Rondan las cinco de la mañana en Luxor y la ciudad se despierta al ritmo de la oración musulmana y rebuznos de asnos. En ese momento la egiptóloga española Milagros Álvarez Sosa y su equipo se levantan para viajar miles de años atrás, a la época faraónica.

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En pie gracias al despertador natural ofrecido por las mezquitas y los burros, Álvarez se prepara: camiseta de su misión arqueológica, botas de montaña, sombrero rojo y gafas de sol. Café rápido -el desayuno llegará más tarde- y en marcha. “A veces más que egiptólogas somos campesinas, porque Luxor es otro mundo”, explica Álvarez, codirectora de la misión Canaria-Toscana (Min Project), en cooperación con el Ministerio egipcio de Antigüedades y que alberga la tumba de Min, tutor del que más tarde sería el faraón Amenhotep II (1427-1401 a.C).

En el epicentro de la egiptología, el tiempo no solo se detiene dentro de la necrópolis de Tebas, donde se concentran la mayoría de tesoros arqueológicos, sino en la propia ciudad. “Los animales forman parte de la vida de Luxor, es muy rural”, señala la italiana Irene Morfini, también codirectora del proyecto, que añade que muchas mañanas deben esperar “que algún burro pare de amamantar a su cría en mitad de la carretera” para poder pasar con su coche y llegar a la tumba de Min. Una vez allí, el tiempo retrocede aún más, concretamente al reinado de Tutmosis III (1490-1436 a.C.), cuando Min enseñaba al joven príncipe, hijo del faraón, técnicas de la época como el tiro con arco.

Tras las huellas del pasado:

Hoy, el equipo dirigido por Álvarez y Morfini cuenta con tres restauradoras y conservadoras españolas y una arqueóloga holandesa, además de un inspector, dos egiptólogos, un “rais” (capataz) y varios obreros egipcios. Dentro de la tumba, la humedad y el calor se hacen patentes. Ataviada con una linterna en la cabeza, pincel y jeringuilla, Ruth Rufino, restauradora del Museo Arqueológico de Tenerife, evalúa los daños causados en los jeroglíficos y relieves de las paredes. “El próximo paso será hacer una preconsolidación de las partes con más peligro de pérdidas o caídas; de aquí a que se restaure pasará mucho tiempo”, sostiene Rufino. En la que es su primera experiencia en contacto directo con las ruinas egipcias, Rufino destaca la labor de las restauradoras: “Es crucial, sin restauración no hay investigación”.

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El paisaje de la tumba de Min, oscuro y solo iluminado por pequeñas bombillas, muestra a restauradoras y egiptólogos trabajando en las paredes y con los ordenadores, a los obreros cargando y preparando el desayuno, y a Álvarez y Morfini controlando que todo marcha según lo previsto. Entre los pasadizos que de forma laberíntica serpentean las profundidades de la tumba, la humedad, la falta de aire y el olor a restos momificados se hacen más fuertes, y es aquí donde Álvarez encuentra la razón por la que se hizo egiptología. “Es ahí cuando me doy cuenta de que todo este trabajo merece la pena, cuando me meto en la tumba a trabajar en un silencio, nunca mejor dicho, sepulcral”, señala.

Mucho más que grandes hallazgos:

Fruto de ese trabajo llegan los descubrimientos, muy importantes en ocasiones, como el de la vecina tumba de May, un alto funcionario de la dinastía XVIII -con una antigüedad de 3.500 años-, que Álvarez y Morfini hallaron a principios de 2014. En este hallazgo, ambas egiptólogas tuvieron unos colaboradores involuntarios, quizás de hace siglos. “Si no hubiera sido por una rotura que hizo un ladrón en una pared que accedía a un túnel, no habríamos descubierto nunca la tumba”, señala Álvarez, que añade que “hay que saber identificar hasta las intervenciones de los saqueadores”. Pese a su espectacularidad y buena prensa, los grandes descubrimientos, según Álvarez, no son lo más importante de una excavación.

“Los datos que se encuentran son mudos -comenta-, hay que interpretarlos con lo que te dicen los restauradores, los epigrafistas y los arqueólogos; nosotras jugamos con esos datos y les damos vida”. Una vida que a la una del mediodía se detiene en la tumba de Min. Álvarez, Morfini y su equipo salen al exterior del Valle de los Nobles bajo un sol cegador y vuelven a los apartamentos donde viven durante los dos meses que duran sus campañas anuales. El trabajo en la tumba acaba por ese día, pero, de vuelta al Luxor rural, llega el turno de la burocracia, la búsqueda de financiación y la preparación de las tareas del día siguiente. Visiblemente cansada pero orgullosa de liderar una de las tres misiones arqueológicas españolas en Luxor, Álvarez concluye: “Esto es un mundo de hombres, no ha sido fácil para los trabajadores aceptar que una mujer joven sea su ‘mudira’ (jefa), pero me gané su respeto”. EFE_Edu Marín
IMÁGENES:  Las arqueólogas y codirectoras de la misión Canaria-Toscana (Min Project), la española Milagros Álvarez Sosa (i) y la italiana Irene Morfini (d), trabajan en la tumba de Min, tutor del que más tarde sería el faraón Amenhotep II (1427-1401 a.C), en Luxor (Egipto). En la segunda imagen otras dos componentes del equipo, María García (d) y Ruth Rufino (i), restauradoras del Museo Arqueológico de Tenerife, mientras evalúan los daños en el interior de la tumba de Min. EFE/Paolo Bondielli