En el día a día trabajando con turistas y visitantes, enseguida es uno consciente de que lo que realmente busca quien nos visita en los pueblos es, REALIDAD. El contacto directo con la vida real, con una forma de vida cada día más escasa y desconocida. Esta búsqueda de la verdad es un filón turístico para el mundo rural, pues el resultado es tan variado como asequible. Hay tantas historias detrás de cada pueblo como habitantes quedan en ellos. Se trata de una riqueza que se escapa entre los dedos, que se pierde día a día y que probablemente comencemos a valorar cuando su desaparición sea irreversible.

Canal Patrimonio_Gustavo Peña Gil

Oficialmente se conserva el patrimonio tangible, de hecho se conserva aquel patrimonio que sería vergonzoso ver desaparecer, pero se cuida muy poco aquel patrimonio que se aleja de las miradas y mucho menos se cuida el patrimonio que creemos que abunda, dando la sensación muchas veces que estamos esperando a que esté en peligro para valorarlo.
Y este es el caso del patrimonio vinculado al vino.

El sur de la provincia de Burgos esconde miles de joyas bajo tierra. Pero no estamos hablando de yacimientos arqueológicos, sino de tesoros culturales vinculados al vino, un patrimonio oculto del que se sabe mucho menos de lo que solemos creer.

Lerma es hoy la capital de la Denominación de Origen Arlanza y la sede de la Ruta del Vino Arlanza. Junto con la más conocida Ribera del Duero, con la que se comparte frontera, se conforma una zona cuya vinculación con estos caldos se remonta a la antigüedad. Como también ocurre en Aranda de Duero y en la cercana Laguardia, el subsuelo de esta villa burgalesa oculta bajos sus calles un complicado entramado de bodegas, cuya localización es, a día de hoy, todo un misterio.

La razón de que haya poblaciones con sus bodegas dentro del casco urbano, y no en una ladera cercana como es costumbre, es la existencia de antiguas murallas, o mejor dicho, la existencia de ordenanzas que grababan introducir vino por las puertas de la muralla con impuestos, y no proteger el vino dentro de ellas como se suele pensar. Las Ordenanzas de Lerma de 1594 son un buen ejemplo de ello y de la importancia de este líquido como alimento de primera necesidad. En ellas encontramos 80 normas de convivencia de las cuales casi 30 tratan directamente sobre el vino.

Pero dejémonos de teorías y bajemos juntos a la bodega que un amigo nos ha prestado para la ocasión.
Entramos a una casa que no es de nuestro amigo y saludamos a una vecina del pueblo que nos esperaba barriendo la cocina, y es que los accesos a las bodegas, en muchos casos, se hacían desde el portal, el patio o la propia cocina. El paso de los siglos ha hecho que no coincida en la misma persona el propietario de la vivienda y los varios propietarios de la bodega, originado así “servidumbres de paso” o lo que es lo mismo, que la puerta de la vivienda sea también el acceso de la bodega y tanto derechos tiene uno a la llave como los otros. Cierto es que, quien posee una de estas casas con derechos compartidos, siempre lo ha vivido de esta forma y está más que acostumbrado al tránsito de copropietarios. Junto a la puerta; porrones, jarros, candiles y encendedores, pues es obligatorio bajar a la bodega seguros de que encontraremos abajo tanto vino como oxígeno.


Bajamos las escaleras, empinadas y desiguales, iluminados por un par de bombillas que cuelgan de sus cables. Según descendemos notamos como desciende también la temperatura, cosa que ahora en verano se agradece, no así la sensación de humedad que enseguida se torna desapacible. La profundidad de las galerías varía desde poco más de un sótano a varios pisos solapados, pues es la conveniente veta arcillosa del terreno la que determinaba hasta donde descender. En este caso bajamos lo que en una ciudad sería la segunda planta de un moderno parking, hasta un suelo cubierto de fina gravilla que deja que el agua que gotea del techo siga filtrando su camino.

FOTOGRAFÍAS: Pedro Angulo

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