Cercada por el Tajo en un abrazo infinito y eterno, la Toledo imperial es el paradigma del manido tópico, como decía Caro Baroja: “Cuanto más ilustre sea la ciudad, más fantasías se han solido tejer en torno a sus orígenes”

Canal Patrimonio_Maximiliano Barrios

Laurent, J. Vista general de la ciudad de Toledo desde la Virgen del Val_Archivo IPCE

Así se le atribuyeron siete colinas, como Roma la ciudad eterna o de nuevo con Roma se la compara haciendo de ella la segunda en número de edificios religiosos tras la metrópoli. Cervantes la llama “Gloria de España y Luz de sus Ciudades”. Se la proclama ciudad de las tres culturas y su origen se viste de fabulaciones fantásticas.

Pero ante todo está su estampa que basta para explicarlo todo, su imagen a la vista de las fotografías no parece haber cambiado nada y eso la hace sin duda la más atractiva de entre las mimadas por los avatares del tiempo. Recortado en el horizonte su particular “skyline” con el Alcázar y la catedral a la cabeza.

Laurent, el autor de la instantánea que ilustra este relato, la “retrató” con asiduidad y los viajeros románticos que observaban con prejuicios nuestro país no dejaron de maravillarse ante la ventana al pasado que regalaba la pictórica panorámica de Toledo.

Si una ciudad es protagonista de su paisaje, esa es Toledo. Punto estratégico que definió el control de las extremaduras castellanas, Alfonso VI supo de su valía y el valor simbólico de su conquista, si el rey la tomaba bajo sus mesnadas, los cristianos podían cabalgar invencibles hasta la victoria. Rescatando de entre las cenizas, custodiadas por la tradición mozárabe, la ciudad revitalizó su pasado conciliar visigótico y retomó la importancia de lo sagrado en la configuración de su más íntima esencia. Es en esta época cuando se forja la cohabitación de las tres religiones, toleradas por los reyes castellanos, que permiten el florecimiento cultural cristalizado en la Escuela de Traductores, recobrando para la cultura europea los textos de la Grecia clásica y el mundo árabe. El contrapunto a este resurgir son los estatutos de limpieza de sangre, nacidos en Toledo y que anticipan el drama de la expulsión judía.

 

Vista y plano de Toledo (1610-1614). El Greco

Al comentado valor militar de la plaza se le une un furor constructivo sin precedentes, fruto de su condición de sede de la Iglesia primada de España, que llena de iglesias, ermitas, monasterios y edificios religiosos de todo ámbito la ciudad, sin replantear en lo fundamental la intrincada almendra medieval. A esta ciudad llega El Greco en 1577.

Más que hispano, El Greco es un toledano que olvida su pasado griego e italiano y renace de nuevo en una ciudad en la que se mimetiza identificado con su áurea universal. Hablan sus hagiógrafos que El Greco renuncia a su sol mediterráneo y adopta la densa luz del norte, como en este lienzo donde el cielo se torna tenebroso, sin llegar a su afamada vista de la ciudad que se conserva en el Metropolitan de New York. Como no podía ser de otra forma el pintor escribe con renglones torcidos y esculpe la vista desde el lado contrario a la norma no escrita, que sitúa como mirador privilegiado el que adoptó como suyo la ermita de la Virgen del Valle en el siglo XVII.

Quizá encargo para promocionar las nuevas construcciones que parecen decir adiós al pasado medieval de la ciudad, sobre la tela de mantel de lino el pintor resalta entre todas el Hospital de Tavera como agradecimiento sincero a uno de sus patronos, Don Pedro Salazar de Mendoza, administrador del edificio. Evocando la paleta de colores veneciana y con su pincelada atropellada característica, El Greco muestra una urbe orgullosa de su pasado proverbial pero abierta a la nueva época moderna.

Desalojada Toledo de la corte en 1561 a manos de Felipe II, éste también prescindió del Greco para su proyecto escurialense lo que hizo que el pintor se enrocara en la ciudad imperial hasta el fin de sus días. Su enigmático pasado griego se alió con la ciudad más misteriosa de la monarquía hispánica y ambos engendraron una obra legendaria.

 

Artículo escrito por Maximiliano Barrios Felipe para la Revista Patrimonio 61