La radio no dice nada interesante. El motor se detiene. Freno de mano. Hemos llegado. El portazo que precede al crepitar de nuestros pasos sobre la tierra reseca supone la solución de continuidad entre dos realidades paralelas y al tiempo tan diferentes, que cuesta creer que ambas puedan estar presentes aquí, ahora mismo, compartiendo espacio, no sólo físico, sino también histórico.

Canal Patrimonio_José Daniel Navarro

Vista de la villa de Caracena en Soria. Autor: José Daniel Navarro

Si difícil es recordar el momento en el que se oye hablar de Caracena por primera vez, no lo es tanto saber por qué. Ante nuestros ojos se descubre un paisaje que hubiera deslumbrado a los autores de la Generación del 98: agreste, rotundo, áspero, casi desértico, quizás misterioso. La tierra, ondulada, desarbolada, a caballo entre el no lejano Valle del Duero y las últimas estribaciones de la Sierra de Pela, y horadada por profundos cañones, se resiste a dejarse vencer por un viento inmisericorde, casi continuo, que trae ecos de sonidos lejanos y puntuales a su voluntad y complica cualquier forma de vida en superficie. En colaboración con una luz blanca, cegadora, y con blancas nubes de función meramente decorativa, nos muestra el escueto caserío de Caracena, sus iglesias y su castillo cual si de una sucesión de diapositivas se tratase, alternativamente refulgentes entre instantes de oscuridad. Tal vez no exista metáfora más apropiada para definir el pasado esplendor de estos territorios en comparación con su postración actual.

 

Un poco de Historia

 

La soledad de una de las calles de Caracena (Soria), vigilada por la torre de la iglesia. Autor: José Daniel Navarro

Asentada sobre un espacio estratégico en continua disputa, la fortaleza de Caracena debió constituir una de las  posiciones avanzadas del dominio musulmán al sur del Duero, definitivamente arrebatada para la causa cristiana hacia 1060 por las tropas de Fernando I de León, las mismas que, años más tarde y comandadas ya por Alfonso VI, alcanzarían el valle del Tajo para tomar la antigua capital visigoda de Toledo en 1085. Tras la repoblación, apoyada por este último monarca en base a la concesión de privilegios y la exención en el pago de ciertos tributos a sus nuevos moradores, poco a poco Caracena se va definiendo como una destacada plaza de la Extremadura castellana, encabezando su propia Comunidad de Villa y Tierra en la que serían los propios vecinos quienes, organizados en Concejo, administrarían su propio territorio a cambio de garantizar la defensa del mismo ante las posibles incursiones, primero almorávides, después almohades, rindiendo cuentas tan solo al Rey en última instancia. Esta situación “de privilegio” explicaría la creciente prosperidad social y económica de la comarca a partir del siglo XII y las nuevas disputas territoriales, pero esta vez entre los obispos de Osma y Sigüenza, diócesis esta última a la que pertenecería el arciprestazgo de Caracena hasta 1955, época en la que todavía estaba al frente de veinticinco parroquias.

La población se va extendiendo a partir de estas fechas plenomedievales sobre el espolón rocoso, amesetado, rodeado por los profundos fosos que a lo largo de los siglos fueron creando tanto el río Caracena como sus tributarios, los barrancos de las Gargantas y de los Pilones. Las viviendas, generalmente de dos plantas y levantadas en mampostería trabada con barro y armazón de madera, flanquean estrechas calles que culebrean en torno a sus dos parroquias, mientras que el castillo, situado al sur, protege a la villa por su flanco más débil.

Frente al trasiego de gentes de diversa procedencia, artesanos, comerciantes, milicias, rebaños o peregrinos que una imagen idealizada de la Edad Media nos induce a evocar, la realidad actual de Caracena se muestra tan menguada que la empuja a asomarse al abismo de la despoblación definitiva. Dotada hasta hace muy poco de un único acceso por carretera, suministros básicos como la luz y el teléfono no llegarían hasta bien entrados los años ochenta. Como testigos mudos de este declive que hunde sus raíces en la caída del Antiguo Régimen y que se aceleró durante el desarrollismo industrial del tercer cuarto del siglo XX han quedado dos austeros pero notables ejemplos de románico que constituyen los principales hitos patrimoniales de la villa, junto con el castillo, reconstruido en el siglo XVI y el rollo jurisdiccional, renovado en el siglo XVIII en lenguaje barroco.

 

Ventana del ábside de la iglesia románica de Santa María en Caracena (Soria). Autor: José Daniel Navarro

Monumental soledad

La iglesia de Santa María del Arrabal de Gormaz, levantada en la parte baja de la población, es el primero de ellos. Rodeada en tiempos por el barrio del mismo nombre, habitado con gentes procedentes de dicha población situada a orillas del Duero, resta hoy exenta; sólo el cementerio se adosa ya a su fábrica, como si las piedras dispersas del antiguo barrio hubiesen decidido agruparse para terminar aquí sus días. Su nave, de planta rectangular, alzada en mampostería revocada y cubierta por armadura de madera, incorpora cabecera de breve tramo presbiterial recto y ábside semicircular horadado por una sencilla ventana enmarcada entre dos finas columnillas adosadas rematadas en capiteles figurativos sobre los que apean arquivoltas de decoraciones trenzadas. El ingreso meridional, flanqueado por dos pequeños huecos peraltados protegidos por celosías pétreas de inspiración prerrománica, se localiza en el centro del muro y forma pareja con el del muro opuesto, hoy cegado, orlados ambos con arquivoltas sobre semicolumnas (expoliadas en el primero de ellos) y recercados por chambrana con taqueado jaqués. La torre, a los pies del edificio, es un elemento de singular importancia debido a su origen fortificado y su fábrica de tapial.

Antiguo rollo jurisdiccional de Caracena (Soria). Autor: José Daniel Navarro

Adentrados en el escueto caserío, la plaza principal de la Villa nos saluda con interesantes construcciones tradicionales, apenas alteradas, y con dos de los elementos definitorios del poder civil: el rollo de Justicia y el edificio de la Cárcel. Nuestros pasos nos llevarán, ascendiendo por la empinada y angosta calle principal hasta el otro templo caracenense, la iglesia de San Pedro.

A pesar de datar su fábrica inicial en las postrimerías del siglo XII, nos ha llegado una imagen resultado de la profunda transformación que la adaptó a la liturgia postconciliar ya en el siglo XVIII, cuando se derriba la nave principal, dejando tan solo el ábside y el presbiterio, a los que se accede a través de un arco triunfal apuntado, y se la sustituye por una nueva caja techada por bóveda de medio cañón con lunetos, decorada con molduras de yeso. En estas fechas se renovaría también el contenido mueble de la iglesia, descollando el fastuoso retablo barroco que aloja en su calle central, entre columnas salomónicas, un magnífico lienzo de San Pedro obra del pintor cordobés y famoso tratadista Antonio Palomino. Exteriormente, las renovaciones, mutilaciones y añadidos que ha sufrido el edificio a lo largo de su historia dan como resultado, no obstante, un conjunto armónico. Destaca en altura la torre, sobre el presbiterio, volumen troncocónico que dobla en altura a la nave y que a punto estuvo bajo su peso de arruinar la fábrica, salvada in extremis por una oportuna intervención de refuerzo a finales del siglo pasado. Además del sencillo ábside, conserva el templo otro elemento románico encargado de dotarlo de gran parte de su carácter y valor: una galería porticada que orienta siete arcos al sur y otro al este. Todos ellos, salvo el correspondiente al hueco de paso, de mayor luz y flecha, apeados sobre columnas pareadas asentadas sobre zócalo corrido y rematados con capiteles que abarcan los más diversos temas, muy del gusto de los artífices del medievo (escenas del Nuevo Testamento, luchas entre el Bien y el Mal, animales fantásticos, escenas cotidianas, labores de cestería…). Diversos autores han hecho notar la influencia del taller de Silos cuyas soluciones se reinterpretan en las obras de la Catedral del Burgo de Osma, más cercana geográficamente, y la estrecha relación que guarda tanto en factura como en temática con la vecina galería de la iglesia de Tiermes.

 

Fortaleza de Caracena (Soria). Autor: José Daniel Navarro

 

Una última reflexión

No podemos completar la visita a Caracena sin dirigirnos a su castillo, situado más al sur, al borde del Barranco de las Gargantas. El ascenso, que deja atrás al pueblo, es una suerte de viaje iniciático que atraviesa el páramo desnudo y termina de adentrarnos en la dramática soledad del lugar, a ratos rasgada por el tintineo de algún rebaño lejano. Reconstruida a finales del siglo XV tras las luchas que enfrentaron a Juan de Tovar, señor de la Villa, contra los Reyes Católicos, la realidad actual de la fortaleza es mucho más prosaica: incluida en la Lista Roja del Patrimonio, es una propiedad particular que sirve como cantera esporádica y corral. Ello no le impide seguir mostrando gran parte de su magnificencia, dado lo rotundo de sus volúmenes dispuestos en dos recintos: el interior incluía el patio de armas, el aljibe y diferentes dependencias arruinadas hoy; el exterior es una antemuralla perimetral reforzada con diez cubos cilíndricos dotados con saeteras y troneras ya preparadas para la artillería.

Una última vista atrás, mientras nos despedimos de Caracena nos hace preguntarnos si esta realidad de aislamiento y soledad que hoy sentimos tan dura, áspera, adusta y difícil pudo ser alguna vez tan amable, cálida y familiar como la voz de las dos señoras que nos saludan mientras tejen en la plaza. La gente, en el pueblo, siempre se saluda.

 

Un artículo de José Daniel Navarro