Una mujer sin duda alguna extraordinaria, 

cuya sabiduría, valor y talento sobrepasan de lejos los límites 

impuestos por la costumbre a su condición femenina

Ángeles Caso

 

 

Por Cristina Párbole

Ilustración: Daniel Rodríguez

 

Mucho se ha contado sobre esta mujer que sobresalió por sus múltiples dotes en un mundo marcado por los designios de los hombres. Visionaria, innovadora, autodidacta, Hildegarda de Bingen es una mujer que a través de los siglos sigue inspirando. 

A muy temprana edad Hildegarda fue entregada a la vida religiosa y bajo la tutela de Jutta de Spanheim, pasó a ocupar el monasterio dúplice de Disibodenberg situado en Renania-Palatinado en Alemania. Allí fue instruida y empezó a tener visiones, que se acentuaron cuando alcanzó la edad de 42 años. La monja decidió poner por escrito aquellas revelaciones que conformarán su obra “Scivias”, que comienza con estas palabras: 

“Y he aquí que, a los cuarenta y tres años de mi vida en esta tierra, mientras contemplaba, el alma trémula y de temor embargada, una visión celestial, vi un gran esplendor del que surgió una voz venida del cielo…”. 

Estas revelaciones llevaron a que sus coetáneos se referirán a ella como la “sibila del Rin”. Es más, personalidades como Leonor de Aquitania o Federico Barbarroja acudían a Hildegarda buscando en sus palabras consuelo y consejo. Pero, es su aportación a la música lo que centrará nuestra atención en este artículo. Sí, Hildegarda también cultivó un campo para el que no estaba formada, otra prueba de su carácter excepcional. Sin una formación previa, creó “Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestes”, que consta de 78 composiciones entre antífonas y responsorios. En tiempos de Hildegarda era el canto gregoriano el que resonaba entre los muros de los monasterios, un canto monódico donde la música estaba supeditada al texto, ella creó una melodía que abarcaba dos octavas, algo nunca visto entonces. También escribió “Ordo Virtutum”, una obra de teatro creada para ser cantada, que constituye una de las piezas más conocidas de Hildegarda. Sus objetivos con tales creaciones eran alabar a Dios y cubrir las necesidades litúrgicas de su comunidad, ella entendía la música como un instrumento de cohesión social y un vehículo de conexión entre el ser humano y la divinidad. Escuchar su música es acercarnos a su carácter, pues los estudiosos de su obra dicen que las piezas que escribió denotan una fuerte expresividad y originalidad. 

Renovación y creatividad son dos palabras que pueden resumir el legado musical de Hildegarda. El conocimiento de sus composiciones viene dado por el propio interés que ella mostró en que sus creaciones fueran reconocidas como tales, lo que nos ha permitido muchos siglos después saber con detalle cuál fue su producción, algo difícil en la música de la Edad Media donde muchas veces desconocemos la autoría. 

La vista al pasado nos permite conocer figuras masculinas que fueron prolíficas en el mundo de la música, cuyas obras hoy en día son conocidas y escuchadas, pero las voces femeninas apenas resuenan y se han convertido en un eco difuso. En este mundo todavía por explorar y donde debemos conocer más en profundidad el papel que la mujer tuvo en el desarrollo de la música medieval despuntó una figura única en todos los aspectos de su vida. Un foco de luz y sabiduría que desde su monasterio nos dejó un inmenso legado que es de justicia dar a conocer. 

 

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