El Madrid de los años cincuenta aun luchaba por desprenderse del velo gris y plomizo de los años de la postguerra. No era el París de inicios del siglo XX, ni el Londres de Turner y sus coetáneos, pero una nueva generación de artistas comenzaba a forjar su carrera. Entre muchos, unas pocas mujeres, y entre las pocas, una ingresa en 1955 como única alumna de “Dibujo, modelo y talla escultórica” en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Diecisiete alumnos; una alumna.
Canal Patrimonio_Alejandro Martín López
Esta joven maragata, ha descubierto en Salamanca que su alma, aunque pertenece al arte, no se encuentra cómoda en la inmaterialidad de la música. Prefiere la piedra dura, la que cuesta tallar, aquella a la que da “miedo meter el puntero”. Desde entonces, Castora Fe Francisco Diego, “Castorina” dibuja, graba, pero sobre todo talla como forma absoluta de manifestación de ese espíritu inquieto que, durante la convalecencia infantil, modelaba la cera que caía de las velas.
Aunque trabaja sobre muchos soportes, siente preferencia por los grandes cantos de río, no especialmente nobles para la talla, son su materia prima preferida. En ellos, como enroscadas, para protegerse aun mejor, sus maternidades se convierten en la materialización de la ternura.
Algunas de sus obras se pueden ver en las calles de Astorga, la ciudad que la vio nacer y morir. También protagonizó exposiciones monográficas en la Fundación Cerezales Antonino y Cinia, el Instituto Leonés de Cultura y en otros espacios.
Los que tuvieron la suerte de que sus vidas se cruzaran con ella dicen, sin embargo, que la mejor retrospectiva de su obra está todavía por hacer. Si como Castorina reconocía en una entrevista “el arte es un alimento para el espíritu”, habrá que esperar para disfrutar aun de los manjares que salieron de su cincel.
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IMAGEN: Pieza de una de las últimas exposiciones de Castorina. Alejandro Martín López