Nuevo artículo de nuestro compañero, el historiador, investigador y gestor cultural Alejandro Martín López, que su colaboración de hoy nos habla de la muerte como patrimonio inmaterial y del significado de muchos rituales y monumentos fúnebres. 

Canal Patrimonio_Alejandro Martín López

  

“¡Bienvenidos a la visita nocturna del cementerio durante la noche de Todos los Santos!” Son las palabras que un verdadero turista alternativo e informado por una manoseada guía azul escuchará al adentrarse en alguno de los miles de tours que las principales capitales europeas ofrecen en sus camposantos de un tiempo a esta parte. Curiosos, cotillas y amantes de lo oculto han redescubierto un espacio que había permanecido fuera de las rutas culturales durante años. La muerte vuelve a estar de moda.

Europa, después de la Guerra Civil Española y especialmente después de la II Guerra Mundial y sus desmanes fratricidas, le dio la espalda a la muerte como hecho cultural. Reducida a un proceso fisiológico, aséptico, hospitalario y casi burocrático, se homogeneizó desde las costas del Báltico hasta la cuenca mediterránea, pero no siempre fue así. La muerte y todo las manifestaciones físicas y emocionales que la rodean constituyen, de hecho, uno de las primeras expresiones culturales de las sociedades humanas tal y como las entendemos hoy. De hecho, algunos de los grandes ejemplos del patrimonio cultural occidental tienen una relación directa con la muerte o el recuerdo del fallecido.

Patrimonio inmaterial y efímero

Ganar la partida a la memoria. Ese ha sido siempre el objetivo de los grandes monumentos funerarios que reyes, papas, nobleza y burguesía han perseguido cuando los encargaban. Pero no solo se diseñó con bronce y mármol para la exaltación de la muerte, también fue el cometido de grandes celebraciones litúrgicas, composiciones musicales, un ceremonial cargado de simbolismo y una forma de patrimonio cultural que por su naturaleza está abocada a la desaparición: la arquitectura efímera. Catafalcos, altares, arcos del triunfo, monumentos conmemorativos eran diseñados por los artistas de mayor prestigio para la exhibición pública durante los fastos del duelo. Construidos en madera, cartón piedra y otros materiales perecederos desaparecían a la vez que se cerraba el tiempo luctuoso. Victoria, Purcell, Velázquez, Mozart o incluso Gaudí han participado con sus creaciones en la celebración colectiva de la despedida y homenaje de diferentes personas. El de Reus, permaneció en Astorga tras la muerte de su purpurado protector, para quien estaba construyendo el nuevo palacio episcopal, los días necesarios para construir su catafalco (desaparecido) y tallar a mano su lápida (esta sí, conservada); tres días.

Originalmente consideramos parte del patrimonio cultural aquello que aún hoy podemos ver y tocar, pero sin embargo hay un mundo de patrimonio inmaterial y simbólico que forma parte de la identidad de una sociedad tanto o más que el patrimonio material. En el caso de todo aquello que tiene que ver con las pompas fúnebres hay un porcentaje altísimo de elementos culturales que se han perdido. La monarquía hispánica conservaba una de las etiquetas más complejas del occidente europeo. El cadáver del monarca debía abandonar el Alcázar madrileño a última hora de la tarde, cuando el sol se ponía por última vez para el rey. Después de una noche entera de oraciones y camino a la luz de las antorchas, la comitiva llegaba al Escorial justo con los primeros rayos del sol: un nuevo día para la nueva morada del fallecido.

Herencia que vence a la muerte

No solo los monarcas y la nobleza han conservado un especial patrimonio inmaterial entorno a la muerte. Los velorios o del mundo rural, como materialización de los roles sociales, de las tareas asignadas a cada parte de la familia y también de la fuerte red de solidaridad y consuelo de la comunidad son uno de los mejores ejemplos. Aunque también había espacio para la gastronomía y el cotilleo. Por otro lado, las cofradías y hermandades de origen medieval que surgieron a lo largo de toda la Península Ibérica para ofrecer a los más desfavorecidos una tumba digna, han generado una cantidad ingente de patrimonio material y documental, pero también inmaterial en forma de tradiciones, ceremonias y representaciones de la religiosidad que aún sobreviven en localidades tan distintas como Bercianos de Aliste (Zamora) o Zaragoza.

A veces caemos en la tentación de pensar que las personas que hoy rondan la centuria, aquellas que nacieron en las primeras décadas del siglo XX, parecen mirar el final de su vida con especial tranquilidad precisamente por eso, porque son mayores. Pero en realidad tiene más que ver con que son el último eslabón de siglos de una cultura que entendió que la muerte existe en tanto en cuanto existe la vida, y que por ello deberíamos aprovechar la segunda y celebrar la primera.

 

IMÁGENES: 1.- Mira qué bonita era. Julio Romero de Torres. Wikipedia. 2.- Catafalco de la Reina María Luisa de Orleans en la Encarnación. 1689. Wikipedia. 3.- Primera página del Requiem de W. A. Mozart. Wikipedia.