En los albores del III milenio antes de Cristo, a orillas del mar Egeo, surgió una de las civilizaciones más antiguas y fascinantes de Europa. Un mundo avanzado y original que gracias a su ubicación equidistante entre Asia, Europa y África se situaba en el centro de las comunicaciones de la época. Algo que les convirtió en los dominadores del mar y del comercio, propiciando un desarrollo social pacífico, en cierta medida aún envuelto en el misterio.

Canal Patrimonio_ Víctor Álvarez Gutiérrez

Sarcófago Aglia

En Creta, los orígenes de la Grecia antigua se funden con la leyenda. De hecho alguno de los mitos primigenios de la civilización griega tienen como escenario diversos lugares de esta isla. Podemos poner como ejemplo uno de los mitos teogónicos más importantes, el del nacimiento de Zeus. Según este, Crono iba devorando uno a uno todos los hijos que nacían de Rea. Ante tal situación la madre huye a Creta para dar a luz en secreto al último de ellos, Zeus, y después consigue engañar a su esposo entregándole a cambio una piedra envuelta en pañales. Zeus fue criado y amamantado por Amaltea en la cueva Dikteon, situada al este de Creta y con el paso de los años hará tomar a Crono unas hierbas que le provocarán el vómito y con él, la vuelta a la vida de los hermanos del dios supremo: la primera generación de dioses olímpicos. Divinidades que encarnan la plenitud de valores de la civilización griega clásica.

Otro de los mitos fundamentales para entender la importancia de Creta en este momento protohistórico es la compleja sucesión de hechos que suceden al rapto de Europa. Europa era una bella princesa fenicia de la que Zeus queda prendado. Un día, mientras esta se baña en el mar, el dios -metamorfoseado en toro- la rapta y la lleva a nado hasta las costas cretenses. De la relación entre Europa y Zeus nacen tres hijos. El primero de ellos, Minos, se convertirá en el indiscutible rey de Creta gracias a la ayuda de un toro sagrado enviado por Poseidón. Será este toro el progenitor del famoso Minotauro, producto de su unión sexual con Pásifae, la esposa de Minos. El rey, escandalizado, recluye a la bestia en el célebre laberinto construido por Dédalo y lo alimenta ritualmente con los jóvenes que Atenas envía cada año como tributo de sangre. Según los ciclos mitológicos atenienses será Teseo el encargado de dar muerte al Minotauro cretense, con la ayuda de Ariadna y su famoso hilo.

Sin duda, estos relatos legendarios no solo nos narran unas jugosas historias sentimentales (auténticos folletines de la época) sino que también nos están hablando de la fundación mítica de la civilización minoica y del gran poder que acumulaba la isla más grande del Egeo en torno al segundo milenio antes de Cristo, momento en el que era capaz de imponer tributos a polis como Atenas.

Entre estos mitos cretenses también se destilan algunas de las características culturales más significativas de su civilización. Buen ejemplo es la recurrente aparición del toro, símbolo sagrado de la religión minoica. Un animal que podemos ver también en numerosas representaciones figurativas del arte cretense, que remiten a la práctica de la “taurocatapsia”, un ejercicio -o quizá un rito de paso- en el que los jóvenes realizan diversas demostraciones de agilidad con un toro salvaje. Por otro lado, en el recinto que Dédalo construyó para encerrar al Minotauro podemos entrever, quizá, una lejana referencia a la arquitectura de los famosos palacios minoicos, auténticos centros de su civilización, cuya intrincada organización evoca a la perfección la noción de laberinto.

Playa de Balos de Creta

Precisamente, esa maraña de pasillos y vericuetos fue lo que empujó al legendario y peculiar arqueólogo Sir Arthur John Evans, descubridor de Cnosos, a proclamar de manera apresurada el hallazgo del propio laberinto del Minotauro. Algo en cierta medida comprensible ya que, si bien es cierto que la estructura de estos palacios fue en origen más sencilla, las sucesivas modificaciones, yuxtaposiciones y destrucciones sufridas a lo largo de los siglos han generado una complejidad que a nuestros ojos parece escapar de toda lógica.

Estos lujosos conjuntos se estructuran en torno a un gran patio central, alrededor del que se distribuyen infinidad de estancias, unidas por medio de escaleras y pasillos: habitaciones ricamente decoradas al fresco, recintos sagrados, fuentes ceremoniales, estructuras teatrales, numerosas bodegas, talleres y despensas, archivos, patios, baños, propileos monumentales, pasillos… Complejas plantas que daban respuesta a las características de la sociedad y economía local, que necesitaba amplios espacios de almacenamiento para los excedentes destinados al comercio, áreas dedicadas a la producción artesanal de los objetos más variados y una zona palacial para albergar la administración de todo ello.

La homogeneidad de los palacios minoicos que han llegado hasta nuestros días atestigua la existencia de una arquitectura propia de Creta, con un alto grado de especialización. La presencia de varios niveles en altura, la existencia de canalizaciones, la utilización de la columna y avanzadas técnicas de construcción o la rica decoración pictórica son buenas muestras de ello. Los primeros palacios cretenses se construyen hacia los inicios del segundo milenio a.C., si bien por causas que nos son desconocidas, alrededor del año 1700 a.C se produce una destrucción generalizada de estas primitivas construcciones. A partir de esa fecha se inician las reconstrucciones y ampliaciones de los palacios, dando lugar a la etapa que los arqueólogos han denominado como de los “nuevos palacios”.

Quizá el edificio de esta tipología cuya estructura se acerca más a la que debió de tener originalmente sea el de Malia, en la costa norte de la isla. Aunque carece del esplendor de Cnosos, su gran extensión y la profusión de instalaciones pensadas para la agricultura y no tanto para la artesanía, nos hablan de su importancia como centro rural en la región. Otro ejemplo es el de Festos, caracterizado por la presencia no solo de un gran patio central, sino de otros pequeños patios exteriores, todos ellos enlosados. A imitación de los palacios surgieron alrededor de la isla asentamientos de menor tamaño pero de gran interés artístico, como Agia Triada. Seguramente se trataba de residencias de descanso o villas campestres de la nobleza gobernante, en este caso de la procedente precisamente del palacio de Festos.

Pero será Cnosos el máximo exponente de los nuevos o segundos palacios, que tendrán su época de esplendor a mediados del siglo XV a.C. Una construcción extensa y compleja que nos muestra el auge de la sociedad minoica en ese momento, un esplendor que se refleja tanto en los aspectos económicos como en los culturales. No en vano destaca en Cnosos el gran desarrollo de la pintura al fresco, la escultura y otras artes decorativas, especialmente en su ala oeste, la zona de representación. Allí se encontraron frescos como el de “la Parisina”, estancias como el salón del trono -decorada con grifos y elementos vegetales- o el mégaron de la reina -con sus bellos delfines-, así como cámaras de ofrendas, donde fueron halladas las famosas estatuillas de las sacerdotisas de las serpientes. Elementos que a buen seguro nos resultan familiares, pues sin duda nos hallamos ante uno de los monumentos más conocidos de la Antigüedad, si bien es cierto que los criterios de restauración seguidos por un enfervorecido Evans a principios del siglo XX distan enormemente de los que hoy aplicaríamos a tan singular testimonio histórico.

Cnosos, centro neurálgico del poder minoico, extiende su influencia también hacia la época micénica, pues estuvo en activo hasta el siglo XIII a. C. momento en el que tanto el palacio como la propia civilización que representa colapsaron por inciertas causas, dando paso a los llamados años de la Edad Oscura.

Un artículo de Victor Álvarez Gutiérrez, Director del área de Turismo y Cultura de la Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico