Mi abuelo era de Albacete. Siempre he pensado que los manchegos en general, y los oriundos de este rincón en particular, traen de serie un humor muy característico basado en llevar al extremo asuntos cotidianos sacándolos totalmente de contexto e identificándolos con otros hechos aparentemente ajenos pero que, en conjunción, unos y otros, generan resultados extraños y a veces absurdos, surrealistas, incluso trágicos, pero hilarantes. Y es por esto que creo firmemente que debió ser algún antepasado de estos cristianos viejos que hoy sestean, armados con garrotes, protegidos bajo sus gorras, al sol de las plazas de nuestros pueblos, el que tuvo la feliz ocurrencia de bautizar como “Canal de la Mancha” al estrecho paso entre Francia y Gran Bretaña. Ay, si ingleses y franceses, tan pagados ellos de sí mismos, supieran…

Canal Patrimonio_José Daniel Navarro

Alcaraz desde las ruinas del castillo. Autor: José Daniel Navarro

NAVEGACIÓN DE CABOTAJE

No obstante, ¿qué es La Mancha sino un enorme mar interior? Infinita, sin solución de continuidad, inabarcable, llana. Kilómetros y kilómetros de tierra plana, monótona y desnuda en invierno, pero que da respiros de color al pasar de las estaciones. Sus olas son las espigas mecidas por el viento, que sisea colándose entre ellas sin pedir permiso. De repente, fuertes marejadas de pedrisco alteran una paz y un silencio de siglos, y agitan esos bancos de vida que no son aquí de peces, sino que hacen bueno aquel refrán que prefiere sin dudar “de la mar el mero y de la tierra el cordero”.

Subido en mi modesto barco a pedales, voy haciendo navegación de cabotaje, pegado a la orilla y rindiendo parada en cada puerto: El Jardín, Los Chospes, El Cubillo, Robledo... No tengo miedo porque sé que no me cruzaré con ningún buque mercante en mi travesía: Las Vías Verdes, como la que voy siguiendo, son el modesto premio de consolación para las tierras olvidadas, poco exigentes, que un día vieron pasar de lejos el progreso en forma de penachos blancos, silbatos y cambio de agujas.

 

Torres y lonja de Santo Domingo, Alcaraz. José Daniel Navarro

UN LIENZO IMPRESIONISTA

Pero dejemos el tren. El puerto más importante aparece al fondo de una ensenada protegida por suaves y redondas colinas plateadas de olivos. Alcaraz, arracimado su caserío en una ladera parda que desciende vertiginosamente, es rojo de piedra y yeso como la tierra de la que surge; sus tejados pardos, escalonados, son los peldaños que marcan el ascenso hasta las venerables y solitarias ruinas de un castillo que en tiempos vigiló el paso entre el Reino de Valencia, Castilla y la Alta Andalucía. Defendidas por los pinceles de los enhiestos chopos, las blancas paredes de algunas casas no son sino borrones de un gran lienzo sin acabar que perfectamente pudiera haber firmado Benjamín Palencia, sutil maestro del color nacido a tiro de piedra de estos parajes que marcan el final de La Mancha y son la antesala de una sierra oscura, fragosa, tapizada de pinos y cuyo aspecto dista mucho de aquel blanco de los cerezos en flor que cantasen los cronistas medievales.

 

Torres de la Trinidad y el Tardón, Alcaraz. José Daniel Navarro

 

 

Alcaraz vive hoy replegada dentro de sí misma, como si renegase de su histórico pasado comercial y estratégico. La carretera nacional entre Bailén y Requena besa furtivamente los primeros edificios de una población que basó su riqueza en los beneficios derivados de los impuestos recaudados gracias al gran número de mercancías que atravesaban estas tierras. Si el castillo de Alcaraz se levantó ya durante la dominación musulmana con estos fines, a las iniciales obras de tapial añadieron los cristianos, ya a partir de 1213 con la toma de la plaza por las tropas de Alfonso VIII, nuevos muros de mampostería y sillería para reforzar su cometido hasta abrazarla por completo. Declarada administrativamente independiente y repoblada, su jugoso valor económico y político estaría detrás de numerosos conflictos, en los que los alcaraceños tendrían que defender su autonomía frente al poder nobiliario y eclesiástico, siendo relevantes los enfrentamientos territoriales con la Orden de Santiago. De esta forma se erige Alcaraz como una importante villa, cabecera de un amplio alfoz que se extendería por todo el oeste de la actual provincia de Albacete. En 1243 es además testigo de la firma del Tratado que lleva su nombre entre la Corona castellana y el último emir de la dinastía hudí en Murcia, pacto que supone el preámbulo de la conquista definitiva de estos territorios vecinos. Por otro lado, y ya desde finales del siglo XIV, se tendrá constancia de la participación de los procuradores del territorio de Alcaraz en las Cortes convocadas por los monarcas castellanos. El siglo XV supondrá la obtención del título de Ciudad, concedido por Juan II (1429).

 

Portada de la Trinidad y busto de Valdelvira, Alcaraz. José Daniel Navarro

ESPLENDOR COMERCIAL, ESPLENDOR URBANO

Si atendemos a la disposición actual de la trama urbana de la población y al valor histórico, artístico y simbólico de los edificios conservados, será a partir de estos años, y durante gran parte de la Edad Moderna, cuando la ciudad gozara de una expansión sin precedentes sin duda cimentada en la febril actividad económica favorecida por su situación geográfica y en los privilegios concedidos por los sucesivos monarcas. Es bien sabido que, una vez que se aleja el peligro que suponían las breves y eventuales incursiones musulmanas en estos territorios fronterizos, las poblaciones van abandonando paulatinamente los recintos fortificados y se extienden hacia lugares bajos con la creación de nuevos barrios que a menudo siguen actuaciones planificadas recogiendo parte de los postulados heredados de la Antigüedad Clásica, que desde Italia vuelven a difundirse desde mediados del XV, convenientemente envueltos en una profunda reflexión teórica: calles rectas, perspectivas, amplias plazas para el intercambio ciudadano, serán las constantes de estos núcleos que ahora se renuevan.

 

Calle Mayor, Alcaraz. José Daniel Navarro

 

Será entonces cuando Alcaraz remozará su imagen urbana: se suprimen los característicos fondos de saco del urbanismo islámico y se trazan una serie de calles sensiblemente rectas y llanas que se ciñen a las curvas de nivel, conectadas perpendicularmente por empinados callejones y escalinatas. De estas vías, su calle Mayor, aún estrecha y escoltada por casonas nobiliarias, conectará los nodos principales del desarrollo urbano: desde el Acueducto de los Arcos a la plaza de San Miguel, desembocando en un nuevo espacio, primitivamente a extramuros, que se consolida y se rodea de edificios funcionales dispuestos para la actividad comercial: la Plaza.

La Plaza Mayor de Alcaraz constituye uno de los conjuntos renacentistas más sobresalientes, y a la vez desconocidos, del Sureste de la Península Ibérica. Su planta es sensiblemente trapezoidal, y posee, entre otras particularidades, la de estar abierta al paisaje hacia el Este, donde conecta con otro espacio a menor cota al que recae el principal acceso de la iglesia de la Trinidad, anteriormente ocupado por el cementerio de esta parroquia. Los edificios que la rodean por sus flancos restantes presentan una notable unidad aportada por la piedra sillar, rojiza, empleada para su construcción, y por el lenguaje clasicista. Fruto de una estricta modulación son las lonjas de la Regatería y del Alhorí, con series de doce y cinco arcadas de medio punto respectivamente, organizadas en dos plantas, con entresuelos en la inferior. Su construcción se prolongaría hasta finales del XVI. Anterior es la tercera lonja, la de Santo Domingo, fachada a la plaza del convento homónimo, diferente a las otras al elevarse sobre podio que incorpora una fuente y una planta alta de menor alzado para mantener la línea de cornisa, formada por una galería adintelada de columnas toscanas y barandal pétreo.

Lonjas de la Regatería y el Alhorí, Alcaraz. José Daniel Navarro

 

EL MÁS ILUSTRE DE SUS HOMBRES

Esta época también daría a la ciudad sus más ilustres hijos: desde hombres de letras como Pedro Simón Abril y el Bachiller Sabuco y su hija, la filósofa Oliva Sabuco, hasta el cantero y arquitecto Andrés de Vandelvira, responsable de muchas de las obras que hoy admiramos en las ciudades jiennenses de Úbeda y Baeza y del diseño de la propia catedral de Jaén. En Alcaraz se le atribuye la traza de la excepcional puerta plateresca del Alhorí, obra de juventud heredera de su formación en Uclés a la sombra de Francisco de Luna y emparentada con diseños toledanos.

Portada del Alhorí, Alcaraz. José Daniel Navarro

Creación de Vandelvira es la Torre del Tardón, esbelto ejemplar adosado a la Lonja de Santo Domingo, de planta hexagonal y cinco cuerpos separados por impostas, en los que se abren ventanas y hornacinas aveneradas y se disponen emblemas heráldicos sostenidos por tenantes, rematándose por crestería que incorpora cuatro guerreros. Forma una pintoresca pareja con el vecino campanario de la iglesia de la Trinidad y ambos se miran, se aproximan, se protegen y se complementan en una suerte de amor imposible donde el destino, caprichoso, impide que lleguen a abrazarse. Juntos, no obstante, consiguen dar a este espacio de marcada disposición horizontal el contrapunto ascensional que lo hace único.

 

Acueducto de los Arcos con el castillo al fondo, Alcaraz. José Daniel Navarro

DIVORTIUM AQUARUM

Nos llevamos de Alcaraz una sensación agridulce: la postración actual se impone al esplendor pasado en una comarca agreste que, a despecho de su importancia histórica, ha perdido las tres cuartas partes de su población en los últimos sesenta años. Tierra generosa cuyas gentes emigradas contribuirían al progreso de regiones alejadas, igual que las aguas que manan de este mar interior y que desde sus fuentes se dirigen hacia el Segura, el Júcar, el Guadiana y el Guadalquivir, alimentando otros más famosos en los que se acaban perdiendo como lágrimas en la lluvia.

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