto como Santa Lucía, que no es ni mucho menos una santa, ya que en su origen era San Juan Evangelista. EFE