“Los cielos suelen derramar sus más ricos dones sobre los seres humanos –muchas veces naturalmente, y acaso sobrenaturalmente-, pero, con pródiga abundancia, suelen otorgar a un solo individuo belleza, gracia e ingenio, de suerte que, haga lo que haga, toda acción suya es tan divina que deja atrás a las de los demás hombres”.

Canal Patrimonio_César del Valle

Así comenzó Giorgio Vasari, otro paradigma de hombre del renacimiento, el capítulo dedicado a Leonardo da Vinci en su obra “Las Vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue hasta nuestros tiempos”. Leonardo fue un genio y sus propios contemporáneos así le consideraron. Sin embargo de su mano no conservamos más que veinticinco o treinta pinturas, donde se incluyen algunas de dudosa atribución y otras en las que sólo participa en pequeños detalles. Un escaso bagaje profesional, promediando menos de un cuadro al año, para un personaje que tuvo tan alta consideración. Se debe a que su carrera fue mucho más que la de un pintor. En su carta de solicitud de empleo al Duque de Milán, las primeras de sus virtudes que enumera son las de arquitecto e ingeniero, y sólo diez párrafos después menciona que también puede esculpir y pintar.

A la ausencia de pinturas finalizadas se contraponen las miles y miles de páginas con escritos, garabatos y dibujos que reflejan sus inquietudes. Aquí plasma todo lo que se le pasa por la cabeza: tratados de pintura, disecciones humanas y animales, máquinas fantásticas, elementos teatrales y mil cosas más. Evidencias de una personalidad inquieta, profundamente imaginativa hasta tocar lo fantasioso, interesado en todo lo que rodea a la naturaleza y el ser humano, hasta tal punto que Kenneth Clark, uno de sus biógrafos, le describió como “el hombre más implacablemente curioso de la historia”. Sin ninguna duda podemos afirmar que Leonardo fue un genio, pero un genio muy humano. Sus escritos están llenos de proyectos de diferentes materias, la mayoría de los cuales fueron iniciados pero nunca acabados. Da la sensación que una vez ideados y procesados en su cabeza, perdía el interés en materializarlos, llegando a afirmar que disfrutaba más con el reto de la concepción de la obra que con la ejecución del proyecto. Leonardo fue además un perfeccionista, le costaba finalizar los encargos, nunca estaba a gusto con el resultado final e incluso los retocaba pasados varios años. Es el caso del más famoso de sus cuadros, la Mona Lisa. A pesar de ser una obra de encargo, nunca lo dio por finalizado, y lo llevó consigo en su viaje desde Florencia al Loira. Tuvo una mente inquieta, pero no menos ajetreada fue su vida. Acompañemos al genio en algunas de sus etapas más significativas.

EVOLUCIÓN DE LEONARDO

Leonardo nació en Vinci, una población ubicada a unos veinte kilómetros al oeste de Florencia. La mayoría de los investigadores sitúan el alumbramiento en una hacienda a las afueras de la población. Una finca rodeada por viñas, campos cultivados y bosques que suponen su primer contacto con una naturaleza que jamás abandonaría. Fue hijo ilegítimo del notario Piero da Vinci y de la campesina Caterina Lippi. A todos los artistas renacentistas se les supone un profundo interés por la naturaleza, pero Leonardo lo convirtió en el eje de su vida. Al ser bastardo no fue enviado a las escuelas regladas de latín, donde se enseñaban humanidades y a los autores clásicos. Una ausencia que suplió con una formación autodidacta de base experimental con el mundo como laboratorio. Leonardo encarnó a la perfección las palabras de Rainer Maria Rilke, “la infancia es la verdadera patria del hombre”, y gracias a esos doce primeros años de vida en Vinci y a su aprendizaje empírico, forjó la pauta, que fue el motor de su existencia, de conocer el funcionamiento del universo a través de la naturaleza.

Ya en Florencia, moldeó su genio en el taller de Andrea Verrochio. Allí se empapó del arte clásico y de los nuevos aires renacentistas. Aunque nunca dejó de estudiar, aprender y experimentar, su formación había acabado. Abrió su taller en la ciudad, y fracasó. Su talante idealista, de emocionarse con el proceso creativo y no con la ejecución práctica, se había acrecentado. Apenas consiguió vender alguna obra, pero la genialidad ya estaba presente. Leonardo buscó nuevos desafíos en Milán, bajo las órdenes de Ludovico Sforza, quién, al igual que su padre, un señor de la guerra que alcanzó el poder en la ciudad, estaba volcado en los asuntos militares. Allí enfocó sus conocimientos al campo de la ingeniería bélica, pero también civil, ideando todo tipo de máquinas articuladas. También se destapó como un excelso productor teatral. Todo su genio creativo, con sus utópicas máquinas y singulares arquitecturas, encontraron acomodo en el diseño de suntuosas fiestas. Durante años se consideró que su participación en estos fastos efímeros fueron la pérdida de un valioso tiempo que pudo emplear en otros menesteres, pero no cabe duda que debió disfrutar ideando toda una abundancia de artilugios mecánicos y potentes escenografías, donde combinó todas sus habilidades como ingeniero, inventor, pintor y escultor, y que, salvando las distancias, podemos comparar con las grandes producciones de Hollywood o Broadway.

LEONARDO Y FRANCIA

En verano del 1499 las tropas del rey francés Luis XII invadieron Milán y expulsaron a los Sforza. Este suceso desembocó en dos importantes acontecimientos…………………………………………..

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IMÁGENES: Jaime Nuño y César del Valle