Aún quedan tres semanas para visitar la exposición sobre la moda española en el Siglo de Oro abierta en Toledo, una oportunidad única para ver joyas llegadas del Louvre y de Budapest, trajes que han viajado desde Suecia y pinturas de Florencia, Varsovia o cedidas por la Reina Isabel II de Inglaterra.

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Estas son solo una parte de las 270 piezas que se pueden disfrutar en la exposición abierta hasta el próximo 14 de junio en el Museo de Santa Cruz coincidiendo con el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote. Hay objetos del Museo del Louvre de París, del Museo Nacional de Hungría -hasta ahora no expuestas en España-, de la Galería Uffizi de Florencia y de Polonia, Portugal, Gran Bretaña o Suecia, además de llegados de numerosos museos españoles como El Prado, el Cerralbo, el Arqueológico Nacional, el de Artes Decorativas, el Sorolla y la Alhambra. En total, 80 instituciones españolas y europeas han prestado piezas para esta espléndida exposición. Entre ellas, la Reina Isabel II que aporta un cuadro de su colección particular, un retrato de Juana de Austria, hermana de Felipe II, con su traje de novia.

Joyas, bolsos, chapines, trajes, guantes, armaduras y patrones de sastres han vuelto a la vida en el Museo de Santa Cruz y exhiben ante el visitante una moda sobria, sin los escotes de antaño y con el negro intenso dominando la ropa masculina gracias a un nuevo tinte llegado de América. En contraposición a esta seriedad, los guantes están perfumados -Ocaña (Toledo) tenía fama internacional de elaborar los de mejor calidad y más caros-, hay una gran variedad de bolsos, se utilizan muchos cosméticos y las camisas interiores femeninas mantienen un aire morisco alegre y delicado.

Rafael García Serrano, que ha dirigido el Museo del Traje y, durante más de veinte años, el Museo de Santa Cruz de Toledo, es el comisario de esta exposición que descubre la ‘moda a la española’, cuando España era una potencia mundial en lo militar, político, económico y cultural. Y eso atañe a la moda, por supuesto. Lo que ha pretendido, ha explicado García Serrano, es mostrar piezas desconocidas para el gran público y acercar al visitante todo lo que tiene relación con la indumentaria, desde el trabajo de los sastres y el material que utilizaban hasta las plantas para obtener los ungüentos para los afeites y perfumes.

Piezas únicas

Algunas piezas son “excepcionales”, como los trajes de Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, y su hija Isabel Clara Eugenia; el jubón que perteneció al rey sueco Gustavo Adolfo, y los pendientes, colgantes y cadenas que se custodian en Budapest y París. Otras, además, son curiosas como la babucha veneciana con una plataforma de 64 centímetros: las babuchas se inspiraban en el mundo árabe y las que tenían una altura tan elevada solían ser calzadas por prostitutas.

Sobre el calzado hay que tener en cuenta el amplio glosario de términos que utilizaban, desde abarcas y botillas (medias botas de mujer) hasta chapines y chinelas, pantuflos, sandalias, zapatos, zapatillas y zapatones y zuecos. Aquellas mujeres del Siglo de Oro utilizaban, y mucho, la cosmética para encarnar el ‘ideal’ de la época, cabellos rubios, rostro blanquecino, ojos pintados, labios rojos y pómulos sonrosados.

Para los cabellos rubios se untaban harina de trigo blanqueada; coloreaban labios y pómulos con carmín extraído de la cochinilla; se pintaban los ojos con sulfuro de antimonio y las cejas y pestañas con hollín de pez, y blanqueaban su tez a base de hojas y raíces de ortigas, harina de arroz y el tóxico solimán. De hecho el uso de tantos cosméticos era motivo de discusión en la sociedad, entre quienes hablaban de su peligrosidad (productos químicos) e incluso inmoralidad, y quienes decían que eran para embellecer. EFE_Lidia Yanel