En la sociedad actual, la imagen tiene una importancia capital y el intercambio de información ya no puede comprenderse si no se acompaña de esa plasmación de la aparente realidad que es la fotografía, técnica que está en los cimientos del mundo audiovisual en el que nos desenvolvemos.

 

Autora: Zoa Escudero

 

El impacto que en nuestra cultura ha tenido el desarrollo y uso de la fotografía en los últimos dos siglos ha sido trascendental, y seguramente no sea posible explicar la realidad contemporánea sin tener en cuenta el papel que este procedimiento ha desempeñado desde mediados del siglo XIX en la forma de percibir, conocer y compartir el mundo.

Es cierto que desde la remota antigüedad distintos pueblos y culturas idearon fórmulas para representar e interpretar su entorno, real o imaginario, plasmando gráficamente el universo propio y comunitario. ¿Qué si no son las pinturas rupestres, auténticos álbumes de la fauna local? ¿Y la escultura clásica, que convirtió en imágenes puramente humanas los conceptos más etéreos, los mitos, las virtudes, los dioses? El dibujo, el grabado, la cartografía…casi cualquier representación artística y gráfica tangible, es fruto de la ambición humana por atrapar y transmitir la realidad, las distintas realidades que interesan o importan en un determinado momento.

Templo de las Monjas, Chichén Itzá (Méjico). Fotografía de C.J. Desiré Charnay en 1860, pionero de la exploración de los asentamientos de la cultura maya que viajaba con un equipo fotográfico de más de 1.000 kg. de peso.

 

La generalización de la técnica fotográfica contribuyó además a transformar las disciplinas científicas, ampliando enormemente las posibilidades de estudio, de acercamiento del público a las mismas y, particularmente, la capacidad para compartir y difundir los descubrimientos.

La fotografía se fue convirtiendo en la prueba palpable, exacta y fiel, de la existencia y características de las cosas, permitía a quien la utilizaba y proporcionaba al que la contemplaba la certidumbre de estar ante un documento auténtico.

La fotografía en los comienzos de la arqueología

La arqueología, en un sentido aproximado al que hoy conocemos, no se convirtió en una disciplina  científica  hasta  mediados del siglo XIX,  en  el contexto europeo de surgimiento de un gran interés por el enfoque positivista de las ciencias, que requerían cada vez en mayor medida de representaciones realistas y objetivas, más allá de las imágenes aproximadas e inexactas de los grabados, dibujos, croquis o litografías, por mucho rigor que estos alcanzasen.

Conjunto de esculturas halladas en la Acrópolis de Atenas. Fotografía de 1866. Las piezas se disponen acumuladas y descontextualizadas, sin referencias ni escalas, destacando su interés como objetos escultóricos. Acropolis restoration service. Adoc-Photos, Art Resource, NY

El espíritu expansionista y de confianza en el progreso tecnológico que se comienza a implantar en el ámbito occidental en las décadas centrales de dicha centuria, proporcionaron un contexto apropiado para el desarrollo de la técnica fotográfica como el de la misma ciencia arqueológica, que ahora empezaba a ofrecer a los curiosos e interesados del viejo mundo una visión “realista” de monumentos, pueblos, culturas y objetos de otras regiones desconocidas.

El afán clasificatorio y comparativo de la ciencia decimonónica encontró un magnifico aliado en el uso de la fotografía, clave para conseguir establecer y demostrar la historia de la cultura material, a la vez que satisfacía el enorme apetito que despertaba el atractivo de las culturas desaparecidas y los monumentos del pasado.

Francia fue el país que inventó la fotografía en torno a 1830 y en el que se adivinó con mayor rapidez el interés que la técnica presentaba para crear una conciencia nacional mediante la consolidación de las imágenes de las culturas de su pasado, recibiendo a partir de 1840 un gran apoyo público e institucional que explica sus magníficas colecciones, por ejemplo, de piezas y monumentos egipcios.

En realidad, en estas primeras etapas, las instantáneas se dedicaron sobre todo a inmortalizar las construcciones arquitectónicas y grandes monumentos, como las que en Italia se comenzaron a tomar en esta misma década de los cuarenta tanto por interés científico como por la moda del recuerdo turístico impuesta por los viajes del “Grand Tour” o del “Voyage” para conocer sobre todo los restos de la Roma clásica y del Renacimiento.

Cualquiera de estas imágenes pioneras constituye hoy un testimonio muchas veces único e irrepetible del estado y situación de aquellos elementos, cuando no de su existencia, al documentar en no pocas ocasiones construcciones o evidencias hoy desaparecidas.

Aunque fotografía y arqueología comenzaron de la mano un camino bastante paralelo a partir de un momento en torno a 1839 en que se considera inventada la fotografía moderna, basada en el principio del positivo y negativo (método del calotipo de Fox Talbot), no será hasta una treintena de años después cuando comience a aplicarse la técnica de forma más habitual para el registro y el análisis arqueológico.

Aplicaciones anteriores existieron; ya en 1850, expediciones como las de Maxime du Camp durante las obras del Coliseo de Roma, o las exposiciones de gran éxito popular en Londres de imágenes estereoscópicas y diapositivas sobre “las bellezas del Nilo” en esas mismas fechas, son ejemplos de lo que la técnica fotográfica comenzaba a representar; registro de la curiosidad, experimentación y entretenimiento, apenas conciencia aún de su posible papel en la investigación arqueológica. A ello contribuía sin duda lo costoso y complejo del procedimiento, la dificultad de acarrear y viajar con los pesados equipos y la escasez de profesionales con conocimientos sobre esta nueva técnica.

Un tanto particular es el caso de Gran Bretaña, donde la fotografía impresa de monumentos experimentó un gran auge de forma adelantada, cuando aún resultaba un método caro y exclusivo, comenzándose por ejemplo a explorar procedimientos fotográficos innovadores para registrar interiores con prototipos del flash, como hizo en la Gran Pirámide C.P. Smith con luz de magnesio, ya en la temprana fecha de 1865.

Durante las últimas décadas del siglo XIX, a partir de 1870 hasta principios del siglo XX, las notables transformaciones técnicas y metodológicas abarataron los métodos y precipitaron una popularización del uso de la fotografía en muy distintos ámbitos, con los que la asociación de la fotografía a los estudios arqueológicos se produjo de forma progresiva y definitiva.

Las posibilidades que la técnica actual ofrece incluso para modificar las fotografías antiguas, descubre oportunidades nuevas y nos acerca a una cierta realidad del pasado que se ha evaporado en el tiempo. Las instantáneas reales del descubrimiento en 1922 de la tumba del faraón Tutankamon, en Egipto, son y serán para nosotros siempre en blanco y negro. Las icónicas imágenes de los objetos in situ, tal y como los vio Howard Carter, coloreadas en 2019 con el sistema Dynamichcrome, nos convierten casi en partícipes del asombro del hallazgo. Foto Griffith Institute, University of Oxford (tomada de National Geographic)

En este sentido, puede mencionarse la obra pionera del naturalista francés E. Trutat, de 1879: La photographie apliquée i la archéologie, como guía de uso y empleo en esta disciplina en concreto; ya en los primeros manuales de metodología arqueológica de comienzos del siglo XX, como es el del británico W.F. Petrie (Methods and aim of Archaeology), de 1904, se incluyen consejos prácticos y recomendaciones para el empleo de la técnica a partir de las experiencias propias del autor.

En la misma dirección, es significativo el comentario del epigrafista alemán E. Hübner, quien, en 1888, se lamenta de que de las excavaciones arqueológicas entonces efectuadas en Tarragona, no hubieran quedado planos, dibujos o grabados con detalle, realizados a partir de las fotografías tomadas en distintos puntos del recinto.

Este dato nos habla de cómo la fotografía se incorporaba ya a finales del siglo XIX, (aunque al parecer de manera precaria en España), a los métodos de registro en el curso de las excavaciones arqueológicas y cómo comenzaba a entenderse como un sistema imprescindible para la interpretación y aprovechamiento científico de los hallazgos, no solo como un documento gráfico, probatorio y destinado a captar y presentar momentos y hallazgos singulares.

Todavía faltaban unas décadas, al menos hasta el periodo de entre guerras, para que se despegara definitivamente una práctica fotográfica con interés para la arqueología de la que podríamos llamar fotografía arqueológica, documental, científica e instrumental para el registro y estudio de los datos arqueológicos, sin desestimar sus otros valores estéticos, creativos, emocionales, incluso discursivos e ideológicos.

En el periodo de entreguerras las grandes instituciones y academias comenzaron a sufragar expediciones arqueológicas y el registro científico de los hallazgos, inmortalizándolos mediante la fotografía de campo. En esta etapa se utiliza frecuentemente la figura humana como referencia de la escala. Matthew Stirling, antropólogo estadounidense financiado por el Instituto Smithsoniano y la National Geographic, excavó y descubrió al mundo en 1938 las espectaculares cabezas Olmecas de Méjico. Foto Instituto Smithsonian

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