En el año del 50 aniversario del traslado del templo de Abu Simbel, en el sur de Egipto, el sol iluminó el pasado fin de semana el rostro del faraón Ramsés II en un fenómeno que solo ocurre dos veces al año y que hace gala de una majestuosa obra de ingeniería.

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Poco después de las 6.00 hora local los rayos del sol se asomaron por el horizonte de la localidad de Abu Simbel para colarse por la estrecha puerta del templo, recorrer más de 60 metros dentro del edificio sagrado en plena oscuridad y alcanzar el rostro de la estatua de Ramsés II, sentado en el sanctasanctórum del templo. Se diseñó así para que la naturaleza felicitase de forma simbólica cada año al faraón de la XIX dinastía del Imperio Nuevo (1.539-1.075 a.C.) por el aniversario de su coronación.

Minutos después, el sol también alcanzó la figura del dios Ra, a la izquierda de Ramsés II, y del dios Amón, a su derecha. En la penumbra quedó, como cada vez que sucede este fenómeno -dos al año- el dios creador Ptah, debido a su origen relacionado con las tinieblas y el inframundo. Durante los 20 minutos que duró el acontecimiento, cientos de turistas, extranjeros y egipcios, pudieron disfrutar de la asombrosa imagen de un templo completamente a oscuras salvo por un haz de luz que mostraba el camino hacia Ramsés II.

Este santuario fue “el primero que mostró a un faraón sentado con los dioses”, señaló Husein Jamdi, ayudante de dirección del espectáculo de luces y sonido que tiene lugar cada noche. La corta duración del “milagro” -como es bautizado por algunos guías- provocó cierta tensión, que enseguida originó que desapareciera del templo el ambiente místico previo al amanecer para adquirir el frívolo cariz de la lucha por la instantánea perfecta.

Unos minutos después de que entrasen los primeros rayos, muchos visitantes perdieron la paciencia y llegaron a saltar la valla de seguridad con el objetivo de hacerse una fotografía sobre las propias rodillas de Ramsés II. “Había mucha gente que empujaba y realmente fue muy peligroso; si no llega a ser porque mis amigos me protegían me habría lesionado”, dijo a Hana Ka, una turista surcoreana de 30 años que trabaja en la embajada de su país en Austria.

Una vez desaparecieron las tinieblas y la luz inundó todas las estancias del templo, el revuelo comenzó a apaciguarse y regresó la normalidad. En el exterior, miles de turistas aguardaban la cola para contemplar esta maravilla de la historia antigua de Egipto, en medio de cánticos y bailes nubios -etnia del sur de Egipto- que festejaban este 22 de febrero, el primero de los dos días en los que este acontecimiento sucede. “Este año hay el triple de turistas que el pasado”, afirma Jamdi, aunque reconoce también que sigue habiendo muchos menos que antes de la revolución que derrocó al expresidente Hosni Mubarak en 2011.

El faraón construyó dos templos en Abu Simbel, uno grande para los dioses Ra y Amón, en el que se produce el fenómeno solar, y otro pequeño para su esposa, la reina Nefertari. Este enlace entre la naturaleza y la ingeniería sucede cada 22 de febrero y cada 22 de octubre desde 1964, cuando los templos de Abu Simbel fueron trasladados de lugar en una gigantesca obra liderada por la Unesco para evitar que fueran sumergidos bajo las aguas del lago Náser, tras la construcción de la presa de Asuán.

Antes de su mudanza, este fenómeno tenía lugar los días 21 de febrero y 21 de octubre, y se cree que en la Antigüedad -los ingenieros faraónicos ya consiguieron hace más de 3.000 años esta misma hazaña arquitectónica- ocurría el 20 de febrero y el 20 de octubre. Sea como fuere, miles de años después, el sol sigue “felicitando” de esta manera a Ramsés II por su coronación, en febrero, y por su cumpleaños, ocho meses después. EFE_Edu Marín

IMAGEN: El sol ilumina de lleno el rostro de la estatua de Ramsés II (c) y comienza a alumbrar también las estatuas de los dioses Amón (a su derecha) y Ra (a su izquierda) en el templo de Abu Simbel, en un fenómeno que solo sucede dos veces al año y que hace gala de una majestuosa obra de ingeniería. EFE