Erguido sobre

tantos días alegres,

sigo la marcha. No podré habitarte,

ciudad cercana. Siempre seré huésped,

nunca vecino.

 

Claudio Rodríguez. “Por tierra de lobos”. Alianza y Condena. 1965

 

Esta imagen de Charles Clifford nos da idea de la magnitud de la fortaleza que se enseñoreaba sobre el Cerro de la Mota de Benavente. Dominaba la confluencia de los ríos Esla y Órbigo, aunque ya a mediados del siglo XIX, cuando el fotógrafo de la Reina Isabel II capturó esta instantánea, quedaba sólo el triste esqueleto de su gigantesca figura.

Su historia es una larga sucesión de ampliaciones y modificaciones que cuentan la historia del que fuera el mejor castillo-palacio de España según los documentos de la época.

 

Un artículo de Maximiliano Barrios Felipe

En derredor de los antiguos baluartes defensivos del reino de León, barrera contra la siempre amenazante Castilla, nacen al abrigo de las políticas de repoblación de Fernando II y Alfonso IX, nuevas villas. Así surge Benavente, el antiguo reducto de Malgrat convertido en fortificación militar de realengo, con las características propias de los recintos defensivos medievales, el castillo no era más que una parte del complejo entramado, junto con torres, fosos y dos recintos de murallas concéntricos, con seis puertas principales de entrada a la villa.

Benavente fue convertido en condado en 1389 a favor de los Pimentel, familia que engrandecerá el castillo hasta convertirlo en un gran palacio señorial, más si cabe tras la concesión del ducado a finales del siglo XV. Las crónicas nos lo dibujan con todo lujo de detalles: salones, miradores, galerías y a sus pies los jardines eran un auténtico vergel, tapizados de plantas exóticas, en los que moraban animales como camellos, leones o incluso elefantes, cuyos colmillos decoraban las estancias más lujosas. Tal era su fama y prestigio que atrajo con asiduidad a la nobleza más granada y la realeza. Entre sus muros se celebraron dos sesiones de Cortes y la reina Juana, Carlos V y Felipe II durmieron en sus alcobas.  Carlos V fue especialmente benefactor de los Pimentel, aliados en las guerras de Comunidades, aquí despachó su primer Consejo tras ser nombrado emperador.

Los Pimental poseedores de grandes haciendas y lujosas casas en Salamanca o Valladolid, siempre cercanos a la corte, abandonarían estas tierras con destino a Madrid tras el fin de la aventura de Valladolid como “capital” de la monarquía. La lejanía y el olvido de los conde-duque produciría un paulatino abandono que irá deteriorando el castillo hasta finales del siglo XVIII, aunque todavía se afrontarían algunas obras de reparación.

 

Castillo de Benavente, Zamora. Torre del Caracol vista desde el Parque Botánico Las Pavas. Foto: Maximiliano Barrios.

 

En el transcurso de la Guerra de la Independencia la agónica retirada de John Moore encontró refugio provisional en Benavente, rumbo a las costas gallegas, pasaporte a Inglaterra. Al abrigo de su castillo esperó el momento propicio para continuar su huida de las tropas napoleónicas que le pisaban los talones, comandados por el mismo Napoleón, que uniría su nombre al de ilustres que pernoctaron en el castillo. 

Entre el 30 de diciembre y el 7 de enero de 1809, británicos primero y franceses después parecieron confabularse para acabar con el alcázar, improvisado combustible para capear el gélido invierno zamorano. Sus muebles, tapices, portones, artesonados y toda la madera disponible ardieron en una inmensa tea. Fue sin duda el principio del fin, con el humo se escapaban las memorias de una fortaleza proverbial. Abandonado y semiderruido, en los años posteriores sus sillares fueron la argamasa con la que se levantaron muchos edificios en la villa o pavimentaron sus calles. Entre la Compañía de Aguas, propietaria de los terrenos desde fines del siglo XIX, y el Ayuntamiento, se encargaron de ir borrando las huellas que aún eran visibles en el horizonte, como se ve en la imagen de 1854. En las primeras décadas del siglo XIX la crisis azotó a nuestro país, la ampliación del parque y jardines de La Mota sirvieron para enjugar el desempleo y aliviar a las familias más castigadas por las dificultades.   

El parque nos ha hurtado las románticas ruinas que hubieran convertido la Mota en bucólico recuerdo del Benavente legendario. Del castillo hoy en día destruido sólo nos recuerda su pasado esplendor la salvada torre del Caracol, sobre ella a principios de los 70 se inauguró el Parador de Turismo “Rey Fernando II de León”, cuyo nombre homenajea al monarca que otorgó los fueros a la villa en 1164. Ciudad hoy por privilegio de Alfonso XIII, ciudad que perdió para siempre a un gigante, origen de su esplendor.

 

 

Foto antigua

Castillo de Benavente. Calotipo de Charles Clifford. 1854. © Victoria and Albert Museum.

 

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