Pórtico de la Catedral de Ourense

La música en los siglos del románico era transmitida y aprendida casi en su totalidad de forma oral. En los centros religiosos y en las cortes, monjes y trovadores llenaban los espacios con sus cantos de culto divino o de culto a la dama.

Canal Patrimonio_Paloma Gutierrez del Arroyo

Pórtico de la Catedral de Ourense

Las voces de juglares, pregoneros, viajeros y mercaderes sonaban en calles y caminos, pero de su música casi no conservamos testimonios escritos. Tampoco los tenemos de la música puramente instrumental; sin embargo las representaciones de instrumentos en arquivoltas, capiteles, frescos, retablos y manuscritos, y su mención en obras literarias o en las propias piezas musicales, muestran familias de instrumentos ya muy numerosas, integradas por vihuelas de arco, zanfonas, arpas, laúdes, salterios, flautas, gaitas, órganos de distintos tamaños y percusiones varias. La notación musical había aparecido en el siglo IX con los neumas, símbolos que reproducen el gesto vocal con que el intérprete unía los sonidos de melodías guardadas en su memoria. No es una notación completa (no representa  as alturas), sino una ayuda para precisar longitud, fluidez, vibración… de los sonidos y la forma de unirlos. Los primeros intentos de codificar la altura del sonido llegan con el Románico. Con las nuevas notaciones se pierde precisión en la representación del gesto vocal, pero se logra codificar melodías enteras, interpretables a primera vista, independizándolas de la memoria. Uno de estos intentos, el descrito por Guido d’Arezzo en su Micrologus (c. 1025), ha perdurado hasta nuestros días: un sistema de líneas sobre el que organizar los tonos y semitonos de la escala, ayudado por claves e incluso por colores (Guido propuso líneas roja, verde y amarilla para F, A y C, respectivamente).

Los ejemplares de los libros musicales se multiplican en los scriptoria de los monasterios y en los talleres artesanales que surgen en las ciudades, que copian los escritos de maestros de las incipientes universidades y algunas músicas de sus estudiantes, con temas religiosos y amorosos, pero también filosóficos, políticos y satíricos. La música era profana o sacra (esta última con gran presencia de los temas marianos dado el auge del culto a la Virgen en el siglo XII), en latín o en lenguas vernáculas. Las escuelas de Winchester y de Saint Martial de Limoges fueron dos de los centros más importantes de este período y que nos han legado más música, tanto monódica (numerosos tropos y secuencias) como polifónica (organum, versus), ejemplos manuscritos de música improvisada y compuesta para ornamentar la liturgia. La polifonía de Winchester orna la melodía preexistente a la cuarta inferior, mientras que en Limoges emplean consonancias como la quinta y la octava superiores, e incluso favorecen sonoridades “nuevas” (como la séptima). Es el precursor de la Escuela de Notre Dame, surgida en París en la segunda mitad del siglo XII, con los grandes Magister Leoninus y Perotinus Magnus. Nombres notables como Hildegard von Bingen, Pedro Abelardo, Felipe “el Canciller”, entre los de “compositores” religiosos. Guillermo IX de Aquitania, Ricardo Corazón de León (abuelo e hijo respectivamente de una de las grandes mecenas del Amor Cortés, Leonor de Aquitania), Bernart de Ventadorn, Beatriz de Día, Gaucelm Faidit y tantísimos otros entre los trovadores. La música de los trovadores, que cantan en langue d’oc, y de los troveros que les sucedieron en el norte de Francia (en langue d’oïl) se transmitió oralmente durante al menos un siglo hasta que fue recogida en los cancioneros que la han conservado hasta hoy. En nuestra península la coexistencia de las tres culturas dio lugar a las moaxajas, en árabe o en hebreo, terminadas por las jarchas (versos cantados en una lengua mixta con la romance, principalmente cantos de mujer sobre la lejanía de su amado). En definitiva, varios siglos de música muy variopinta, osada en su sonoridad y en los cambios que propuso, y bellísima.

IMAGEN: Pórtico de la Catedral de Ourense.