La obra de Antoni Gaudí no siempre fue bien entendida y recibió numerosas críticas. Pero aún tuvo más problemas fuera de su Cataluña natal, donde se centra su principal obra caracterizada por una creatividad extraordinaria.

Canal Patrimonio_Joaquín García Álvarez

Palacio Episcopal de Astorga
Palacio Episcopal de Astorga-Ángel M. Felicísimo-CC By S.A. 2.0

Resulta difícil describir la realidad de un lugar, captar su esencia, la de su materia, su espacio, de las personas que lo habitan, sus sentimientos y experiencias, y más aún cuando este relato se hace para provocar una impresión fiel en otra persona que debe proyectar un emblema para dicho sitio. No nos debe extrañar entonces que Gaudí se sintiese decepcionado al visitar por primera vez Astorga y contrastar sus sentimientos con las impresiones que su buen amigo el obispo Grau le había intentado comunicar tras el encargo del proyecto para la construcción del palacio Episcopal de la ciudad. Porque no es fácil, nada fácil transmitir la esencia de un lugar, y más aún en los términos en los que el genial arquitecto precisaba.

El encargo

La sede del obispo de Astorga, institución con orígenes en los siglos IX y X había ocupado diferentes lugares hasta asentarse definitivamente en el entorno de la catedral y la muralla allá por el siglo XVI.  El 23 de diciembre de 1886 el palacio sufre un gravísimo incendio que lo reduce a escombros, estando en posesión de la diócesis de Astorga don Juan Bautista Grau, quien inmediatamente se implicó en el proceso de reconstrucción.

De esta manera, una desgracia y una personalidad de marcado carácter y empuje fueron el caldo de cultivo que provocaron una de las escasas salidas profesionales de Antoni Gaudí fuera de Cataluña. Vinculados por ser ambos paisanos de Reus, Gaudí era entonces un joven arquitecto de ideas renovadoras y con una concepción de la arquitectura estrechamente vinculada al lugar, a la naturaleza y a los oficios tradicionales.

Siendo Grau Vicario General de la archidiócesis de Tarragona, encargó a Gaudí en 1879 el proyecto y la ejecución del altar de la capilla de las monjas francesas del colegio de Jesús María de aquella ciudad.  Ocho años después, don Juan Bautista se acuerda de su paisano y confía en él para que sea quien construya para la diócesis de Astorga, sobre las ruinas del anterior edificio, una sede acorde a la dignidad de la institución. Gaudí, reconocido, acepta el encargo en 1887.

Por entonces se encontraba completamente dedicado a las obras del Palacio Güell y en la cripta del Templo de la sagrada Familia en Barcelona. Esta circunstancia será relevante pues le impedirá visitar la ciudad para hacerse con el lugar y poder proyectar un edificio integrado en su entorno, viéndose obligado a pedir referencias a su buen amigo el obispo.

La correspondencia con el obispo

Cripta de la Sagrada Familia, BCN
Cripta de la Sagrada Familia de Barcelona_ Canaan (CC BY-SA 4.0)

Quedan pocas noticias de la abundante correspondencia mantenida entre los dos paisanos, salvo las que nos ofrece su biógrafo, J.F. Rafols, quien en 1927 pudo estudiar el archivo que tenía el arquitecto en la Sagrada Familia y que desapareció en 1936 en un incendio intencionado. Entre esas referencias se cita que “el arquitecto quedó muy reconocido a su paisano el obispo por haberle recordado manifestándole en carta su gratitud y proponiéndole un cuestionario para conocer por correspondencia los datos indispensables para el desarrollo del proyecto”. Decía Gaudí “espero recibir el cuestionario para poner manos a la obra; en relación al proyecto voy haciendo, entretanto, algunos estudios”.

La documentación que Gaudí reclamó para estudiar fue numerosa, desde el emplazamiento y sus características, fotografías y textos del entorno, hasta los sistemas constructivos empleados, precios y otros pormenores que pudieran parecer más prosaicos pero que Gaudí incorporaba al proceso de proyecto como un elemento indispensable para llevar a buen término cualquiera de sus obras.

Entre las conversaciones por carta se llegó a hablar del sistema de calefacción, absolutamente necesario en la ciudad de Astorga pero que para que funcionase adecuadamente era “indispensable que se compongan de dos partes, una de calefacción y otra de ventilación”, en alusión a un episodio ocurrido en casa de Eugenio Güell, en el que la falta de la adecuada renovación de aire estuvo a punto de provocar algo más que un susto, que fue en lo que la cosa quedó.

Todo este trabajo se hizo con gran minuciosidad y mejores resultados, según el obispo Grau, tal y como manifiesta en un telegrama en respuesta al primer envío de planos en agosto de 1887 con el siguiente texto: “Recibidos planos magníficos. Gustan muchísimo. Enhorabuena. Espero carta”. Este entusiasmo no impidió que el proyecto chocase con un escollo administrativo que demoró la aprobación definitiva del proyecto más de un año, para desesperación de los interesados y especialmente de Gaudí. Dado que la reconstrucción del palacio se financiaba con dineros del Ministerio de Gracia y Justicia, el proyecto se envió para su supervisión por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y se designó como ponente al arquitecto académico don Francisco de Cubas y González Montes, marqués de Cubas.

Interior del Palacio Episcopal de Astorga-Jl FilpoC- CC 3.0
Interior del Palacio Episcopal de Astorga-Jl FilpoC- CC 3.0

Complicaciones burocráticas

En un primer informe, firmado por el director de la Sección de Arquitectura, don Fernando Madrazo, se le solicita a Gaudí más información, que rediseñe la escalera para ampliar el ancho y que aporte “los cálculos de resistencia”, además de otras cuestiones de tipo administrativo. Este informe se remite el 11 de abril de 1888.

Se envían las modificaciones el 3 de diciembre de 1888, informando nuevamente la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 11 de enero de 1889, insistiendo en algunas de las objeciones hechas en el primer informe: la necesidad de contemplar medidas contra el incendio, de aportar una representación de las cubiertas, de ampliar la anchura de los fosos, también se duda de la estabilidad de las bóvedas rebajadas del sótano.

Don Juan Bautista Grau, preocupado por la aprobación definitiva recurre a algunas de sus influencias para agilizar los trámites. De esta manera el 20 de febrero de 1889, dos años después del encargo, se aprueba el proyecto definitivamente por parte de S.M la Reina, regente del Reino. Tras dos años de trabajos y sinsabores, de estudio minucioso de las condiciones del proyecto, pensando en la integración del palacio en el entorno urbano en el que se insertaba, las aspiraciones del arquitecto se vieron defraudadas cuando conoce la ciudad en persona, en una fecha incierta entre la primavera y el final de 1888.

La decepción de Gaudí al visitar Astorga

Al confrontar la imagen ideal, transmitida por su buen amigo y también consultada en libros y fotografías con la percibida por el mismo, la decepción fue grande porque Gaudí fue consciente de que el proyecto no se adaptaba al lugar y así se lo manifestó a Grau, tal y como narra Luis Alonso Luengo, cronista oficial de la ciudad de Astorga, “es preciso reformarlos (los planos) ya que todo debe ser reflejado en la mansión que V.I. espiritualmente gobierne”.

Las limitaciones de tiempo hicieron imposible esta adaptación a la nueva realidad percibida y hubo de conformarse con algunas alteraciones del proyecto original, que, sumadas a las originadas por las adaptaciones a los requerimiento de la Real Academia, provocarían que el edificio, no se integrase de manera natural en la trama histórica y urbana de la ciudad de Astorga.

A pesar de todas estas circunstancias, el edificio, comenzado a construir el 24 de junio de 1889 se reconoce a si mismo como fruto del ingenio del arquitecto. Del ingenio y de su forma de concebir la arquitectura, íntimamente vinculada a la tradición constructiva. Esto se manifiesta especialmente en su interior, en la cripta y las dos primeras plantas que dirigió el arquitecto antes de abandonar el proyecto tras el fallecimiento de D. Juan Bautista Grau en 1893.

En la búsqueda local de oficios y tradiciones constructivas Gaudí se implicó también con la cerámica vidriada de Jiménez de Jamuz, que manejó con total maestría uniendo lo estructural con lo decorativo, creando unos espacios significativos y cargados de vibración, a la altura de la dignidad del edificio y de a quien representaba.

Los azares del destino impidieron que finalmente el palacio fuese habitado por obispo alguno, pues a pesar de haber sido concebido para ser vivido, con un dominio absoluto del espacio, la luz y el color, con la incorporación de los últimos adelantos en confort, las circunstancias que sucedieron a su conclusión, con la participación de diferentes arquitectos, las discrepancias de la diócesis acerca de su habitabilidad hicieron que el edificio nunca se utilizase como vivienda y se convirtiese en museo.

 

Artículo escrito por Joaquín García Álvarez para la revista Patrimonio