Quinientos diez kilómetros son los que separan París de Amsterdan; entremedias, tres países y el corazón de Europa, tal y como la conocemos hoy. Quinientos diez kilómetros, y algunos más en barco, son los que separan a Roma y Venecia, y durante siglos esa distancia se midió a base de tratados y excomuniones alternas entre la República y la Sede de Pedro. Un poco más de quinientos diez kilómetros separan Londres y Edimburgo, y el semillero de enfrentamientos militares, dinásticos y religiosos que enfrentaron a ingleses y escoceses durante generaciones hasta hoy.

Canal Patrimonio_Alejandro Martín López

 

Fotografía del castillo de la Raya en Monteagudo de las Vicarías (Soria). Autor: PMRMaeyaert

 

Quinientos diez kilómetros también separan el Castillo de la Raya en Monteagudo de las Vicarias (Soria) y el castillo de Sarracín en Vega de Valcarce (León). Entre ambos una de las regiones administrativas de mayor extensión de la Unión Europea. Tan grande que en su territorio cabrían Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos con la tierra robada al mar incluida. Pero no es de superficie de lo que queremos hablar, es de esos centinelas que a lo largo de la Edad Media se colocaron en las fronteras entre reinos para vigilarse unos a otros por el rabillo del ojo, y que, como si nadie les hubiera advertido de que su guardia terminó hace siglos, siguen firmes, y aunque desdentados aun con el ojo avizor.

El primero se levanta en mitad de un paisaje casi desértico, donde los rojos y los ocres ocultan los pocos verdes que han crecido durante la primavera. Podría pasar por un castillo de los cruzados en la franja Sirio-Palestina, o un caravasar de la Ruta de la Seda. Sobre una pequeña mota, domina la frontera entre los reinos de Castilla y Aragón, que sigue imperturbable a sus pies entre sus murallas y la ermita de San Marcos.

El segundo, por el contrario, parece sacado de una novela gótico-vitoriana. Entre los valles más profundos del sistema galaico-portugués, rodeado por castaños y robles, las ruinas de este destacamento van perdiéndose entre la vegetación invasiva y la bruma de las mañanas frías de invierno. Así vigila el paso de peregrinos por el puerto de Piedrafita y de los cientos de miles de vehículos que pasan bajo su mirada cada día entre Galicia y Castilla y León.

 

Castillo de Sarracín, Vega de Valcarce (León). Autor: David Perez

 

Solo dos castillos en el escudo

La silueta de las almenas, recortadas sobre el cielo azul es uno de los elementos más importantes de la imagen del Patrimonio Cultural de Castilla y León. De hecho, la presencia de fortalezas castellano leonesas en las listas de “los diez castillos más impresionantes de España, el mundo o el universo”, suele estar asegurada. Sin embargo, ¿cuál es el número real de castillos, torres de vigía, destacamentos militares distribuidos por nuestra geografía? Casi quinientos edificios están indexados en el Catálogo de Bienes Protegidos de Castilla y León como castillos, torres, fuertes o fortalezas. A este número ya abultado habría que añadir los yacimientos arqueológicos de edificios de la misma tipología. Un catálogo amplísimo de arquitectura defensiva que va desde las torres de vigía del norte de Burgos hasta los grandes castillos de Coca o Peñafiel.

En manos de las Administraciones Públicas unos, en manos privadas otros, y bajo la custodia de no se sabe quién muchos de ellos, se enfrentan al paso del tiempo de forma desigual. Es una realidad inapelable que es imposible hacer frente a la conservación de todos y cada uno ellos como espacios museográficos desde la Administración Pública. También es evidente que entes privados probablemente se interesen por edificios de cierto empaque histórico, artístico o arquitectónico, y no por pequeñas torres de vigía perdidas en el páramo poblacional en que se está convirtiendo este territorio.

A diferencia de otros elementos patrimoniales, como las casas solariegas, palacios, iglesias y cenobios, recuperar la funcionalidad de estos edificios es harto complicado. Primero porque, al menos de momento, no vamos a necesitar que nadie vigile nuestras fronteras con lo que la opción de devolverlos a su naturaleza original está descartada; y segundo porque otras funciones que se suelen adjudicarse a espacios patrimoniales (sedes de entidades públicas, espacios museográficos, establecimientos turísticos… etc.) son viables casi exclusivamente para castillos que estén cerca de poblaciones más o menos bien comunicadas. Nadie va a invertir en la restauración de castillo como hotel en plena sierra Teleno al que se accede después de una caminata de casi una hora entre monte bajo y espino. O sí.

 

Castillo de Peñafiel (Valladolid). Autor: Maximiliano Barrios

 

Piedras viejas e ideas nuevas: post-its amarillos.

Siempre que pensamos en la rehabilitación de elementos de Patrimonio Cultural lo hacemos en un sentido conservador: o que vuelvan a su función original o que se conviertan en museos (o sala de exposiciones, o centros culturales, o centros de interpretación: mismos perros con distintos collares). Pero a lo mejor es la hora de empezar a pensar fuera de los muros de sillares, más allá de funciones estrictamente culturales. No significa que dejen de ser accesibles a aquellos que quieran disfrutar del edificio en tanto en cuanto son patrimonio, pero es imposible mantener y dotar de contenido tantos centros interpretativos como castillos hay en la comunidad autónoma… además en que sitios, ¡válgame Dios!

En este campo, las entidades privadas tienen más experiencia. Las circunstancias de la economía han llevado a cientos de empresas o particulares a reinventarse “fuera de la caja”. Tal vez es hora de invitar a aquellos que más saben de la reformulación para apostar por una nueva vía para los viejos castillos dispersos desde los riscos más elevados de los Picos de Europa hasta las planicies eternas de Tierra de Campos.

Al fin y al cabo, no son solo testigos de siglos de enfrentamientos, sino los restos físicos de una primitiva pero eficiente red de comunicaciones entre puntos lejanos, cuando el correo más veloz dependía de tu capacidad de reventar caballos de postas. Pueden seguir vigilando: vigilando y protegiendo nuestra fauna y nuestra flora. Ayudando en la salvaguarda de nuestro Patrimonio Natural. Pueden dar cobijo a aquellos que nos gusta la montaña, pueden ofrecer aislamiento al que sufre del mal urbano. Si una vez fueron la punta de lanza de la cultura del enfrentamiento religioso y militar, hoy lo serán de la lucha contra la despoblación. Guardemos las espadas y ballestas y armados de post-its amarillos busquemos las quinientas diez ideas que salven a nuestros castillos del olvido definitivo.

 

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