Bajo un gran tejo jugaba con sus muñecas. Ahora, con pantalón rojo y un abrigo blanco nuclear, Rosa Tavira sigue peregrinando al mismo lugar, pero no se agacha, ni se pone de cuclillas, aunque no la importaría ensuciarse. Mejor dicho, ahora también disfruta, pero de otra manera, con la jardinería como objetivo para mantener vivo este bosque victoriano, con tintes afrancesados, que alberga un hueco, un microclima atlántico de la sierra entre Puerto de Béjar y Peñacaballera, en la frontera con Extremadura. “Las plantas te enseñan, te hablan…Yo era escéptica y no lo creía ¡Creedlo!”, rezuma Tavira, mientras, orgullosa, muestra cada palmo del jardín conocido como Rincón del Conde o Coto de Nuestra Señora del Carmen, ubicado entre la Autovía de la Plata y la calzada romana que lleva este nombre.

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El jardín emana un poderoso aroma. Más bien, una mezcolanza de varios, surgida de todos los árboles sagrados que alberga de distintas culturas. Tavira ha heredado un espacio casi único, alejado de la persuasión de los jardines de las mil y una noches, que guarda algunos de sus secretos y de su familia, siempre con la excusa histórica del esoterismo, incluso de lo tántrico, símbolos cabalísticos de los hebreos y una filosofía procedente de los masones. “Cuando la luna llena recorre el jardín, durante unos segundos cae su luz sobre la escalinata principal, que es el eje, el hilo conductor de la parte más formal y la frondosa”, sostiene Tavira.

“Todo esto es increíble en un jardín caótico, pero bien colocado”, acompaña Isabel López, quien trabajó durante más de cuatro años como jardinera en este espacio. El jardín, que da cobijo a un hotel de seis habitaciones y restaurante y es Bien de Interés Cultural (BIC), cuenta con siete árboles catalogados en Castilla y León. Representa “la grandeza de la naturaleza frente a la pequeñez del hombre”, según lo define esta bejarana.

Un lugar continuamente conseguido a través de especies con más de 300 años, otras con menos de un siglo de vida: el tilo plateado más grande de España, tejos, abetos Douglas, una gran ‘Auracaria’, cipreses, gigantes secuoyas de 45 metros y 120 años que recuerdan a la lejana Canadá -la primera llegó a España en 1850-, acebos, laureles, robles, melojos, cedros del Líbano y del Atlas, imperiales arces de origen noruego, increíbles castaños de indias que en época otoñal dedican su jornada a dejar caer su fruto erizado sobre el colchón de hojas que aportarán el alimento a la tierra y el último reducto de pinsapos del mundo, junto a los que se conservan en la sierra gaditana de Grazalema; todo ello con una fuerte presencia de tapizantes, imprescindible en un jardín romántico”, asevera Tavira.

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Cruce de caminos

Y a su alrededor, verduras como hipéricos, rododentos o hierbas de San Juan; una rosaleda con 220 plantas, de las que hay un centenar de subespecies diferentes y que aguarda un miliario del siglo II, dedicado a Constantino, en un lugar de paso peregrino. Todo apunta a que el Rincón del Conde se ubica en un antiguo cruce de caminos, pues la ‘Auracaria’, árbol nacional de Chile, se planta únicamente en este tipo de nudos o encrucijadas.

“En otoño el jardín muestra gran variedad de colores, pero cuando más me gusta es en enero porque tiene mucho de espiritual, con una luz especial, días de niebla. En cambio, en verano las plantas sufren mucho por el estrés hídrico y no es tan bonito”, desliza de nuevo Tavira, quien en un paseo a lo largo de las 4,5 hectáreas de árboles mágicos indica algunos de los conceptos ingleses que muestra el jardín, como su elevación por encima del resto del pueblo, “como si fuera un balcón al paisaje”, en este caso a toda la zona forestal de Puerto de Béjar.

A cada paso, una señal nueva aparece en el camino. Todas las sendas del jardín concluyen en un ciprés y la escalinata principal acaba en un cenador octogonal, con vigas de madera de brezo, recubierto con ramaje de cerezo. Conceptos que recuerdan, una vez más, a la filosofía templaria. “Este es un lugar muy importante para mi familia. Aquí, en el interior, jugábamos mucho e incluso celebrábamos alguna fiesta”, rememora Tavira. Dicen que los templarios construían los cenadores allá donde más energía había en el jardín. “Lo dicen los meditadores”, apunta. Por encima del cenador, cuando se asciende la pequeña colina, el visitante se topa con la valla metálica que separa el jardín de la A-66. “Cuando se proyectó la autovía luchamos para que cambiara de trazado. Pero no fue posible. De hecho, atraviesa una antigua zona que pertenecía al jardín. Se talaron dos abetos de Douglas de un diámetro espectacular”, lamenta la dueña de la finca, quien recuerda que a pesar de ello se ha trabajado en su conservación. Tanto, que actualmente cuenta con un sistema de riego calcado al originario de 1870.

Recuerda a paisajes tenebrosos un “espectacular” túnel de tejos, cuya semilla es tóxica según los celtas, con otra escalinata menor y un banco de madera, “réplica de los típicos que se encuentran en el Parque María Luisa de Sevilla”.

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Depredado en la Guerra Civil

Pero, aunque parezca imposible, el Coto de Nuestra Señora del Carmen esconde mucho más que especies arbóreas de todos los continentes del mundo o que una larga lista de símbolos esotéricos. Durante la Guerra Civil fue depredado por muchos, que aprovecharon las circunstancias bélicas para llevarse piedras, arrancar pequeños monumentos en forma de figuras o destruir parterres con un poderoso pasado.

Un pasado, recuerda Tavira, que también muestra otra parte, pues su familia no siempre poseyó la escritura de este jardín. Fue a finales del siglo XIX, cuando el Conde de Trespalacios, llamado Diego Torres, disfrutaba de algo que para él era su vida. “Se arruinó y mi abuelo se lo compró por 500.000 pesetas, que en aquella época era mucho dinero”, confirma la nieta, quien ratifica lo que muchos aseguran en la comarca, que el conde lo había ganado a su anterior titular en una partida de cartas.

Desde entonces, recuerda, su familia siempre ha acudido a veranear desde Extremadura, de donde son originarios. “Al pasar Baños de Montemayor (Cáceres) ya se respiraba otro aire. Yo siempre he sabido lo que había, pero no lo hemos valorado”, se despide Rosa, quien anima a visitar el jardín, abierto al público por un módico precio, pero que le permitirá conocer culturas, el estilo de vida y el medio ambiente en otros continentes y la filosofía de aquellos que en tiempos atrás privilegiaban todas sus creencias en lo tántrico.

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IMÁGENES: Nuestra Señora del Carmen entre Puerto de Béjar y Peñacaballera. Eduardo Margareto_ICAL