¿Existe el mal gusto? ¿Hay objetos que, de feos e inútiles, se convierten en perversos? ¿Quién decide si algo es hortera? Ésas son las preguntas que lanza una exposición del Museo del Mueble de Viena a través de docenas de utensilios que van desde lo “kitsch” a lo sexista y racista.

Canal Patrimonio_EFE

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Zapatillas con forma de pene, una lámpara que recrea un fusil automático, un modelo de iPhone fabricado en condiciones de semiesclavitud, tazas con pezones, una salsera mal diseñada que derrama su contenido… De todo hay en la muestra “Objetos Perversos”, que, hasta el 6 de julio, analiza la concepción del buen gusto y de la estética surgida en el siglo XIX y plantea si ese ideal es aún válido. “La exposición transmite, de forma divertida, un tema de mucha importancia histórica, que es la educación en el gusto”, explica Markus Laumann, uno de los comisarios de la muestra.

El concepto surge a finales del siglo XIX, con estudiosos como Gustav Pazaurek e instituciones como la Deutsche Werkbund, una asociación de artistas, industriales y diseñadores que influyó en la aparición de la Bauhaus alemana. Pazaurek determinó que, para saber lo que era el buen gusto, primero había que enfrentarse con el malo. Para ello, creó una especie de gabinete de los horrores en el que reunió objetos considerados “malos”, bien por su estética o por su funcionalidad. Aparte de reunirlos, Pazaurek creo un sutil sistema de clasificación con tres categorías de “fallos” (el material, la apariencia o la construcción) y numerosas subcategorías. Una cuarta categoría sería lo “kitsch”, en la que mal gusto y lo barato se unen en una combinación fatal.

La muestra del Museo del Mueble, una colaboración con el Museo de las Cosas de Berlín, enfrenta docenas de los objetos de Pazaurek con utensilios contemporáneos para comprobar si esas categorías del “mal gusto” han resistido el paso del tiempo. Para Laumann, esa comparación confirma la máxima de que, al menos en nuestro tiempo, sobre gustos no hay nada escrito. “La burguesía estableció lo que era el buen gusto en el siglo XIX y estableció una norma. Eso ha desaparecido, ya no tiene sentido en este tiempo postideológico y posmaterialista”, analiza el experto.

Pese a que la globalización ha extendido gustos comunes, los ideales estéticos se han relativizado en una sociedad donde existen muchas subculturas que se han liberado de la norma burguesa, opina. Esa falta de consenso, donde lo “camp” o lo “hipster” puede considerarse estridente desde fuera pero es el culmen del buen gusto para los iniciados, limita definir con rotundidad lo que es de “buen gusto”. Pese a ello, sigue habiendo objetos que aún se pueden calificar de perversos, aunque la definición ya no tiene que ver con el diseño o el material.

La exposición propone una nueva categorización, donde los niveles los marca la incitación a la violencia, el sexismo, el racismo, que el objeto haya sido creado en condiciones laborales injustas o el grado de contaminación o despilfarro de recursos que suponen. Un paquete de “snacks” marca Conguitos, con su imagen de un negrito rechoncho y de labios enormes; un balón de fútbol hecho por niños en Pakistán; tazas con forma de pechos de mujer; una alfombrilla de ratón que imita un trasero femenino; o hasta el iPhone 3G, fabricado en condiciones inhumanas en fábricas chinas, son ejemplo de estos nuevos “objetos perversos”.

Pero además de mostrar al visitante ejemplos de objetos perversos (un muñeco “teletubbie” de material tóxico, unas zapatillas con la cara de Obama, un secador con forma de pistola), el Museo del Mueble le ofrece deshacerse de los “horrores” que tengan en casa.
Los objetos reunidos serán vendidos en un mercadillo el último día de la muestra, y el dinero obtenido será destinado a un casa de acogida de personas sin hogar.  EFE_Antonio Sánchez Solís.
IMAGEN: Fotografía facilitada por el Museo del Mueble de Viena de una lámpara que recrea un fusil automático, perteneciente a la exposición “Objetos Perversos”, que analiza el concepto del mal gusto en el diseño a través de docenas de utensilios fechados desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. EFE