Son las seis de la mañana del 24 de febrero de 1653. Después de casi trece horas de actuación, el salón parisino donde está reunida gran parte de la nobleza francesa y los embajadores de los principales aliados del país tiene una atmósfera pesada, cargada de dioses, diablos, músicos y bailarines. La representación del Ballet Royal de la Nuit, comenzó a las seis de la tarde del día anterior, cuando se sentaron la reina Ana y el que fue su primer ministro durante muchos años, el cardenal Mazarinos.

Canal Patrimonio_Alejandro Martín López

El ballet está a punto de terminar cuando los primeros haces de luz se cuelan en la sala e iluminan a una figura vestida de oro y rayos de sol. Apolo viene a desterrar la oscuridad y después de una exhausta noche, traer un nuevo día. El bailarín que interpreta este papel no es otro que un joven Luis XIV, que con apenas dieciséis años ha decidido inaugurar una nueva forma de estado, centralizado en su persona, sometiendo a la poderosa nobleza que desde castillos y catedrales lleva siglos manejando la corona. La Monarquía Absoluta inaugura en Francia un nuevo periodo histórico y lo hace de la mano de la música compuesta para, a través del ballet, representar el nacimiento de un nuevo astro.

Instrucciones de uso: una melodía para gobernarlos a todos

Si has empezado a leer este artículo te recomiendo que tengas cerca algún dispositivo en el que reproducir música. Este es un viaje a través del oído y sólo tiene sentido si puedes escucharlo. Puede que la música sea la más universal de las artes. No necesita interpretación, ni mucho entramado cultural para trasmitir emociones como la alegría o la tristeza. La aparentemente simple combinación de notas, modos y ritmos puede conseguir la exaltación de nuestro corazón o sumergirnos en la más profunda melancolía. Es tan potente, que desde hace siglos ha sido empleada por monarcas, religiosos y repúblicas para conmover a sus ciudadanos.

Con-mover. Hacer que algo se mueva en un sentido. La música es, sin duda, el arte que de forma más directa y efectiva conmueve, así que ha sido empleada como herramienta desde Luis XIV para dominar a la Fronda, hasta el Mayo del 68.

Desde la Reforma Protestantes y su respuesta en el Concilio de Trento, se comprendió que la música era un elemento fundamental en la construcción de la identidad de las sociedades que en este caso pugnaban por la verdadera fe cristiana. Qué la música pueda ser accesible por los fieles y cantarla para participar de los oficios; que la música sea tan elevada, compleja e inaccesible que parezca más cercana a la divinidad que a sus fieles. En este contexto, compositores de uno y otro bando cimentaron lo que hoy es el patrimonio musical occidental. Sin duda, la cátedra de San Pedro fue durante este periodo uno de los grandes mecenas de la composición musical. Palestrina, Victoria o Alegri trabajaron casi en exclusividad para los príncipes de la Iglesia, con contratos tan draconianos como que el que prohibía interpretar el “Miserere Mei” de Alegri fuera de la Capilla Sixtina, bajo pena de excomunión. La piratería musical tenía en aquellos tiempos castigos temporales y eternos.

 

Paseo por el Támesis. Canaletto. Wikipedia

 

El barroco aumentó exponencialmente el uso de la música y las artes escénicas para la construcción del poder. Luis XIV y el tándem formado por J. B. Lully y J. B. Moliere, emplearon la suma de la música y el teatro para crear el paradigma político de la Monarquía Absoluta en Francia. Pero no solo Francia empleaba la música como herramienta del poder. La Inglaterra del XVII encontró en el bávaro Händel, al arquitecto de la música que acompañase la llegada de la casa de Hanover al trono insular. Música para acompañar al monarca en sus paseos por el Támesis, que junto con sus invitados asistían a uno de las primeras performances de música y artes escénicas a gran escala de las que tenemos información. Podemos imaginar cómo fue el estreno de la “Música Acuática” de Händel a través de los ojos de Canaletto en su “Paseo por el Támesis”, como la vieron miles de londinenses en su día.

Fue tanto el éxito que el compositor alemán tuvo en la corte inglesa, que el hijo del monarca le encargo la composición de la música que le acompañaría durante su coronación – “Himnos de la coronación” y en diversos festejos de su reinado “Música para los Reales Fuegos de Artificio”.

El padre del clasicismo musical, Haydn, incluyó en su “Cuarteto Op. 76 nº 3” la melodía de lo que se convertiría en el himno del Imperio Austriaco primero y de Alemania después. Es precisamente a partir de la segunda mitad del siglo XVIII cuando comienzan a aparecer esas composiciones musicales que identifican a un país o a un régimen político: los himnos nacionales. Algunos formarán parte de la historia de Europa e incluso se les han dedicado monumentos como el caso de “La Marsellesa”, protagonista indiscutible de la Revolución Francesa en las postrimerías del siglo de las luces.

 

Joan Báez y Bob Dylan. Wikipedia

 

Canciones en las trincheras

La capacidad de llegar más allá de clases sociales y los niveles de formación que tiene la música frente a otras formas de comunicación la convirtió en una de las herramientas más eficaces en los movimientos sociales y en la lucha por la conquista de derechos. Si volvemos a la Francia borbónica podemos ver perfectamente a las mujeres parisinas dirigiéndose a Versalles para reclamar la presencia del rey y su familia en la capital, cantando bajo la lluvia mientras caminaban para cambiar la historia. “La Carmagnole” o “La guillotine permanente” se convirtieron en la banda sonora de la caída del Antiguo Régimen. Ya en la Guerra de Independencia, los colonos habían transformado canciones del viejo continente, en proclamas de libertad como “The liberty song”, versión subversiva del himno británico “Heart of Oak”. Y es que no hay nada más revolucionario que utilizar la música de tus enemigos para convertirla en tu bandera.

En otras ocasiones la música sirve de elemento directo de protesta, como la canción con la que los estibadores del estado de Georgia reclamaban sus sueldos desde finales del XIX. El mensaje estaba claro: “Pay me my money down”. Los movimientos obreros de la primera mitad del siglo XX y la lucha contra los regímenes dictatoriales de los años 30 encontraron en las canciones la forma de alentar y trasmitir sus mensajes: “Bella Cia”, “La guerra di Piero” o “Le chant des partisans”, son algunos de los cientos de canciones que formaron parte de escenario bélico durante más cinco años.

Algunas de estas canciones de lucha, siguen aun vigentes y se han convertido en verdaderos himnos de la defensa de los Derechos Humanos. “We shall overcome” es un gospel que pierde su origen en 1901, que después apareció asociada a las protestas por los derechos civiles estadounidenses de los años 40, pero que a lo largo del siglo XX y especialmente después de su interpretación en el festival de Woodstock en 1969 por Joan Baez, se convirtió en patrimonio de todos aquellos que siguen luchando por la igualdad de todos los seres vivos.

Así, después de siglos de convivencia entre la música, el poder y los movimientos sociales, la misma melodía puede significar cosas diferentes según desde que punto de vista se escuche. Si suenan los primeros acordes del himno “Zadok, the priest” de Händel, muchos seguidores de los equipos de fútbol que participan en la Liga de Campeones sentirán crecer en su corazón la incertidumbre y la emoción que precede a un partido. En cambio, los mismos acordes, si eres el último de los descendientes del Príncipe Negro, te indicarán que ha llegado la hora de sentarte sobre la Piedra del Destino y ceñirte la corona de San Eduardo. Las mismas notas. Mil historias diferentes.

 

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