A la arqueología como a cualquier otra disciplina profesional, las mujeres llegaron tarde. No porque no supiesen o no quisiesen, sino, simplemente porque no les dejaron estar. Cargaron sobre sus hombros y, muy especialmente, sobre sus conciencias la inmensa responsabilidad de ser buenas madres, esposas, hijas, hermanas, nietas… Las relegaron al cuidado del hogar y la familia.

Canal Patrimonio_Carmen Molinos / Alejandro Martín López

Pese a todo, llegaron y lo hicieron no solo para quedarse, sino también para ser y cambiar la historia, para bucear en los archivos, para investigar, para dar voz a las muchas compañeras que durante siglos vieron como sus nombres quedaban olvidados en los tinteros, sin llegar nunca a las páginas de un libro.

Mujeres son las que hace apenas unos meses rescataban del olvido a la monja copista medieval, que ensució sus dientes de lapislázuli, al afilar el pincel con el que llenaba de color y filigranas los manuscritos en los que trabajaba. Y rescatándola a ella, recuperaron la memoria de otras muchas.

Mujeres son quienes han demostrado, mediante el análisis del ADN, que el gran jefe de una antigua tribu vikinga no era tal, sino jefa y al devolverle los honores con los que fue enterrada, han otorgado protagonismo a otras muchas mujeres guerreras y luchadoras, que han dado y dan su vida en la batalla.

Arqueólogas e historiadoras trabajan codo con codo en las excavaciones con sus compañeros, tiran de pico, pala y carretillo, viven horas de laboratorio, noches de investigación y mañanas al sol de brocha y cincel. Mujeres que, además y, por el mero hecho de serlo, sufren y aguantan el típico chiste que pretende ser gracioso sobre su fuerza o el inapropiado piropo a su belleza. Mujeres que alzan la voz para poner en jaque al catedrático de turno que se cree con derecho al roce, a la caricia o al tocamiento. Mujeres que, como directoras de obra o de excavación, escuchan una y otra vez el “¿cuándo llega tu jefe?” o el típico “mujer tenías que ser”.

Ellas, las que callaron, las que alzaron la voz, las que siguen y seguirán investigando son mujeres y hacen historia. Imposible mencionarlas a todas, pero sí queremos recordar a una pionera que, al seguir los pasos de su padre, abrió camino a todas las demás: Encarnación Cabré, la primera arqueóloga española. Ella ha sido noticia este mes, porque otras, quienes recogieron su testigo, han luchado para que el Congreso aprobase por unanimidad poner su nombre al jardín del Museo Arqueológico Nacional (MAN). Y en esa placa, en ese nombre, estará contenido el de otras muchas y, seguro, seguirá siendo inspiración para mujeres que son y hacen historia.

 

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IMÁGENES: Fotografía de la Agencia ICAL de dos mujeres excavando en la Sierra de Atapuerca e imagen del archivo de la familia de Juan Cabré, padre de Encarnación durante una campaña de excavación en torno a 1927.