El GULAG, la red de campos de trabajo soviéticos, no sólo era una “trituradora de carne”, como la llamaban sus inquilinos, sino una máquina muy rentable de explotación de mano de obra esclava ideada por el estalinismo.

Canal Patrimonio

Museo Gulag

“El GULAG aportaba el 20 por ciento del Producto Interior Bruto soviético. Fue un sistema de explotación de trabajo de esclavos que se transformó en una gran fábrica, que en vez de combustible utilizaba personas”, señaló Yegor Larichev, subdirector del recién inaugurado Museo de la Historia del GULAG. Lo que empezó siendo un sistema puramente represivo para castigar a los “enemigos del pueblo” se convirtió a partir de finales de los años treinta en uno de los puntales de la industrialización ordenada por Stalin.

La máquina devoraría a todos los estamentos de la sociedad soviética, desde delincuentes de poca monta hasta conocidos intelectuales, desde científicos (Koroliov o Túpolev) hasta comunistas empedernidos, hasta alcanzar los 20 millones de soviéticos. “Este es el primer intento de crear un museo estatal dedicado al GULAG, una herencia negativa que aún no ha sido asumida por todos los rusos. Aún los hay que dicen que todo esto es una pura invención. Este es sólo un primer paso”, asegura. El museo, un siniestro edificio de ladrillo rojo anterior a la revolución bolchevique, sumerge al visitante en el horror del “Archipiélago GULAG” como lo definió en su famoso libro el escritor y disidente Alexandr Solzhenitsin.

Provoca escalofríos la colección de puertas de celdas traídas de campos trágicamente famosos, como las minas de Kolimá (extremo oriente), los yacimientos de Vorkutá (norte) o el archipiélago de Solovkí (mar Blanco), el primer experimento represor. También se pueden ver pertenencias de los presos que recuerdan que “la miseria agudiza el ingenio”: cartas escritas en trozos de tela y troncos de madera, equipos médicos hechos con huesos de mamut,; mecheros, a partir de balas, lámparas con latas de conserva o máscaras contra el frío con corteza de abedul.

Destacan los juguetes de sorprendente calidad -coches y muñecas-, que eran vendidos después en tiendas a 25 rublos -una fortuna entonces-, sin que el comprador supiera nunca que su fabricante era un inquilino del GULAG. El secretismo de este sistema se pone de manifiesto cuando nos enteramos de que sólo tras la muerte de Stalin en 1953 se supo de la existencia de una prisión en las minas de uranio de Chukotka, uno de los trabajos más peligrosos que uno pueda imaginar.

Museo de la Historia del Gulag

Los verdugos

También hay espacio para los verdugos, ya que se incluye el número de listas con los nombres y apellidos de los presos condenados al patíbulo en las purgas de los años treinta firmadas de puño y letra por los dirigentes soviéticos, desde Stalin hasta el que fue en aquella década presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo (Gobierno) y luego ministro de Exteriores, Viacheslav Mólotov. Con todo, el museo no cae en la tentación de limitarse a mostrar el horror del “infierno blanco”, sino que permite participar de manera interactiva en el estudio de la evolución del GULAG con la ayuda de documentos inéditos.

De esa forma sabemos que los índices de mortalidad se dispararon durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los suministros destinados a los presos fueron desviados para alimentar a los soldados que combatían al invasor nazi. Uno de los primeros proyectos en los que se utilizó mano de obra esclava fue el canal del mar Blanco, una obra faraónica en la que murieron 25.000 personas, según fuentes independientes, a lo que siguieron puentes, centrales eléctricas, puertos y vías férreas.

“Nuestro museo es un ejercicio de memoria histórica. El GULAG es parte de la historia del pueblo ruso. Un 25 por ciento de los soviéticos fueron víctimas directa o indirectamente de ese sistema”, afirma Larichev. Fue un fenómeno tan intrínsecamente soviético que algunos escritores han llegado a decir que no había diferencia entre el interior y el exterior del GULAG, ya que “toda la URSS era una gran zona (prisión)”. Es por ello por lo que el museo se centra en intentar explicar de manera racional y objetiva “el mecanismo de la represión”, como lo define Larichev, y no en “dividir a la sociedad rusa en rojos y blancos”, en alusión a la guerra civil de 1917-1923.

“Nuestro museo quiere que eso no se repita, quiere transmitir una lección moral. No debió haber ocurrido nunca. El GULAG fue algo inaceptable, pero es una tragedia común y un trauma histórico”, señala el director adjunto. No cree que “la responsabilidad recaiga sólo en los verdugos, sino en toda la nación”, ya que, además de los que firmaron y los que apretaron el gatillo, están los que callaron y, por tanto, otorgaron. “Todos somos partícipes de alguna forma. Es una mancha nacional y es complicado hablar de culpables e inocentes. Como dice el dicho: ‘El que no cumplió una pena, era guardia'”, comenta. Reconoce que, pese a la ley sobre la desclasificación de documentos, el Estado ruso se niega a abrir los archivos del KGB, por lo que “el museo está incompleto” y la herida seguirá supurando a falta de dos años para el centenario de la revolución de 1917. EFE_Ignacio Ortega

IMAGEN:  Colección de puertas de celdas que se muestran en el recién inaugurado Museo de la Historia del GULAG (la red de campos de trabajo soviéticos), traídas de campos trágicamente famosos, como las minas de Kolimá (extremo oriente), los yacimientos de Vorkutá (norte) o el archipiélago de Solovkí (mar Blanco), el primer experimento represor y  cartas escritas por los presos en trozos de tela. EFE