El departamento de Charente atesora una de las mayores concentraciones de arte románico de Francia, con casi cuatrocientos testimonios. La catedral de Angulema o las iglesias de Saint-Amant-de-Boixe, Plassac-Rouffiac, Chateauneuf-sur-Charente, Lichéres o Rioux-Martin, por citar algunas, ejemplifican muy bien las características del románico en esta zona. Son habituales en estos edificios los esbeltos campanarios, las grandes fachadas occidentales decoradas con arquerías ciegas y la rica decoración escultórica desplegada en sus portadas y capiteles. No es extraño que con tal cantidad de monumentos, sean muchas las rutas trazadas en las guías turísticas que tratan de acercar al viajero hasta las iglesias románicas más representativas de la región.

 

Autor: Pedro Luis Huerta

 

Sin embargo, para los puristas del estilo hay un edificio que queda al margen de estos itinerarios artísticos por no responder a los cánones precisos de la arquitectura románica. Se trata de la iglesia rupestre ‒monolítica que dicen los franceses‒ de San Juan Bautista en Aubeterre-sur-Dronne, un pequeño pueblo de apenas cuatrocientos habitantes situado al sur del departamento, en el límite con Dordoña. El espléndido marco natural sobre el que se asienta la localidad ‒incluida en la denominación de “Pueblos más bonitos de Francia”‒ esconde uno de los monumentos excavados en la roca más grandes y singulares de Europa. Realizado a comienzos del siglo XII a partir de un habitáculo anterior excavado en torno al siglo VIII, alcanza una altura de casi 20 m. En su interior acoge algunos elementos importantes que atestiguan el uso de una liturgia estacional que tenía como fin evocar los Santos Lugares y rendir culto a algunas reliquias relacionadas con la Pasión de Cristo. En este recorrido tenían especial importancia la cavidad excavada en el suelo donde se supone que se veneraba la Vera Cruz y el templete monolítico de la cabecera que trata de evocar el edículo del Santo Sepulcro de Jerusalén. La galería o tribuna que recorre la parte superior del edificio, la cripta y la necrópolis excavada en la roca completan este conjunto excepcional cuyo plan remite, según algunos investigadores, a las antiguas basílicas cristianas. En efecto, aquí se encuentran los espacios litúrgicos tradicionales de estas construcciones: un vestíbulo de entrada o nartex, un espacio eclesial y otro martirial donde se encuentra el edículo de planta hexagonal. La única diferencia es que aquí todo está excavado y no construido.

2. Aubeterre-sur-Dronne. Templete monolítico. Foto: Elena Aranda

Pocos datos se conocen de su historia. Se sabe que inicialmente el santuario estuvo dedicado al Salvador y solo a partir de mediados del siglo XVI cambio su advocación por la actual, sin que se sepa la razón exacta. También hay constancia de que en 1155 poseía la dignidad colegial y que estaba asistida por un buen número de canónigos que se encargaban de atender el servicio litúrgico. Al parecer la iglesia comunicaba directamente con el castillo de los señores del lugar, construido en la parte superior. Por un pasadizo los canónigos podían acceder hasta la fortaleza y dar servicio a la capilla de San Román.

Respecto al comitente de la obra, todo son especulaciones. La evocación ya señalada a Tierra Santa ha hecho pensar en el patrocinio de algún personaje que participara en las cruzadas y que, por lo tanto, hubiera podido contemplar el Santo Sepulcro de Jerusalén. El candidato más firme para esta empresa es el vizconde Pedro I de Castillon, emparentado con los señores de Aubeterre y participante en la primera cruzada. A este mismo personaje se atribuye igualmente la iglesia rupestre de Saint-Emilion, excavada en torno a 1080-1110. Es posible que a su regreso trajera reliquias de los Santos Lugares y que promoviera para su veneración estos magníficos santuarios horadados en las entrañas de la tierra.