Ya desde hace tiempo, en las zonas rurales estamos recibiendo nuevos pobladores provenientes de la ciudad, que traen unas ideas preconcebidas de nuestro entorno.
Canal Patrimonio_Tais Roldán
A este grupo se suman la cantidad de turistas decepcionados con la postal que se encuentran, en la que en vez de cántaros de leche llevamos el móvil y las llaves del coche, porque aquí, a veces, también vamos con prisa. Estas postales están extraídas de la publicidad, del cine o de leyendas populares y atrasadas, y lo siento, pero no son así. Estos “románticos” del siglo XXI se acercan a los pueblos en busca una suerte de cuadro bucólico del XIX que bien pudo ser pintado con la sencillez de Millet o Constable y la grandiosidad de Friedrich.
Nuevos románticos
Al igual que el romanticismo decimonónico surgió como una reacción a la rigidez neoclásica, al academicismo, buscando encontrarse con el origen, creyendo que todo pasado fue mejor, el poder sobrenatural de la Naturaleza y la revalorización de los sentimientos y del Yo. De la misma manera estos nuevos románticos anhelan un pasado más auténtico, más próximo a la esencia misma del hombre, donde conectar con la grandiosidad de la Naturaleza y de alguna manera, bajarse de esta locura de mundo en el que vivimos.
Pues bien, vamos a aclarar este romanticismo, con realismo, utilizando la paleta completa, incluyendo el negro. En los pueblos no somos ajenos al mundo en el que vivimos, estamos al tanto de lo que pasa, y como casi todos (no me atrevo a decir todos, siempre hay excepciones) estamos conectados a esta red global que es el mundo. No estamos tan diametralmente lejos de la vida en la ciudad como se quiere pensar. Es cierto que existen diferencias obligadas, por las características propias del territorio y los servicios. Aquí, al igual que en área urbana, vamos a trabajar, tenemos nuestras familias, quedamos con nuestros amigos, y si nos queda tiempo lo dedicamos a algún hobbie. No somos tan diferentes.
El pasado reciente y sus consecuencias
Durante el pasado siglo, la situación económica del país y la estructura demográfica del momento obligó a muchos a emigrar a otra ciudad u otro país, en busca del legítimo derecho del ser humano de perseguir una vida mejor. En esa época las zonas rurales estaban atrasadas y deprimidas. La guerra y la posguerra destrozaron todo a su paso. Los pueblos no se libraron de la sangría. Fue en los pueblos, también, donde más costó levantar esa situación, al menos, en parte.
Hoy, setenta años después no nos hemos repuesto todavía. La población, mucha de ella, se fue para no volver. Los que quedaron se encontraban aislados, las dos velocidades del desarrollo. A esta situación externa, se sumaba otra interna, un sentimiento de inferioridad, de cobardía, muchas veces impuesto por los que se fueron, la mayoría para justificarse a sí mismos, menospreciados por no aventurarse a buscarse la vida en la ciudad.
Pero pasaron los años, y estos “cobardes” que se quedaron, demostrando que eran, y son, unos valientes. Los cuales, por circunstancias de la vida, o simplemente por decisión, como todos al fin y al cabo, apostaron por su tierra. Con el paso del tiempo y la sucesión de los años mostraron que también es posible la vida en los pueblos, pelearon por una vida mejor y lo consiguieron, para ellos y para sus hijos, como es mi caso.
Foldada: mi pueblo
Soy de Foldada, un pequeño pueblo de 14 habitantes en la Montaña Palentina. Mi familia es de aquí de siempre se puede decir. La realidad del pueblo ha cambiado mucho, nada tiene que ver los años en los que mi padre era alcalde, con los mismos años que yo tengo ahora, con la actualidad, que como pedánea vivo yo. A él le correspondió el abastecimiento de agua en las viviendas, fue un pionero. También se encargó de pavimentar las calles. Aquí estoy 40 años después con retos diferentes, como la mejora en telecomunicaciones, pero con una infraestructura adecuada, donde la conectividad y nuevos usos de espacios, fomento las relaciones vecinales junto con la repoblación ocupan las propuestas para llevar a cabo.
Mi caso no es el más común, me críe aquí, mi mundo está aquí, salí a estudiar pero volví, y encontré mi sitio en mi pueblo, con mi formación y mi manera de ver y entender el mundo que me ha tocado. Los 40 años que separan la primera legislatura de mi padre de la mía son el reflejo del cambio de la sociedad como tal.
Hemos presenciado el relevo generacional, la llegada de nuevos pobladores, nuevos usos, en cierta manera hemos redescubierto nuestro espacio, nuestro patrimonio y nuestro entorno. Y sí, podemos decir, que nos hemos puesto de moda. Nuestros visitantes podrán encontrar la grandeza de los cuadros de Friedrich en nuestros paisajes, la calma de Millet en nuestras calles, y el costumbrismo de Goya en nuestras fiestas, lo tenemos, todo esto y mucho más. Conservamos sabores, olores y sonidos. Mantenemos el pulso de la vida, los ciclos naturales, pero también la Historia en nuestras tradiciones, nuestras construcciones y nuestro pasado, en cierta medida, conservamos la esencia.
Despoblación
Pero, ahora que ya hemos dibujado el escenario, pasemos a la paleta de color, empecemos por el negro. Los pueblos vivimos una situación sangrante, una enfermedad crónica, imposible de revertir sin ayuda. Se llama despoblación. No es sólo una palabra, es una realidad que convive con nosotros cada día, siempre. Ya hemos dejado claro que vivimos en la misma sociedad que la gente de ciudad, todos formamos parte del Estado de Bienestar. El Estado del Bienestar lleva implícito el concepto de calidad de vida, es su objetivo final. Es esa calidad de vida lo que perseguimos todos y que sólo se puede conseguir mediante el equilibrio de espacios, de densidades demográficas, de oportunidades y de servicios. El equilibrio lo es todo. Según la teoría de un visionario, emigrado de la ciudad al pueblo, con el que trabajo cada día por mantener viva esta España rural, algún día el flujo cambiará y los pueblos volverán a ser puntos de vida y futuro en detrimento de las ciudades. Francamente espero que tenga razón, por restablecer el equilibrio. Mientras tanto aquí seguimos al pie del cañón, cada uno con su tierra, sus proyectos y sus raíces, antiguas o nuevas. Ansiosos por recibir nuevos pobladores, y haciendo de estos rincones de Historia, Cultura, Naturaleza y Vida que son nuestros pueblos, apetecibles para todos, los que conocen nuestra realidad y los que no.
Pero no queremos románticos enamorados de su propia idea de la vida rural, muchas veces contaminada por la publicidad. Como niños crean mundos fantásticos donde son héroes en una realidad a su medida, eso no son los pueblos. Tenemos necesidades similares al resto, eso ha de quedar claro. Todos tenemos que ganarnos la vida, no por trasladarse a un entorno rural vas a vivir dignamente con un huerto y dos gallinas, no. Es cierto que los gastos no son tan elevados como en una ciudad, pero no hay demasiada diferencia. En los pueblos también, a veces, nos enfadamos con el vecino por que ha hecho o dicho algo que nos molesta, es propio de la naturaleza humana y su proverbial ego. Es decir vivimos en la realidad, con sus pros y contras.
El mundo rural: un lugar para vivir entre valientes
Las zonas rurales son lugares donde vivir y dejar vivir, con oportunidades reales para que cese esta sangría, que es la despoblación. También tenemos el deber de combatir la desesperanza de la gente de los pueblos, ya mayor y de mediana edad que no creen que su territorio tenga futuro y animan a los jóvenes a irse; el sentimiento de inferioridad del que hablábamos. Qué equivocados están. Es solo una forma más de agrandar el problema, y algo increíblemente triste. Por todo esto y por mucho más yo elijo pueblo, el mío y el de los demás, porque el futuro lo hacemos cada uno de nosotros cada día, con cada sueño que tenemos. Es decisión nuestra.
No queremos románticos que mueran por un amor no correspondido, una idea falsa. Queremos valientes que se atrevan a volver a la tierra, echar raíces en suelo nuevo, o el suelo de sus antepasados, les queremos realistas. Gente de mirada limpia capaz de ver todo lo que el territorio puede ofrecer y usarlo en busca de una vida mejor para ellos y para todos. Que se enamoren de la realidad del mundo rural. Porque pocos sentimientos tiene el ser humano tan bonitos como el de sentir que pertenece a un lugar, su lugar, su pueblo.
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