¿Qué queda de la lejana herencia de la antigüedad grecolatina en el patrimonio democrático actual? Nuestro colaborador, Alejandro Martín López, investigador y doctor en arqueología nos invita a recorrer algunos espacios emblemáticos como el Ekklesiasterion de Paestum, el oratorio de San Felipe Neri en San Fernando (Cádiz), el Juego de Pelota Versalles o la Abadía de Westminster para responder a esta cuestión, ¿nos acompañas?

Canal Patrimonio_Alejandro Martín López

Ekklesiasterion, Paestum
Ekklesiasterion, Paestum

Han pasado varias horas desde el mediodía y entre la multitud que camina errante entre los templos descarnados de Paestum, un turista avanza decidido hacía uno de los márgenes del yacimiento arqueológico greco-romano. El sol de Campania castiga, como hace milenios, a los visitantes que cada estío buscan el descanso y el arte de perder el tiempo en las caóticas faldas del Vesubio. Al extraño podría parecerle que nuestro protagonista, que conoce perfectamente la anatomía urbana de la vieja colonia, busca la sombra de una vieja encina, pero no. Se ha detenido, casi con ceremonia ante una pequeña hondonada que se abre entre sus pies y el tronco que le da sombra. Gradas de piedra y césped dibujan círculos concéntricos que se hunden en la tierra hasta un espacio perfectamente dibujado. Aquel rincón que enmudece ante la inmensidad de los templos dóricos es uno de los más antiguos espacios de representación democrática de Occidente: el Ekklesiasterion de la colonia griega de Poseidonia.

Es cierto que esta pequeña estructura nada tiene que hacer frente a la arquitectura religiosa de la ciudad, o frente al saltador que se sumerge eternamente en la oscuridad de su tumba. Tampoco tiene mucho que decir el Ekklesiasterion de Atenas, frente a las proporciones divinas del Partenón, o los volúmenes humanos de Erecteion. El Coliseo romano, atrae las miradas de cientos de cámaras y es fondo de miles de selfies, mientras que la Curia Julia, si es que se cuela, lo hace de rondón en las fotos del arco de Septimo Severo. Y así nuestro viajero podría recorrer, inadvertido, muchos de los yacimientos mediterráneos en los que sus compañeros de ocio cultural se deleitan entre termas derruidas, lupanares escondidos y templos desdentados.

Pero, ¿dónde están los dioses antiguos a los que se rendía culto en aquellos templos?, ¿quién hace sacrificios por ellos en el siglo XXI?, ¿qué queda de los juegos gladiatorios, más allá de las reconstrucciones históricas privadas del espectáculo de la sangre?, ¿dónde están las cenizas de los emperadores que cruzaron arcos engalanados en sus triunfos? Nuestro viajero, que sabe que ya nadie lleva togas de cinco metros, es perfectamente consciente de la herencia lejana que hemos recibido de la antigüedad greco-latina: el sistema democrático de gobierno.

 

Juego de Pelota de Versalles
Fotografía extraída de Wikimedia del interior del Juego de Pelota de Versalles. Autor: BenP

 

Patrimonio inadvertido y ADN cultural.

Es cierto que poco o nada tienen que ver la democracia griega y los sistemas de gobierno democráticos actuales, pero sin embargo tampoco podemos negar que en el primero está la raíz del nuestro. Sin embargo, los espacios en los que la historia de la democracia ha ido creciendo no son especialmente llamativos para el turismo cultural. Bien es cierto que el Juego de Pelota de Versalles, palidece ante la suntuosidad y oropel del palacio que le hace sombra a unos cientos de metros (al fin y al cabo, no era más que un frontón), sin embargo, entre sus cuatro paredes, por primera vez la vieja Europa decidió darse a si misma una constitución que articulase el gobierno de una nación.

Un poco más atractivo para el amante del Patrimonio Cultural puede parecer el oratorio de San Felipe Neri de San Fernando, donde se reunieron las Cortes para redactar la Constitución de 1812, bajo el revolucionario fuego francés. Pero, quien quiere ver una iglesia, pudiendo disfrutar del Palacio Real de Madrid, o de alguna de las catedrales distribuidas por la geografía ibérica.

Es llamativo el escaso interés que despiertan en nosotros los espacios donde se fraguó el legado más trascendental de nuestra herencia cultural: el derecho a decidir quien gobierna nuestros designios. Pero por otro lado es lógico, donde la palabra, el diálogo y el consenso son protagonistas no hay espacio para la magnificencia: divina o humana.

La UNESCO si que reconoce algunos elementos de la historia democrática como parte de la herencia inmaterial que hemos recibido de las sociedades que precedieron a la nuestra. La declaración de las Cortes de León del año 1188, como Memoria del Mundo pone de relevancia la herencia inmaterial de la historia del parlamentarismo.

 

Litografía de la Abadía de Westminster, Wikimedia
Litografía de la Abadía de Westminster el año 1851, extraída de Wikimedia.

 

El diálogo: patrimonio inmaterial

Este patrimonio democrático, herencia de revoluciones y revueltas tiene algunas de sus manifestaciones actuales todavía fosilizadas como tradiciones y ceremonias. Patrimonio inmaterial.   

Las torres de la abadía de Westminster, compiten con la torre del Big Ben y la de la Reina Victoria por ver quién acumula más turistas a sus pies. Unos quieren contemplar el trono de la coronación y las tumbas de reyes, reinas, músicos, científicos y políticos que construyeron un imperio. Los otros, prefieren asomarse a la parte noble de la casa del Parlamento Británico. La gran nave donde se velan los cadáveres de monarcas y estadistas, la Cámara de los Lores, donde la jefa del estado se reúne anualmente con sus pares tocados de incomodísimas pelucas. Pero las paredes del edificio victoriano guardan mucho más que los cuadros y las togas de armiño y terciopelo. Guardan un sistema de votación arcaico, que cada jornada se repite en la Cámara de los Comunes. “Los síes a mi derecha, los noes a mi izquierda” y como en el senado romano, el lado que más personas atraiga, gana la moción. Además, una vez al año, por recordarle al monarca que es el pueblo británico quien gobierna, se permiten el lujo de cerrarle en las mismas narices la puerta al representante real. Pueden parecer gestos obsoletos, en la era de las votaciones a través de redes 4G, pero  nos recuerdan qué frágil es nuestro sistema de gobierno y cuántas vidas se perdieron para preservarlo.

Casi tan obsoleto como el sistema de votación del Parlamento Británico, es el toque de campana que en los pueblos de la cordillera cantábrica llama a los vecinos a reunirse en concejo a la puerta de la iglesia, bajo el tejado que protege de las inclemencias del tiempo tantas portadas románicas. En cada pueblo, en cada valle tendrá un nombre diferente, pero todavía hoy, de forma informal, las comunidades rurales sigan tomando decisiones a través del arte de convencer con la palabra, es sin duda parte de nuestro patrimonio cultural, de nuestro ADN.

Mientras pensaba en estas cosas, nuestro viajero ha caído por Madrid, para cambiar de avión y seguir su viaje a través de la historia de la democracia. Le han dicho que en torno al Paseo de Recoletos se encuentra la mayor colección de arte del mundo, pero a él no le interesan demasiado los retratos de monarcas manipulables, ni de santos iluminados. Se cuela en el patio de cristal del antiguo Palacio de Correos y Telecomunicaciones, que hoy alberga el Ayuntamiento de la ciudad. Quiere comprobar una corazonada que tuvo el otro día mientras veía la toma de posesión de la nueva corporación. Le explica torpemente al guardia de seguridad por qué quiere colarse en el Salón de Plenos. Después de un rato de negociaciones, consigue que con vigilancia le dejen asomarse a uno de los balcones que se abren al salón, nada de subirse al sillón de la alcaldesa.

Allí está. Su intuición no le había fallado. Inscrito en una sala cuadrangular, gradas concéntricas se hunden hasta un espacio circular perfecto en el que la palabra no tiene rincones donde esconderse del diálogo. Entre Paestum y este espacio han pasado más de veintiséis siglos, y el patrimonio democrático sigue pasando inadvertido, pero aun joven y fundamental en nuestro día a día.

 

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