No hay forma más efectiva de subyugar a una sociedad que destruir todo aquello que encarna su alma: su herencia cultural, sus referentes espirituales, intelectuales, estéticos y todo aquello con lo que una comunidad se siente representado. Quizá, sea ésta la máxima que explica por qué bibliotecas, torres, palacios, templos y otros elementos de nuestro patrimonio cultural se convierten frecuentemente en objetivo estratégico durante un conflicto bélico. Así lo ve y así nos lo explica Alejandro Martín López, investigador y doctor en arqueología, en este nuevo artículo.

 

Canal Patrimonio_Alejandro Martín López

 

Lugar de uno de los budas destruidos en Afganistán_Wikipedia_Sqamarabbas 

La herencia de Alejandro

El ruido sordo del engranaje de la torreta invade la atmósfera claustrofóbica del interior del tanque mientras gira en busca de su objetivo. El artillero localiza el blanco sobre el que le han ordenado disparar. Contiene la respiración un segundo mientras acciona el gatillo. En el segundo siguiente un golpe seco, y el cuerpo del tanque se sacude el polvo rojizo que tiene encima como un hipopótamo después de dormir la siesta al sol.  A la vez que el disparo, cientos de cargas explosivas hacen saltar por los aires mil quinientos años de historia, convertidos ahora en pequeños fragmentos del tamaño de un cubo de rubbik. El resto arena y polvo. A través de la mirilla, donde antes se levantaba orgullosa la efigie de Siddharta, cuando la inmensa nube de  polvo se asienta ahora solo hay un hueco, un vacío que aun despierta en el que lo observa fascinación y desprecio a partes iguales. Aunque ha destruido aquellas imágenes heréticas, su silueta sigue grabada a cincel en el rostro de la montaña.

Aquel día, en el entorno de Bamiyan, las dos estatuas de Buda talladas entre los siglo V y IX no constituían ningún objetivo estratégico o amenaza militar para el ejercito talibán, que controlaba esa región de Afganistán. Aun así uno de los ejemplos más orientales de la influencia de Grecia en el continente asiático se volatilizó como si fuera un puesto avanzado o un batería de artillería. Las dos figuras cinceladas en la arenisca y decoradas con arcilla y estuco representaban el nexo de unión que durante los últimos siglos antes de la era Cristiana existió entre el mundo mediterráneo y los valles centro asiáticos hasta el Indo. Budas vestidos con togas helénicas o retratados como Hércules.         

Evidentemente, fueron víctimas de la interpretación estricta de un texto religioso, como otros elementos del Patrimonio Cultural lo han sido antes. Pero, ¿qué estrategia subyace tras la destrucción del Patrimonio durante un conflicto armado?

 

Templo de Bel, Palmira, Siria_Wikimedia_Bernard Gagnon

 

La amenaza de las bibliotecas y los palacios

A lo largo de la historia de los enfrentamientos bélicos, plagados de mil y una atrocidades, llama la atención la obsesión casi patológica por la destrucción del Patrimonio Cultural, aun cuando poco o nada tiene que ver con elementos estratégicos ofensivos o defensivos de un estado. Es evidente que castillos, torres, fuertes, murallas y demás elementos militares están concebidos al fin y al cabo para tomar parte en el choque violento entre dos fuerzas militares. Pero, ¿qué tiene que ver con la guerra una biblioteca, un templo, un cementerio o el palacio de verano del sátrapa de turno?

Durante tres días y tres noches ardió sin control la biblioteca de Sarajevo bajo los rigores del verano de 1992. Vijecnica, no era solo un magnífico ejemplo de arquitectura neo-morisco e islámico de finales del XIX, sino que también como biblioteca atesoraba una de las colecciones más importantes sobre estudios orientales de Europa, así como cientos de miles de folios de producción científica. Entre escombros y vigas ardiendo algunos de los trabajadores de la casa, ayudados por vecinos trataron de salvar parte de esos valiosos ejemplares, pero acabaron pereciendo bajo los escombros. Dicen, los testigos que vivieron aquellos días oscuros, que durante días la ciudad estuvo cubierta de fragmentos de papel quemado.

Y es que el papel, tiene eso: que arde muy bien. Lo mismo debió pensar el personal de la Biblioteca y Archivo Nacional de Iraq, cuando vieron arder el sesenta por ciento de los fondos de la colección bibliófila más importante de Oriente Medio, en abril de 2003, momento en que las tropas estadounidenses tomaron Bagdad. Entre la documentación que ardió o fue objeto de expolio posterior estaba una de los ejemplares más antiguos del Corán. Ese mismo día también fue asaltado el Museo Arqueológico de la ciudad, que evidentemente era un objetivo militar de primer orden.

Pero no solo las bibliotecas arden bien. También los palacios constituyen un objetivo apetecible para los invasores, incluso cuando ya no hay nadie que apresar en su interior, y se ha rendido quien lo custodiaba. Si los Budas de Bamiyan son uno de los hilos que dejaron tendidos las campañas expansivas de Alejandro Magno, la destrucción de Patrimonio Cultural es otro de sus legados. El aventajado alumno de Aristóteles, que se había rendido a la belleza milenaria de Babilonia o que había participado de los designios ocultos del oráculo de Amón en Siwa era de todo menos un radical intolerante. Sin embargo, cuando llegó a Persépolis, sede espiritual de ese Imperio Arquémida en desbandada y el gobernador de la ciudad se rindió incondicionalmente con tal de salvar la ciudad, el macedonio no dudo un segundo: hay que arrasar, incendiar y destruir el palacio hasta sus cimientos. No solo la literatura histórica relata esta orgía de fuego y pillaje, sino que las investigaciones arqueológicas han corroborado el fin del conjunto palaciego. Con Darío huyendo de la maquina militar de Alejandro, ¿qué objetivo tenía esta acción?

 

El violonchelista Vedran Smailović toca en las ruinas de la biblioteca de Sarajevo_Wikimedia_Mikhail Evstafiev

 

Carthago delenda est

 

“Cartago debe ser destruida”, la frase atribuida a Catón el Viejo es la respuesta a todas nuestras preguntas. No hay forma más efectiva de subyugar a una sociedad que destruir todo aquello que encarna su alma: su herencia cultural, sus referentes espirituales, intelectuales, estéticos y todo aquello con lo que una comunidad se siente representado. Roma lo tuvo claro, si quería hacer desaparecer su némesis mediterráneo debía sembrar de sal el solar cartaginés para que no hubiera ningún elemento que pudiera ser tomado como referente.

Ese espíritu ha llevado a la humanidad a destruir tanto iglesias, como mezquitas o sinagogas. Quemar y saquear palacios, pulverizar todos aquellos soportes sobre los que los siglos habían escrito la historia de una sociedad, independientemente de si era papel, pergamino o piedra.

Desde que Jerges  tomase Atenas, hasta la destrucción del templo de Bel en Palmira, el Patrimonio Cultural ha sido una víctima u un objetivo de los enfrentamientos bélicos. Después de la II Guerra Mundial, la Comunidad Internacional entendió que el Patrimonio Cultural, como herencia de las sociedades del pasado no podía ser destruido sistemáticamente en cada “quítame tú esa frontera”. En la Convención de La Haya de 1954 se establecieron algunos principios, que sin embargo se han incumplido sistemáticamente, como la protección bajo Escudo Azul de los lugares que por su valor histórico, artístico, científico o educativo deben ser preservados de las actuaciones de los contendientes.

Esta reflexión, que puede parecer pesimista y un poco trágica, es una llamada a la esperanza. ¡Qué potencial tan poderoso ha de tener el Patrimonio Cultural en la construcción emocional de una sociedad como para convertirse en objetivo, guerra tras guerra, de aquellos que quieren destruirla! Es una razón más para luchar por el estudio, la protección y difusión de aquellos elementos del Patrimonio Cultural que conforman parte de nuestra alma colectiva.

Entre tanto, el artillero afgano que vio como la efigie de Buda se desintegraba en una nube de polvo, sigue torturándose al ser consciente de que, incluso cuando están vacías, aquellas hornacinas siguen teniendo más capacidad de conmover que el estado que las destruyó.

 

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