Lleva toda una vida, más de medio siglo, vinculado al patrimonio industrial de una forma activa y comprometida, defendiendo su estudio, preservación y divulgación, como parte de nuestra historia, de nuestra memoria colectiva y como palanca de cambio y regeneración para muchos territorios. Charlamos con Miguel Álvarez Areces, actual presidente de INCUNA y socio de honor de TICCIH, de pasado, presente y futuro.

 

Autora: Carmen Molinos

 

Incuna lleva más de dos décadas trabajando en el estudio, conservación y valorización del patrimonio, para quienes no conozcan vuestra historia, ¿cómo surge la asociación, quiénes la integran actualmente y cómo ha ido evolucionando?

INCUNA surge en el año 1999 y es el acrónimo de Industria, Patrimonio y Naturaleza. En origen nació  como una asociación que intentaba agrupar a personas que se estaban preocupando ya por estudiar aspectos del patrimonio industrial, cultural y natural. En aquellos años se vivía una situación crítica: lo viejo no acababa de morir y lo nuevo no llegaba a nacer. El patrimonio industrial nos vincula directamente con la cultura del trabajo y, en esos años, se estaba viviendo una fuerte crisis en sectores como la minería del carbón, la siderurgia, el textil o los astilleros. Tomando como base y referencia, lo que ya se estaba haciendo en otros lugares de Europa y Latinoamérica, con los que tenía contacto, en 1982 se celebró en Bilbao el primer congreso para la revalorización del patrimonio.

Fue un lugar donde compartir trabajo, experiencias e interés y, sobre todo, el punto de partida para la creación de INCUNA que, comenzó su labor por los archivos, para tratar de documentar y a partir de ahí, desde el conocimiento, poder conservar y dinamizar. Recuperamos viejos edificios que se transformaron en museos, pero también creamos itinerarios industriales, porque entendíamos que lo mejor para conservar es conocer y comprender:  saber valorar lo que se hizo, la historia que reflejan testimonios como chimeneas, castilletes, edificios, viviendas obreras, maquinaria o instalaciones que son parte de la memoria de un lugar.  Fueron años de ilusión y trabajo, en los que intentamos dar un futuro a nuestro pasado, una segunda vida, un segundo uso, una vez reconocidos sus valores y su historia.

Museo Nacional de la energía (Ponferrada)

Al oírte hablar, enseguida me viene a la memoria, nuestra propia historia, la de la Fundación Santa María la Real y nuestro origen, con las primeras escuelas taller y casas de oficio.

Por supuesto. En los años 80, asistimos a una pérdida no solo de trabajo, sino también de referentes. La irrupción de fenómenos como el que se planteaba desde la Fundación con las escuelas taller, era espejo y guía, porque había logrado convertir la necesidad en virtud. Aquellos elementos que habían formado parte de nuestra historia, lejos de quedar relegados a la nostalgia, se transformaban en un recurso de futuro para formar y dar trabajo a jóvenes de la zona, que aprendían a manejar la piedra, el hierro, el vidrio y encontraban elementos sobre los que forjar, aquí, su proyecto de vida. Recuerdo, por ejemplo, la recuperación del poblado de Bustiello, pendiente aún de algún modo, que se inició gracias al programa de escuelas taller. Peridis y la Fundación, eran, sin duda, nuestros referentes, porque habían demostrado que una nueva forma de hacer las cosas era posible. Lo que fallaba entonces, el punto débil, eran los planes directores para concretar los usos de cada uno de los espacios recuperados.

En nuestro caso, además, hablábamos de “Patrimonio Industrial”, que era un terreno completamente nuevo. Plantear que un castillo o un monasterio son patrimonio, es sencillo, pero hablar del mismo modo de una mina, de un puente o de una ruina industrial era realmente duro en esos años. En Asturias, por ejemplo, contamos con 42 castilletes mineros, elementos únicos, que dan cuenta de la historia y la memoria colectiva de 150 años de trabajo y actividad. El reto no es solo cómo recuperarlos, sino darles un uso para generar nuevas actitudes y sensibilidades con respecto al patrimonio que den lugar a nuevas oportunidades de entender y vivir el territorio.

Uno de vuestros principales cometidos es prestar atención al patrimonio industrial, pero, ¿qué es exactamente, qué bienes lo conforman y quiénes determinan que un elemento pueda ser categorizado así?

Podríamos definir el patrimonio industrial como el conjunto de bienes muebles e inmuebles, así como los sistemas de sociabilidad relacionados a la cultura del trabajo, que se han ido generando a partir de las actividades de extracción, transporte, transformación o distribución. Son elementos que tienen unos valores históricos, culturales y tecnológicos, que deben entenderse como un todo integral, que, además, se inserta en un paisaje concreto que lo contextualiza. Un sistema que, en muchas ocasiones, se estructura con la arquitectura, las técnicas, los archivos, el patrimonio documental e incluso, a veces, las prácticas o formas de hacer. Son, en definitiva, el legado cultural de la industria, de los últimos 150 años y abarca diferentes categorías. Una de ellas son los elementos industriales, que, por sí solos, constituyen un testimonio suficiente para definir una actividad. Otra son los conjuntos, que suponen una muestra coherente y representativa.

De ahí, pasamos a los paisajes, que dan cuenta de la evolución de una actividad o varias, en un territorio concreto. Escenarios privilegiados, para observar transformaciones y usos. A todo ello, hay que sumar las redes lineales e históricas, esto es, el transporte, ferrocarril, canales y sistemas de energía, que han permitido transportar mercancías y viajeros. La última categoría la conforman los elementos culturales y simbólicos que tienen una enorme importancia en el patrimonio industrial, esto es, el patrimonio inmaterial. Otro aspecto importante para entender el patrimonio industrial es su delimitación cronológica. Habitualmente, se coincide al afirmar que abarca desde la mitad del siglo XVIII, inicios de revolución industrial, hasta que empieza a sustituirse por otros sistemas en los que interviene la automatización o producción en serie de mercancías. Algo importante, porque, por primera vez, definimos como patrimonio histórico, algo que estamos viviendo y que está sucediendo en el momento.

Existe una ley del Patrimonio Industrial, un inventario de bienes, en el que, me consta, habéis participado, pero, ¿cuál es el estado real del patrimonio industrial en nuestro país, en España?

En España hay una carencia tremenda en lo que a inventarios se refiere y en su consideración para fines de conservación o protección. Existen, pero suelen ser  documentos que se realizan y que permanecen como fósiles, sin actualizarse. No obstante, desde 2001, con el Plan Nacional del Patrimonio Industrial, impulsado por el Instituto de Patrimonio Cultural de España (IPCE), en colaboración con las comunidades autónomas y con diferentes expertos, sí se está haciendo un esfuerzo de sistematización a este nivel. El plan recogió en su  momento medio centenar de bienes representativos y 10 años más tarde, en 2011, avanzamos hacia la catalogación de 100 elementos. No tanto como un inventario, sino como muestra representativa de la industrialización española y su patrimonio, combinando lo geográfico con lo temático. Algo imprescindible para dar  visibilidad a testimonios ocultos, que eran poco conocidos más allá de su registro en determinados archivos. Con esta catalogación y con el plan, comenzamos a actuar a tres niveles: estudios previos, planes directores y proyectos de ejecución. Además, se dotó a este tipo de patrimonio de un nuevo nivel de protección.

Ahora mismo contamos con catálogos urbanísticos, inventarios y hemos conseguido también que algunos elementos sean catalogados como bienes de interés cultural (B.I.C.). Algo que ya ocurre, desde hace tiempo, en países vecinos como Francia, Alemania o Reino Unido, pero que en España es un fenómeno bastante reciente, pese a que aquí también, el patrimonio industrial está en el ADN de muchos territorios como País Vasco, Asturias o Cataluña. Nos encontramos, además, frente a un patrimonio extremadamente vulnerable, que puede deteriorarse o perderse con facilidad, si no se actúa con rapidez en su catalogación y reutilización. La experiencia de otros países, incluso de algunos territorios cercanos, nos enseña que el patrimonio industrial también puede transformarse en palanca de cambio, que contribuya a generar empleo, asentar población y dotar de mayor dinamismo a lugares condenados al ostracismo.

Pozo Sotón (Asturias)

5- ¿Requiere el patrimonio industrial la misma atención y cuidados que otros patrimonios?

Hablamos, como comentaba antes, de un patrimonio muy vulnerable que, por lo tanto,  exige una consideración distinta. Tanto por los materiales como por la ubicación, suele requerir de un mantenimiento notable. Es más, la propia actividad industrial es una agresión del hombre a la naturaleza, dado que implica, en muchos casos, contaminación e impacto en el territorio. Por eso, es necesaria una consideración específica. Si una máquina o una fábrica queda obsoleta, lo habitual, es  trasladarse u sustituirla por otra más moderna y ya está. Pero, a veces, lo que se retira, puede resultar significativo de una época. Suelen ser objetivos de grandes dimensiones, difíciles de almacenar y con un riesgo notable de deterioro. Es básico saber qué conservar, porque la mejor manera de no conservar nada, es querer conservarlo todo.

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