Te proponemos un juego: revisa tu perfil de Instagram, Twiter o Facebook de hace un par de semanas ¿colgaste alguna foto de la catedral de Notre Dame en llamas, o alguna ilustración de Disney en la que se ve a Cuasimodo abrazando un esbozo del edificio?, ¿sí?; perfecto, no cabe duda de que el incendio de la cubierta del edificio parisino te impactó.

Ahora desliza tu dedo índice, con esa rapidez a la que nos hemos acostumbrado, a lo largo del histórico de tu perfil, ¿cuántas fotografías de elementos del Patrimonio Cultural has colgado en tu vida digital?

Cada semana: perfecto, este artículo no es para ti.

Algunas: podemos mejorar, sigue leyendo.

Ninguna: tenemos un problema y no es el fuego  

Canal Patrimonio_Alejandro Martín López y Carmen Molinos

Catedral de Notre Dame, París

 

Posiblemente, el lunes, 15 de abril, tu teléfono echaba casi tanto humo como la sede episcopal parisina. Cientos de mensajes de WhatsApp se agolpaban con grabaciones de voz, vídeos, capturas de la televisión y textos apocalípticos relacionados con el incendio. Como decían nuestras abuelas, “líbreme Dios del día de las alabanzas”. Y es que como ya habíamos adelantado en algún artículo anterior, los ojos del gran público y sus gobernantes sólo se vuelven lacrimosos al mirar el Patrimonio Cultural cuando alguna desgracia de dimensiones épicas se lleva por delante siglos de historia. Entonces todo es rasgar de vestiduras y arrancar de cabellos.

Desde la I Guerra del Golfo Pérsico no hay forma de precipitar la conmoción global más efectiva que retransmitir en directo una tragedia. Volvió a pasar el 11 de septiembre de 2001 o en la entrada de las tropas estadounidenses en Bagdad en 2003. Hace un par de semanas, coincidiendo con la celebración del Día Mundial del Arte, el mundo atónito, asistía al hipnótico espectáculo de las llamas mientras devoraban la madera y finalmente hacían caer las estructuras más altas de la seo parisina. A parte de que el ser humano después de milenios de evolución y desarrollo tecnológico se siga sintiendo aun fascinado por el don de Prometeo ya sea en una celebración festiva o en una desgracia, lo cierto es que esa chispa no solo encendió la cubierta del crucero, sino que hizo explotar una oleada de indignación, solidaridad y llamada a la esperanza de dimensiones globales.

 

Notre Dame está salvada, pero, ¿y el castillo de tu pueblo?

No hacía falta ser un avezado especialista en la materia para suponer que la ayuda en forma de dinero comenzaría a surgir como hierba entre las piedras. Las mayores fortunas francesas y un gobierno volcado en el símbolo nacional que supone la icónica imagen de la catedral aseguraron, cuando aun no habían pasado 24 horas, que en menos de cinco años se habría reconstruido lo que el fuego había arrasado. A esa lluvia de buena voluntad y millones, le siguió una cascada de planes para revisar la seguridad de todas las sedes episcopales europeas, porque espantados el resto de gobernantes pensaron “¡virgencita, virgencita que me quede como estoy!”.

En España es difícil saber cuántos edificios históricos cuentan con planes de emergencia y seguridad. Algunos artículos publicados a raíz de la desgracia de Notre Dame aseguran que las principales seos, por ejemplo, están protegidas. Pero el Patrimonio Cultural está compuesto por muchos más elementos. A lo largo de un año cientos de ellos desaparecen para siempre, sin dejar más rastro que una pequeña elevación de material constructivo que después de un invierno de lluvias y una primavera cálida, queda escondido entre la vegetación. Portadas románicas que desaparecen; cubiertas mudéjares que colapsan fruto de maltrechos tejados; yacimientos arqueológicos invadidos de vegetación y saqueados por aficionados a los detectores de metales; templos victimas del vandalismo inconsciente; maltrechos castillos o fortalezas convertidos en apenas esqueleto de su pasada grandeza; puentes medievales cuyas viejas piedras se reutilizan en la construcción de caseríos cercanos… Su desaparición, en ocasiones, apenas logra glosar un breve en la sección de cultura del periódico local. Rara vez abren telediarios, no se hacen reconstrucciones virtuales del proceso de destrucción, no se contacta con pléyades de expertos sobre la materia. Ni siquiera la destrucción de algunos de los yacimientos arqueológicos más importantes del Mediterráneo en el trascurso de diferentes enfrentamientos bélicos tiene una cobertura informativa y una trascendencia social de tal envergadura como la que ha tenido este incendio.

Es cierto que Notre Dame y París en general constituye uno de los corazones emocionales de lo que Europa significa. Es una de las capitales del arte por antonomasia, y en el país que se inventó el gótico (o no), la catedral de Notre Dame significaba la condensación de la identidad medieval, los ideales del romanticismo gótico y uno de los iconos turísticos de la vieja Europa. Pero ¿por qué nos sentimos más identificados con un templo a cientos de kilómetros de nuestra casa, que con la vieja ermita que se desmorona en el pueblo de nuestros abuelos?

 

Berlanga de Duero, Soria
Vista de Berlanga de Duero (Soria). Fotografía extraída de Wikipedia. Autor: Fdtorri

 

Educación, innovación, prevención

Como en muchas religiones que repiten una y otra vez la misma oración, por ver si así se funde con el alma de sus fieles, no nos cansaremos de decir que la solución está en la educación. Formación para concienciar a la sociedad de la importancia de la preservación del patrimonio cultural; formación continúa para propietarios y gestores de bienes culturales y para los técnicos que han de saber cómo actuar en caso de que se detecte una emergencia. Y sobre todo educación, para que aquellos que, por su carrera profesional o su reflejo público, son el espejo del gran público, no confundan el gótico del XIII, con las intervenciones del siglo XIX

Educar e investigar para mejorar los sistemas de prevención que protejan este Patrimonio tanto de ataques intencionados, como de accidentes imprevistos (como el caso parisino). Las nuevas tecnologías pueden ayudar, y mucho, en el desarrollo de planes de emergencia. Pero, ¿de qué sirve tener un plan si nadie lo conoce, si no lo aplicamos o si nos saltamos a la torera la normativa? Podemos tener el mejor sistema antirrobo del mundo, que no servirá de nada, si no lo conectamos porque resulta incómodo activar alarmas cada vez que alguien entra o sale del edificio, lo mismo podemos decir de los detectores de humo u otros dispositivos. Las nuevas tecnologías, por sí solas, no sirven de nada. Para que realmente sean útiles debemos aplicar el conocimiento y la responsabilidad. Volviendo al refranero popular, siempre se ha dicho que “es mejor prevenir que curar”.  Ahora que le hemos visto las orejas al lobo, para ahorrar en restauración, para no perder más elementos patrimoniales, ni grandes ni pequeños, debemos entender que es necesario invertir en conservación, en formación y en innovación.

 

Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

 

Prueba definitiva

Si has llegado hasta aquí es el momento de que busques un elemento de Patrimonio Cultural que esté a menos de 10 kilómetros de tu sofá. Puede ser un castillo, una iglesia, una escultura, un cuadro, una romería popular… da igual. Acércate andando, por el camino, si la cobertura te lo permite, busca si la Wikipedia tiene una entrada sobre la pieza en cuestión, intenta descubrir por qué quién la colocó allí lo hizo, bucea un poco en su historia.

Cuando llegues toma una foto, puede ser rara si tu quieres. Añádele el filtro que más te gusta, o incluso puedes hacer un selfie donde se vea el edificio y aprovecha este #notredamechallege para demostrar que no necesitas que el Patrimonio Cultural arda para que forme parte de tu vida. De tu herencia. De tu esencia. ¿Lo tienes? Pues, ahora guarda el maldito móvil en el bolsillo y disfruta.

 

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