Nombramos a Juan Gil de Hontañón o a su hijo Rodrigo, citamos a Juan Guas, a los Colonia, a Juan Bautista de Toledo o a Juan de Herrera, e inmediatamente nos vienen a la cabeza las grandes obras arquitectónicas de la España de los siglos XV y XVI, todos enormes constructores en un tiempo de grandes artífices, personajes que, aunque no seamos capaces de relacionar directamente con sus obras ‒el bachillerato nos queda ya lejos‒, nos suenan como referencias claras de la Historia del Arte. Pero si hablamos de Juan de Castillo es muy probable que a casi nadie este nombre le diga nada, todo lo contrario que si lo mencionamos en Portugal, donde Juan de Castillo (o João de Castilho) es toda una eminencia, un héroe nacional, entre otras cosas porque, a día de hoy, es el único arquitecto del mundo que tiene cinco obras registradas por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. En España este personaje es prácticamente anónimo, y sin embargo nació, se formó y trabajó aquí antes de convertirse en el maestro más prestigioso de Portugal.

Canal Patrimonio_Jaime Nuño González

 

Desconocemos la fecha exacta de nacimiento, que se viene situando hacia el año 1470, aunque se sabe que procedía de la localidad de Castillo Siete Villas, en la antigua Merindad de Trasmiera, actual comunidad autónoma de Cantabria, región de abundantes y prestigiosos maestros de cantería, entre ellos los arriba citados Juan Gil de Hontañón y Juan de Herrera. Durante siglos no hubo obra en nuestra península en la que no participara algún cantero o maestro montañés, antiguo gentilicio del cántabro actual.

Aunque tampoco se conoce su primera trayectoria, cabe suponer una formación en el entorno de su lugar de origen, o en diversas poblaciones del obispado de Burgos, al que por entonces pertenecía Trasmiera. Diversos autores sostienen que recaló en la capital burgalesa, trabajando en la catedral, que por esos años lucía ya las dos esbeltas agujas de la fachada, realizadas poco antes por Juan de Colonia y que en esos momentos, bajo la dirección de su hijo Simón, veía crecer la famosa capilla del Condestable (1482-1494). Bien pudo ser en esta obra donde se fue consolidando su formación, tomando diversos elementos que más tarde aparecerán en su trayectoria portuguesa.

A partir de similitudes estilísticas y estructurales, el periplo que distintos estudiosos han propuesto para el maestro es muy variado: desde diversos edificios castellanos ‒incluyendo algunos rollos jurisdiccionales‒ hasta Nápoles, pasando por la Lonja de Valencia ‒la genial y espaciosa obra de Pere Compte‒ y Toledo, donde contactaría con el taller de los Egas, que a su vez le llevarían en su cuadrilla hasta Galicia para participar en el Hospital de los Reyes Católicos y, quizás, ya cuando terminaba el siglo, en el monasterio de Oseira. Todo este recorrido se fundamenta básicamente en el vínculo de recursos que hay entre estas obras y las que inequívocamente realizó Juan de Castillo, pero también hay que tener en cuenta el temple imitativo que caracterizó a muchos maestros, nacido más de la difusión de los «libros de copias» que de la participación directa en tales construcciones. Más probable, a juicio de varios autores, parece que fue su trabajo en la catedral de Sevilla, donde participó también Simón de Colonia (1497-1502); al menos, en 1507 se cita a un maestro denominado Juan Castillo, y figura también un cantero llamado Pedro Trillo que años más tarde estará a las órdenes del maestro en el convento de los Jerónimos de Lisboa. Pero alejémonos de las especulaciones que abundan en esta etapa formativa ‒eso sí, notablemente larga‒ y vayamos a los hechos contrastados, que son mucho más precisos a partir del momento en que Juan de Castillo llega a Portugal y se asienta definitivamente en esta tierra para crear algunas de las obras más famosas del reino.

 

monasterio de Batalha

 

Traslado a Portugal y primeras obras personales

En 1508 el arzobispo de Braga, Diego de Sousa (1505-1532), estaba empeñado en engrandecer su sede. Era este un personaje de amplia cultura, gran emprendedor y mecenas, promotor de la educación –en 1531 fundó un colegio gratuito para todo aquel que simplemente quisiera aprender– e impulsor del urbanismo de la ciudad; también estaba renovando parte de su vieja catedral y para esta labor llamó a Juan de Castillo. Nuestro personaje tenía ya alrededor de 38 años, pero las circunstancias eran muy favorables: bajo el reinado de don Manuel I el Afortunado (1495-1521) en Portugal se desarrollaban notablemente las artes, las ciencias y los descubrimientos; el dinero afluía al país en cantidad y todo se renovaba, de modo que las oportunidades de trabajo para canteros y otros artistas hacían afluir a buen número de extranjeros.

En Braga, Castillo se encargó de ejecutar la nueva capilla mayor de la catedral y el pórtico de la fachada, así como de hacer la tumba del primer conde portucalense, Enrique de Borgoña, y de su esposa Teresa de León, padres del primer rey de Portugal, Alfonso I Henriques. Según algún historiador, a él se deberían también las sepulturas de este monarca y de Sancho I, que se conservan en el monasterio de Santa Cruz de Coímbra y que tradicionalmente han sido atribuidas a su hermanastro Diego de Castillo, unos veinte años más joven, quien le acompañó en sus trabajos portugueses, llegando a alcanzar también notable prestigio.

Entre 1511 y 1513 trabaja en la iglesia de San Juan Bautista de Vila do Conde, levantando las bóvedas de la capilla mayor y concluyendo el edificio con una notable portada donde conviven ya influencias platerescas con el característico manuelino local, un estilo que poco a poco se irá imponiendo en sus obras. Trabajó por estos años también en la catedral de Viseu y en otras obras, entre ellas el Palacio Real de Ribeira, en Lisboa, desaparecido, barrido literalmente, con el gran maremoto de 1755. Junto al palacio realizó también los «gigantes de pedra… para varar as naos da Imdia», según se describe en una carta de 1541, extendida por el rey Juan III y que relata sus obras hasta ese momento.

Estos fueron los inicios de Juan de Castillo en Portugal, partiendo de un estilo tardogótico, que aunque incorporaba algunos elementos platerescos de su formación castellana y otros del ambiente portugués, no se diferenciaba mucho de lo que hacían otros maestros, y aunque es cierto que sus bóvedas de combados ya eran alabadas, seguían ancladas en la tradición. Pero pronto empezó a experimentar un rápido cambio, cada vez más personal y creativo, llegando a ser uno de los más firmes exponentes del estilo manuelino, ese arte vinculado a los descubrimientos, característico de Portugal y caracterizado por un barroquismo y unas composiciones verdaderamente peculiares y potentes. Finalmente, gracias a un indudable carácter abierto a las innovaciones, como demuestran sus obras, supo evolucionar hacia las formas más simples y puras del clasicismo renacentista, culminando de esta manera una trayectoria verdaderamente poco común pero genial en todas sus expresiones.

 

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