Croacia es un fascinante crisol de culturas que atrapa a todos aquellos que pisan por primera vez su hermosa costa, protegida por más de mil islas. Su innumerable variedad de paisajes da forma a un territorio cuya privilegiada posición en el Mediterráneo siempre ha despertado entre sus habitantes una natural inclinación al intercambio y al comercio.

Canal Patrimonio_Víctor Álvarez

Croacia

 

De hecho, desde la llegada de los primeros pobladores neolíticos, por aquí han desfilado las principales culturas y los más variados imperios surgidos a lo largo de la historia del continente europeo: celtas, griegos, romanos, venecianos, italianos, otomanos, húngaros, austriacos, franceses… Todos dejando su influencia en la cultura local, todos ellos generando un excepcional patrimonio histórico que Croacia ha sabido conservar con orgullo.

 

Griegos y romanos

Los griegos fueron penetrando en el territorio progresivamente a partir del siglo IV a.C., época en la que se fundan colonias fortificadas en islas como Vis (Issa) o Pharos (Hvar). Ambas conservan hoy en día una división geográfica en parcelas que es deudora de la ordenación del territorio realizada por los griegos. La relación de éstos con las poblaciones locales ilirias fue agridulce. El registro arqueológico constata un continuo intercambio comercial y cultural entre ambos pueblos, pero también una creciente hostilidad, con enfrentamientos que fueron la excusa perfecta para la entrada en el escenario del principal actor del momento: Roma. Más de cien años hubieron de guerrear los romanos hasta que, a principios de nuestra era, se hacen con el control de la que será llamada provincia romana de Dalmacia.

De este periodo se conservan importantes testimonios. Uno de los ejemplos más destacados es, sin duda, la ciudad de Pula, ubicada en el extremo de la península de Istria, al norte de la costa croata. En el año 43 Pula es nombrada colonia romana, convirtiéndose en un animado centro comercial y político. Prueba de ello son los monumentos de esta época que han sobrevivido y que podemos encontrar prácticamente en cada esquina: su impresionante anfiteatro de tres pisos, los restos del foro, el templo de Augusto o los arcos de triunfo.

Algunas centurias después, a finales del siglo III, el emperador Diocleciano decide construir en plena costa y junto a la importante ciudad de Salona, un suntuoso palacio en el que retirarse tras su abdicación. Allí vivió hasta su muerte en 313, aunque el palacio siguió activo como centro administrativo y religioso. Sin embargo, a comienzos del siglo VII, tras el colapso del mundo Antiguo y la destrucción de las ciudades circundantes por los Ávaros, la población huye despavorida a encontrar refugio en la fortaleza, dando lugar a un curiosísimo proceso. Pasaron las generaciones, pero los nuevos habitantes del palacio nunca abandonaron sus muros. Es más, fueron progresivamente transformando las ruinas romanas en un burgo medieval, no mediante un proceso destructivo, sino más bien realizando una auténtica metamorfosis, hasta dar a luz a la actual ciudad de Split: un lugar casi mágico en el que observar más de mil seiscientos años de historia en un solo parpadeo.

 

Pula, Croacia

 

Edad Media

Los hombres y mujeres que levantaron esta fantástica ciudad ya eran, propiamente, croatas: un pueblo eslavo emigrado hacia el sur en torno al siglo VII. A principios de la centuria siguiente, los croatas se convierten al cristianismo, pasando pronto a la órbita del Imperio de Occidente encabezado por Carlomagno, aunque con continuas disputas territoriales con Bizancio, hasta que en el siglo X el príncipe Tomislav inaugura el reino croata independiente, que se prolongará hasta 1102, momento en que se produce la fusión con el reino de Hungría, y con ella, la implantación masiva del sistema feudal durante los siguientes trescientos años.

En este periodo cobra especial relevancia la ciudad de Zadar, ganada a los bizantinos por los cruzados que se dirigían a Tierra Santa en 1202, y que permaneció bajo el control húngaro-croata hasta la invasión veneciana de principios del siglo XV. Su ciudad antigua es toda una delicia, a pesar de las tremendas pérdidas que ha sufrido su patrimonio por causa de las guerras del siglo XX, en especial los bombardeos aliados de 1944. No obstante, de la época plenomedieval sigue conservando excepcionales testimonios románicos y prerrománicos, como las iglesias de San Crisógono, Santa María, San Miguel, San Donato, o la propia catedral de Santa Anastasia, del siglo XII.

 

La influencia de Venecia

El comienzo de la Edad Moderna en el territorio marítimo de Croacia estará marcado por la entrada en escena de dos nuevas potencias: Venecia y el Imperio otomano. En este momento los turcos se convierten en una gran amenaza y la República de Venecia comienza a jugar sus cartas para no perder el control de las costas del Adriático. Así, en 1428 los venecianos consiguieron dominar la mayor parte de Dalmacia, con la excepción de la ciudad-Estado de Ragusa, hoy Dubrovnik, y del litoral entre Istria y Zadar, que caerá bajo la soberanía de los Habsburgo junto con el resto del reino croata.

El poderoso influjo veneciano dejará una huella indeleble en las ciudades costeras de Croacia. De hecho, la singularidad del sistema defensivo veneciano ha sido reconocida este año con su inclusión en la lista del Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La propia Zadar, convertida en bastión de la lucha de la Serenissima contra los turcos, inicia una notable transformación con el objetivo de hacer visible la supremacía de Venecia. Prueba de ello es la soberbia ‘Puerta de tierra firme’, levantada por el arquitecto veneciano Sammicheli y coronada por el -a partir de ahora- omnipresente león de San Marcos. Semejantes procesos se darán en todas las ciudades bajo el dominio veneciano hasta 1797, fecha de la caída de la República a manos del ejército napoleónico.

 

Croacia

 

Otro notable ejemplo es la pequeña ciudad de Trogir, población próspera desde tiempos medievales (con uno de los conjuntos románicos mejor conservados de la región), que también cambia su fisonomía. Ahora, además de sus bellas iglesias románicas podemos disfrutar de excepcionales edificios renacentistas y barrocos que datan de la época de la dominación veneciana.

Dubrovnik (Ragusa) quedó fuera de la órbita veneciana, perdurando como república independiente hasta comienzos del siglo XIX. Las razones de esta peculiar situación vienen de largo atrás. Ya desde los primeros años de su existencia, entre los siglos VII y XIII, Ragusa formaba parte del Imperio bizantino, aunque gozando de una notable autonomía. Tras las cruzadas, Venecia inicia su expansión en la zona, dominando la ciudad brevemente, pero en 1358, tras una guerra entre Venecia y Hungría, Ragusa pasa a depender del Reino de Hungría, aunque con derecho a un auto-gobierno casi absoluto. Gracias a su habilidad y a su independencia, Dubrovnik supo también sortear el peligro de las invasiones turcas mediante la firma de un tratado con el Imperio otomano. A cambio del pago de un tributo al sultán, Dubrovnik fue respetada por la invasión turca, que pasó muy cerca sin intentar siquiera asomarse a sus poderosos baluartes. Así fue como esta pequeña ciudad consiguió sobrevivir como un estado libre durante más de cuatrocientos años, llegando a rivalizar en los siglos XV y XVI con la propia República de Venecia y otras ciudades-estado marítimas de Italia, con una prosperidad que le valió el apodo de la ‘Atenas eslava’.

Fruto de este importante papel histórico es el patrimonio que podemos disfrutar hoy. Además de sus soberbias murallas, de casi dos kilómetros de longitud, cientos de tesoros aguardan a quien se adentre en las calles de piedra pulida de la ‘perla del Adriático’. Desde la fuente de Onofrio hasta sus iglesias y conventos, junto a las refinadas construcciones góticas y renacentistas como el palacio Sponza y el del Rector, sin olvidar el esplendor barroco que tuvo la ciudad, manifestado en las iglesia de San Blas y San Ignacio, o la propia catedral. Todo ello aguarda para sorprender y enamorar al viajero cultural.

 

 

IMÁGENES: Vistas de las ciudades de Split, Pula y Dubro. Archivo Revista Patrimonio