La tradición marinera y el hierro han estado ligadas al pueblo vasco desde tiempos remotos. Tras la Revolución Industrial surge en este territorio una potente industria siderúrgica y una nueva burguesía financiera que convierten a este territorio en uno de los polos de desarrollo más importantes de la península ibérica. Hasta aquí se desplazaron decenas de miles de emigrantes venidos desde todos los rincones de España para alimentar la floreciente industria vasca.
Autor: Maximiliano Barrios Felipe
Símbolo de aquellos tiempos de esplendor es el puente colgante de Portugalete, el primero en su genero en el mundo, que aunaba en su concepción los dos pilares sobre los cuales se asentaba la economía del país: la industria siderúrgica y el transporte marítimo. La primera proporcionó el material con que se erigió la singular estructura, el segundo fue en parte responsable de su diseño para facilitar el acceso al mar de los grandes buques comerciales.
Desde el siglo XVIII la industria del hierro en el País Vasco estaba sufriendo una decadencia que no parecía solventarse con la llegada de la Revolución Industrial, pero la invención del convertidor Bessemer capaz de convertir el hierro en acero a muy bajo coste supuso el impulso definitivo para volver a situar las ferrerías vascas en la cúspide, ya que la calidad del mineral vasco era muy superior a la de sus competidores.
Por otra parte, entre 1841 a 1880 se produce una eclosión del comercio vasco, hacía tiempo ya que el puerto de Bilbao había sustituido al de Santander en la exportación de los productos del interior, fundamentalmente lana y cereal. A esto ayudaba la eliminación de las últimas trabas aduaneras supervivientes del Antiguo Régimen, la aduana del Ebro se trasladó a la costa lo que permitió un tráfico fluido no sólo con el resto de España, sino también hacía los mercados internacionales. Desde la ría del Nervión se transportaban los productos de la poderosa industria siderúrgica a la vez que la población entorno a Bilbao iba aumentando a pasos agigantados.
Fruto de las necesidades de esta nueva población surgió la idea de unir la margen izquierda de la ría de Bilbao con el acceso a las playas de Guecho donde se hallaban diversos balnearios. El barrio de Portugalete, tradicionalmente obrero, contaba en aquella época con una incipiente y enriquecida burguesía industrial que buscaba solazarse en las playas del Cantábrico.
El reto era mayúsculo, ya que debía salvar no solo un ancho y profundo vado, sino también permitir que el tráfico marítimo continuara sin interrupciones. Se pensó en soluciones ya conocidas, pero fue el empeño del arquitecto e ingeniero vasco Alberto Palacio y Elissague quien dio con la clave del asunto, construir un puente transbordador de hierro que contara con una barquilla suspendida por cables metálicos a ambas orillas. La barquilla sería movida por maquinaria hidráulica para permitir el paso de los peatones.
Alberto se había criado en el barrio de Portugalete, tras unos primeros estudios en Carrión de los Condes y su licenciatura en Barcelona, marchó a París donde entró en contacto con las últimas tendencias arquitectónicas y personajes como Gustave Eiffel o Ferdinand Arnodin, este último será el constructor que lleve a cabo su proyecto del puente transbordador.
La construcción comenzó en 1893 y se completó en 1898. El diseño original fue reemplazado con un motor eléctrico a principios del siglo XX. El puente transbordador fue un éxito desde el principio y se convirtió en una obra maestra de la ingeniería civil. A diferencia de otros puentes, este estaba diseñado para moverse sobre rieles y era capaz de levantar su parte central para que los barcos pasaran por debajo sin tener que detenerse. Esto ahorraba mucho tiempo a los viandantes, quienes ya no tenían que esperar horas a que el puente se abriera y cerrara.
Estas innovaciones tecnológicas sirvieron de modelo para la construcción de muchos puentes similares en Europa, África y las Américas, aunque solamente quedan ocho de estas características, la mayoría de ellos construidos por Ferdinand Arnodin, que tras la construcción de éste tuvo una larga y prolífica carrera.
Fue declarado Patrimonio de la Humanidad de la Unesco en 2006, convirtiéndose en el primer Patrimonio Industrial reconocido en nuestro país, añadiendo a su función comercial el reclamo turístico, aunque ya era objeto de atracción de visitantes desde su construcción. Para mejorar la gestión de esta actividad, en 2005 se abrió el Centro Interpretativo del Puente de Vizcaya, que ofrece al público una vista panorámica y una exposición interactiva sobre la historia del puente.
Era conocido entre los mineros vascos el canto del ¡Alirón!, la celebración de estos ante la aparición de una veta pura de hierro, la cual marcaban como all iron (todo hierro en inglés), lo que suponía un gran motivo de alegría para las cuadrillas al recibir por ello una paga extra. Con el tiempo el vocablo se adoptó en la jerga popular y ha llegado hasta nuestros días enmascarado en las celebraciones deportivas. El puente de Portugalete fue el Alirón particular de una generación, un testimonio de una época de esplendor ligada a la Revolución Industrial en el País Vasco.