¿Se puede hacer de la oscuridad un tema visual convincente? El Museo Thyssen‐Bornemisza nos plantea esta cuestión en la octava entrega de la serie “Miradas cruzadas”,  que se asoma a la historia del paisaje nocturno con una selección de diez obras de las colecciones Permanente y Carmen Thyssen‐Bornemisza.

Canal Patrimonio

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Aert van Der Neer_Claro de luna con un camino bordeando un canal_Museo Thyssen-Bornemizsa

Escenas de noche cerrada se cruzan con otras  de las horas fronterizas del crepúsculo y el alba. Todas se exponen juntas en el balcón mirador de la primera planta del Museo Thyssen-Bornemisza, en el marco de la serie “Miradas cruzadas”. Comisariada por Gillermo Solana, la exposición que incluye obras de Aert van der Neer, Vernet, Friederich, Grimshaw, Thomas Cole, Bierstadt, Nolde, Puigaudeau, Georgia O´Keeffe y Delvaux, podrá verse hasta el 24 de mayo.

La noche ha planteado siempre un desafío a los pintores: ¿se puede hacer de la oscuridad un tema visual convincente? Desde tiempo inmemorial, ha sido temida como el tiempo de ladrones y asesinos, de brujas, fantasmas y demonios. Y como la imagen misma de la muerte. Así,  plantea el Museo Thyssen-Bornemisza su octava entrega de “Miradas Cruzadas”, dedicada en este caso a la evolución del nocturno en la pintura, entendida como “la historia de los esfuerzos por atenuar esos terrores, embelleciendo la oscuridad con una luz tranquilizadora, como la que los niños piden para conciliar el sueño”.  Por eso el nocturno ha sido tantas veces sinónimo del claro de luna, que transfigura el paisaje con su magia.

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Joseph Vernet_Noche: Escena de la costa mediterránea con pescadores y barcas_Museo Thyssen-Bornemizsa

El recorrido comienza con “Claro de Luna con un camino bordeando un canal” de Aert van der Neer,  “el gran especialista en lunas de la pintura holandesa del siglo XVII”. A partir de esos orígenes tonales, casi monocromos, los pintores irán descubriendo que la noche tiene sus propios colores, diferentes de los del día, a veces más intensos. Así, en una escena de pescadores napolitanos, Vernet combina el resplandor frío de la luna con los fuegos
de la orilla, que representan la vida humana.

De lo pintoresco de Vernet a lo sublime de Friedrich, en “Mañana de Pascua”, la luna reina aún en lo alto del cielo, pero en el horizonte despunta ya el alba. Los árboles, aunque todavía desnudos, tienen yemas que anuncian la primavera. Y de este modo, las tres mujeres van al cementerio a través de un paisaje que habla de la Resurrección. Como Friedrich, el inglés Grimshaw explotará mucho más tarde el efecto de los árboles esqueléticos a contraluz en obras como “Noche con luna”, que puede verse en la muestra del Thyssen.

Otro maestro del paisaje simbólico romántico es el americano Thomas Cole. Su Expulsión. Luna y luz de fuego alude a la salida del Edén, aunque en el cuadro no aparezcan Adán y Eva. El puente y la cascada (formando una cruz), el volcán y la luna (otra vez el contraste de luces cálidas y frías) encarnan los extremos del destino humano.

El crepúsculo como agonía del día, con su combate final entre luz y tinieblas, dará lugar a grandes espectáculos cromáticos. Para Bierstadt, uno de los primeros pintores del Oeste americano, el ocaso es un grandioso incendio en el cielo. Algo de ese drama, con rasgos más sombríos, persiste en el Atardecer de otoño de Nolde. Las franjas fluidas de color arriba y abajo parecen comprimir el pueblo en el horizonte, como aplastado entre el cielo y la
tierra.

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Georgia O’Keeffe_Nueva York con luna_Museo Thyssen-Bornemizsa

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Desde finales del siglo XIX, el nocturno se centró en los nuevos medios de iluminación, el gas y la electricidad. En la fiesta bretona de Puigaudeau, con farolillos y fuegos artificiales, la noche estalla en colores fantásticos. Pero la noche moderna es urbana. Georgia O’Keeffe nos revela una Nueva York insólita. La luna, la farola con halo y el disco rojo del semáforo forman, con el rascacielos y la aguja de la iglesia, una composición casi abstracta, pero de profundo simbolismo romántico. La noche es el tiempo de la imaginación y de los sueños. El surrealista Delvaux combina absurdamente las luces de la calle (como la farola) y del interior (la lámpara en el espejo) para crear un inquietante escenario de inconfundible carácter onírico.

 

ÚLTIMA IMAGEN: El viaducto de Paul Delvaux_Exposición Nocturnos, serie “Miradas Cruzadas”_Museo Thyssen-Bornemizsa.