Cuando por casualidad llegaron a mí estas fotografías, no pude evitar pensar en lo duro que tuvo que ser para Sorolla plantarse con su caballete y sus pinceles ante la catedral de Burgos, pues bien sabemos los castellanos lo duro que es el frío burgalés.  Joaquín Sorolla inició un periplo que le llevó por varias ciudades castellanas en su búsqueda por estudiar la luz y conseguir capturarla. El mayor exponente del impresionismo español, no solo retrató su amado Mediterráneo, sino que también recorrió los caminos castellanos.

 

Autora: Cristina Párbole

Ilustrador: Daniel Rodríguez

 

Corría el año 1911, cuando Sorolla recibió un encargo de cierta envergadura por parte de la Hispanic Society de Nueva York. Debía reflejar los aspectos más representativos de diferentes puntos de España en una serie de óleos. Estas pinturas llevarán por título, por expreso deseo de Sorolla, “Visión de España” y el objetivo, no era otro que reflejar una realidad del país y las vivencias diarias de sus gentes, lejos de la imagen estereotipada que se tenía. Para ello, Sorolla no dudó en viajar por el territorio español, pues anhelaba poder retratar cada escena “in situ” y así plasmarla con todo lujo de detalles. De su recorrido por Castilla, surgió “Castilla. La fiesta del pan”, un gran friso donde desfilan hombres y mujeres del campo que, con sus mejores galas, emprenden una romería llevando como ofrenda hogazas de pan. Sorolla dedicó por entonces estas palabras a Castilla: “La región que más me ha emocionado, sin hacer literatura porque yo jamás hago literatura pintando, es Castilla. Hay en Castilla una conmovedora melancolía. Las cosas adquieren allí un vigor extraordinario. Una figura en pie en aquella gran planicie toma las proporciones de un coloso”. 

Sorolla lo sabía bien, pues un año antes ya se había adentrado en Castilla. En los primeros días del mes de abril de 1910 llegó a Burgos. Fue poner un pie en la ciudad y caer una gran nevada. Enseguida el pintor se quedó sorprendido por la belleza que guardaba la ciudad y supo que su estancia allí no sería fácil: “Cada día me gustan más las cosas de Burgos, pero es lástima que el frío sea tan poco amable”.

Alejado de su casa y de su familia, escribía a su amada esposa Clotilde, contándole los periplos de esos viajes que realizaba en busca de nuevos escenarios para sus pinturas. A los pocos días de su estancia en Burgos le dijo: “Mi queridísima Clota…Hoy estuvo nevando todo el día, la mañana furiosamente, la tarde más templada, pero neviscando. He aprovechado todo el día”. Como él mismo indica, las inclemencias del tiempo no le impidieron llevar a cabo su trabajo y realizó varias obras con la nieve engalanando la majestuosa catedral gótica.

Desconocemos quién fue el autor de las instantáneas, pero en ellas se puede apreciar el revuelo que provocó en la ciudad la llegada del pintor. Hombres, mujeres y niños se agolpaban alrededor de Sorolla, sorprendidos ante la facilidad que tenía aquel hombre para transformar un lienzo en blanco en la más bella pintura. Con unas pinceladas la catedral que ellos veían cada día, aparecía ante sus ojos llena de colores.  Resulta fascinante admirar estas fotografías, ver cómo Sorolla captura el patrimonio y cómo la instantánea se acabó convirtiendo en sí misma en patrimonio. Un legado al que poder acercarnos para ver cómo era Burgos, su catedral y sus gentes a principios del siglo XX. Seguro que Sorolla, nunca olvidó Burgos y en ello el frío tuvo mucho que ver.