Vista desde el norte, la villa burgalesa de Lerma ofrece una estampa peculiar, dotada de una coherencia y unidad arquitectónica poco frecuentes. Al estar encaramada en un cortado sobre el río Arlanza, no se han construido ante ese flanco urbano edificios modernos que lo desfiguren. Tal unidad es la consecuencia de un hecho singular: todas las construcciones visibles, desde el alto palacio ducal hasta la colegiata, levantada cerca de la zona baja, están unidas entre sí por un largo pasadizo, que permite ir de un extremo a otro de la población sin pisar la calle. Antaño ese pasadizo era incluso más largo, pues, sobrepasado el palacio, giraba noventa grados para llegar hasta el aledaño convento de San Blas.

Canal Patrimonio_ Miguel Sobrino González

Pasadizo de la Catedral de Barcelona

Era costumbre de los poderosos procurarse caminos por las alturas, traduciendo a lenguaje arquitectónico su congénita altivez. Se trata de un fenómeno extendido por todas las épocas y latitudes: del antiguo Egipto conocemos el puente que unía el templo con el palacio de Akenatón, salvando la anchura de la calle principal de Amarna; en Córdoba, los califas atravesaban por el sabat para ir desde su palacio hasta la maqsura de la mezquita mayor, un dispositivo repetido en la ciudad palatina de Madinat al-Zahra y también en la Alhambra. El pasadizo más famoso de todos es seguramente el llamado corredor vasariano, que en Florencia une los palacios Vecchio y Pitti. Para lograrlo debe atravesar el Arno, así que una de las construcciones que cabalgan sobre el celebérrimo ponte Vecchio no es otra cosa que un tramo de ese largo corredor florentino.

En la Barcelona medieval, un pasadizo unía la capilla real, el palacio real mayor y la catedral; para llegar a esta última, podía salvarse gracias a un puentecillo el vacío interpuesto por la calle de los Condes. La catedral barcelonesa estaba concebida como un teatro sacro, con un piso superior (a la manera de una herradura teatral) dotado de palcos y en su centro, iluminada y enaltecida por el cimborrio, la alta y lujosa tribuna real: se anuncia aquí el esquema que habrían de seguir más tarde los teatros reales, en los que siempre destaca la presencia de un espacio, alto y centrado, reservado a los monarcas. Y es que, cuando los espectáculos musicales y teatrales habían logrado sustituir a los religiosos como lugares de encuentro y representación, la similitud funcional hizo que se repitiera casi literalmente el esquema barcelonés: en Nápoles, el palacio real está unido por un pasadizo con el teatro de San Carlos, donde espera a los monarcas un rico palco o tribuna.

No debe ser casualidad que la catedral gótica de Barcelona se comenzase a construir a finales del siglo XIII, poco después de una época de revueltas. Duplicando los niveles del templo y conectándolo con el palacio, los reyes de Aragón estaban cuidando su seguridad, dando lugar al mismo tiempo a un complejo arquitectónico de hondo contenido simbólico. Porque una tribuna era un lugar desde el que poseer un punto de vista privilegiado, pero también para ser visto. Por algo los dos relieves que flanquean la tribuna real barcelonesa (tan parecida a la que existe en otra catedral palatina, la de Praga, ligada también por un puente con el palacio) representan la Ascensión y Pentecostés: es decir, dos momentos en los que, de forma excepcional y en sentido tanto ascendente como descendente, se da la comunicación entre el nivel que ocupa cotidianamente la humanidad y otra esfera superior.

Entre las tribunas y pasadizos que aún subsisten, destaca el bellísimo conjunto gótico del castillo e iglesia de Valderrobres, con su puentecillo y su balcón alto hacia el interior del templo; aún más antiguas son las tribunas reales que menudean en la arquitectura prerrománica asturiana, u otras ya de época románica como la de San Isidoro de León, donde el espacio alto que se abría hacia la iglesia y se conectaba con el desaparecido palacio es hoy la sala principal del museo. Llegados a la Edad Moderna, sin salir de nuestro país subsisten todavía muchos ejemplos: en La Puebla de Montalbán, los pasadizos entre el palacio y la iglesia conforman parte de la plaza; en Pedrola, donde se piensa que Cervantes se inspiró para la segunda parte del Quijote, el palacio está lejos de la iglesia, por lo que el pasadizo debe recorrer por las alturas buena parte del casco urbano. En Arcos de la Llana o en Umbrete, son las residencias episcopales las que se unen mediante pasadizos a las iglesias, dando la réplica a tantos puentes catedralicios (Toledo, Valencia, Zaragoza, Oviedo, Gerona…) encargados de establecer comunicación entre los templos diocesanos y los palacios de obispos y arzobispos.

Este sistema urbano paralelo, que reproduce unas calles y salta sobre otras para evitar el cruce entre los privilegiados y los que no lo son, ha sido diezmado en tiempos recientes. En Barcelona, el puente de la calle de los Condes desapareció en fecha indeterminada; en León, el bellísimo pasadizo catedralicio (construido al mismo tiempo que el templo mayor gótico) se derribó hace cien años; en Zaragoza, el que unía la Seo con el palacio arzobispal fue demolido a mediados del siglo XX. Como las puertas de muralla o las casas con voladizos, a ojos de los urbanistas modernos parecían poco más que estorbos para el tráfico rodado y para la visión despejada de las calles, cuyos quiebros eran también eliminados al sustituir las antiguas fachadas por otras trazadas a cordel. Los corredores y pasadizos que aún perviven sirven como recuerdo material de la sociedad estamental (no tan superada como acaso se cree: los pasadizos han sido hoy sustituidos por los coches oficiales, con el mismo objetivo de evitar que los poderosos se mezclen con los súbditos) y, sobre todo, componen algunas de las estampas más interesantes, elocuentes y desconocidas de los escenarios urbanos del pasado.

La tribuna de las cariátides

La tribuna de las cariátides

La extraña planta y disposición del Erecteion, uno de los templos levantados en la Acrópolis de Atenas, se debe al carácter sagrado del suelo que lo sustenta: tanto el volumen central como el pórtico norte, el recinto oeste o la tribuna de las cariátides se erigen sobre algún punto señalado por un sepulcro notable, un árbol sagrado, un altar o las señales dejadas por una deidad. Su elemento más conocido, la tribuna de las cariátides, protege la tumba de Cécrops, pero nada más se sabe de otras posibles funciones. Quizá sirviese también, realmente, como tribuna, desde donde las máximas autoridades civiles de Atenas pudieran presenciar el final de la procesión de las Panateneas. Que bajo esas autoridades se encontrase el lugar de enterramiento del que el mito considera el primer rey de la ciudad, convertido así en garante del gobierno local, no haría más que apoyar esta hipótesis.

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