Vista General

El Museo Nacional de Brasil y la lucha por su reinvención un año después de la tragedia.

Canal Patrimonio_Juan Pablo Ausín

Hay quien pueda pensar que el 2 de septiembre de 2018 cambió la suerte para el Museo Nacional de Brasil, en la ciudad de Río de Janeiro. Que saldría, aunque fuese de golpe y porrazo, de más de 30 años de paulatino arrinconamiento administrativo. ¡Y qué golpe! Apenas unos meses después de cumplirse el bicentenario de su fundación como espacio para el estudio y la divulgación científica en el mismísimo palacio donde habitaba la familia real portuguesa en su exilio brasileño a comienzos del siglo XIX, la Quinta da Boa Vista ardía por los cuatro costados, llevándose por delante decenas de miles de testimonios de la cultura y la naturaleza local. En palabras de la presidenta del comité brasileño del Consejo Internacional de Museos (ICOM), Renata Motta, “fue una pérdida histórica, sin precedentes para nuestro patrimonio museológico”.


“Hubo una reacción inmediata de pesar y de solidaridad en el ámbito nacional e internacional”, señala Motta, refiriéndose a cómo la población se aglomeró al día siguiente en la Quinta “buscando formas de colaborar”. Esta corriente popular sacudió todo el país reivindicando para uno de sus más importantes espacios históricos una mayor atención administrativa. No en vano, el director del Museo, Alexander Kellner -sin querer politizar el asunto- señala la responsabilidad directa de las administraciones presididas por Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) y Dilma Rousseff (2011-2016). En el primer caso ya que, al ser la primera dama la antropóloga y ex trabajadora del museo, Ruth Cardoso, conocía de primera mano las dificultades por las que pasaba la institución para haber actuado en consecuencia. Al Ejecutivo de Rousseff le reprocha que en 2014 rechazara una enmienda aprobada por los diputados de Río concediendo una subvención de 20 millones de reales a una institución que, debido a sus problemas financieros, se estaba viendo obligada a cerrar sus puertas temporalmente. Y eso que la acumulación de patrimonio es tanta que diez meses después de la tragedia, Kellner aún no se aventura a dar una cifra concreta de lo salvado y lo perdido, reservándose si acaso hasta que esté concluido un informe que esperan presentar cuando se cumpla un año exacto del incendio. Pero ofrece un apunte de esperanza: “Hace 25 años nos propusimos vaciar el palacio para transformarlo, pero por falta de presupuesto no lo conseguimos totalmente. Sin embargo, las secciones de Vertebrados, Botánica, y la biblioteca están totalmente preservados, así como parte de Arqueología, Invertebrados y Entomología. Seguimos siendo un gran museo de historia natural con algunos millones de ejemplares”.


Entre estos se cuentan los restos del fósil de homínido más antiguo de las Américas, parcialmente destruidos en el incendio. Luzia, como llamaron a esta mujer con más de 11.000 años de antigüedad, se encuentra entre los más de 5.000 elementos recuperados en las ruinas. Con todo ello se pretende revivir parte de lo que fue el museo de la Quinta da Boa Vista. ¡Y más! La Asociación de Amigos del Museo, un organismo sin ánimo de lucro compuesto en su mayoría por voluntarios de la Universidad Federal de Río de Janeiro y que gestiona la institución, se fija en los grandes museos de antropología del mundo. Para equipararse cuentan con las donaciones ya comprometidas por países como China, y otros en vías de negociación como Italia, Alemania o Francia. “Pero para eso tenemos que demostrar que nos lo merecemos”.

Kellner se muestra optimista de cara al futuro, pero con reservas. Por una parte, el Museo sigue sin presupuesto para gastos diarios aunque el Gobierno de Michel Temer, antes del traspaso de poderes al actual Ejecutivo, llegó a donar cinco millones a la UNESCO para facilitar dos proyectos de recuperación. Y ya se han comenzado a organizar exposiciones fuera de un palacio para cuya próxima reconstrucción también se están dando los pasos necesarios.


Tras este incendio -y otro similar ocurrido en 2015 en el Museo de la Lengua Portuguesa de São Paulo-, “el impacto de las pérdidas ha elevado la concienciación popular respecto a la importancia de la preservación de su patrimonio y ha movilizado a las instancias públicas en la fiscalización, el diagnóstico de riesgos, la financiación y la creación de programas para la gestión de riesgos y seguridad”, apunta Renata Motta.

Por su parte, Alexander Kellner confiesa que sí se ha sentido un incremento en la afluencia a los museos brasileños, si bien avisa de que para compararse con los de Europa “tenemos que actuar en la educación, enseñar la importancia cultural que tiene el país. Una sociedad que no invierte en su legado está culturalmente perdida”, afirma, sin renegar de su responsabilidad: “el museo tiene que modernizarse, traer novedades, mostrar su relevancia. El museo que no conversa con la sociedad está condenado a la extinción”.

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