El Palacio de Bellas Artes de Bruselas (Bozar) se adentra en la faceta de Pablo Picasso como escultor, una tarea artística que desarrolló de modo autodidacta con el mismo pulso innovador que imprimió a su personal cubismo, pero que a menudo quedó eclipsada por el éxito de sus pinturas. La exposición se celebra del 26 de octubre de 2016 hasta el 5 de marzo de 2017.

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“Sus lienzos se han distribuido mucho más que sus esculturas, porque amaba guardar estas últimas para sí mismo, no era una cosa cualquiera que ponía a la venta, le gustaba mantenerlas cerca de sí mismo”, explicó Sophie Lauwers, directora de la división de exposiciones del Bozar.
Cinco décadas han transcurrido desde que la primera gran exposición dedicada al Picasso escultor, la que organizó el Gran y Petit Palais de París en 1966, desvelara al gran público esta faceta menos conocida del genio malagueño, una tarea de descubrimiento en la que ahora ahonda esta muestra que, tras pasar por París y el MoMA de Nueva York, abre hoy sus puertas en la capital europea.
Este tercer capítulo de “Picasso Sculptures” retrata esa faceta que surgió de manera espontánea en el artista y que le acompañó a través de su prolífica vida, con ochenta de sus esculturas, pinturas, cerámicas y objetos que formaban parte de su colección personal que rara vez han pasado por las salas de un museo.
“No le gustaba separarse de ellas, le rodeaban en su estudio, en sus diferentes casas y jardines, tampoco las prestaba”, afirma una de las dos comisarias de la exposición, Cécile Godefroy, quien no duda en subrayar que, pese a la limitada visibilidad que tuvo su producción, Picasso fue uno de los escultores más destacados del siglo XX.

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Igual que con el cubismo Picasso y sus colegas rompieron los moldes de la perspectiva pictórica mantenidos desde el Renacimiento, en la escultura el artista no dudó en introducir materiales hasta entonces poco explotados en un arte marcado entonces por los cánones clásicos.
Ese es el caso de “Vaso de absenta” (1914), obra en la que no solo introdujo una cucharilla metálica como las que los artistas de la “Belle Époque” y sus coetáneos gustaban usar para añadir azúcar a la bebida espirituosa, sino que además se atrevió a pintar directamente sobre bronce, “entonces considerado casi como el oro”, según Godefroy.
El artista también dio vida a una cabeza de “Toro” (1942) con el manillar y el sillín de una bicicleta que encontró abandonada en una cuneta cuando regresaba del funeral del escultor catalán Julio González, una obra que pende de una pared como un trofeo, al modo de las testas taurinas que adornan tantas tascas españolas.
González fue uno de los artistas con los que Picasso colaboró estrechamente, de quien aprendió la fundición de metales que aplicó a obras como la sensual serie “Metamorfosis” (1921), realizada en honor de la memoria de su querido Guillaume Apollinaire tras su fallecimiento en 1918.
Con su colega también concibió los cuatro modelos de “Figura” (1928), construidos todos ellos más con vacío que con materia o, como diría el alter-ego de Picasso que imaginó Apollinaire en “El Poeta Asesinado”, con la forma de una “profunda estatua hecha de nada, como la poesía y la gloria”.

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Para algunas de sus más bellas esculturas Picasso se inspiró en su musa Marie-Thérèse, como es el caso de las “Bañistas” (1931) que recuerdan a las bailarinas de Degàs o las odaliscas de Matisse, y del impresionante “Busto de una mujer“, hecha primero en cemento y después fundida en bronce a principios de la década de los cuarenta.
La tensión de la Guerra Civil española y de la Segunda Guerra Mundial no solo llevó a Picasso a plasmar un grito desgarrado en su célebre “Guernica” (1937), sino que también se trasladó a esculturas como “Hombre con cordero” (1943) que, a través del arquetipo del buen pastor, encarna un pedido de paz y generosidad.
Tras la muerte, el renacer: el que experimenta el artista tras los conflictos bélicos, tanto en lo personal -con el embarazo de su nueva compañera, plasmado en “Mujer embarazada” (1950)-, como en profesional, donde da vida a los viejos materiales a través de ensamblajes y explora la técnica de “pintar con tijeras”, con lienzos policromados y cortados.
La muestra culmina con las últimas obras plásticas con las que Picasso persiguió su sueño de aunarlas con la monumentalidad, como “Mujer con los brazos abiertos” (1961). Picasso terminó, así, por sacar voluntariamente sus esculturas del entorno íntimo en el que las había mantenido para alcanzar el espacio público, quizás, consciente del rol que acabaría jugando en el imaginario colectivo. María Tejero Martín_EFE

IMÁGENES: las esculturas “Cabeza de hombre” (izq) y “Cabeza de una mujer”; “Busto de una mujer” (izq), “Mujer sentada” (c) y “Mujer sentada” (dcha) y “Cristal”, del artista español Pablo Ruiz Picasso, en el Museo BOZAR en Bruselas (Bélgica). EFE