Un manto de estrellas cubre el claustro del monasterio de Santa María la Real. A los pies se alza la espadaña, antiguo faro que notificaba las tareas de monjes y vecinos, y actual emblema de la Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico.

Canal Patrimonio_César del Valle

Imagen nocturna del Monasterio de Santa María la Real en Aguiilar de Campoo

 

Las artes, en opinión de Eugenio d’Ors, siempre han manifestado una dualidad entre lo clásico y lo barroco, una sinuosa sucesión en la que el interés por lo puro deriva en una evolución hacia lo retorcido. Esta imagen, que el autor aplicó a conceptos estéticos, si bien se mira, es común a la naturaleza de muchas otras cosas, de la vida misma, donde los tiempos ligeros y alegres suelen alternar con momentos convulsos, en un recorrido sinuoso que puede alcanzar en ocasiones tintes dramáticos. El monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo es ejemplo de este habitual fenómeno, como ha demostrado en numerosas ocasiones a lo largo de su ya milenaria vida, en la que esplendores y crisis han alternado con experiencias puntuales de efervescencia extrema, expulsiones, protagonismos brillantes, quebrantos o extinciones. No vamos a hacer aquí un repaso a su legendario origen, a su latido constructivo secular, ni a la vida y cultura religiosa que habitó en sus muros hasta el aciago año de 1835; muy al contrario, contaremos en estas breves líneas el modo en que el monasterio, como edificio y como institución, tuvo un descenso a los infiernos y cómo pudo resurgir de sus cenizas para convertirse en un centro de referencia, de vida, de cultura y de dinamización del entorno, a imitación de sus mejores siglos medievales.

Cuando los premostratenses, por imposición de la ley de Desamortización del ministro Mendizábal, se vieron obligados a abandonar el monasterio en el que habitaban desde hacía más de 750 años, dejaron un enorme edificio de piedra en el que, junto a una monumental iglesia, con su claustro, refectorio, cocina, cilla o sala capitular -todo de época románica -había también un conjunto amplio de celdas, oficinas, almacenes, talleres o un gran salón de recreo, que se habían ido sumando poco a poco, según las «comodidades» que las órdenes monásticas habían ido incorporando desde el siglo XVI. Primero fue el desuso, luego el abandono, después la ruina con sus estampas: puertas arrancadas, pisos desmantelados, muros caídos cubiertos por zarzas, capiteles trasladados, sepulcros profanados… y de vez en cuando alguna voz que se alzaba clamando ante tanta desidia, como las de Lampérez o Unamuno, o más tarde la de García Guinea. Hasta que el moribundo, desahuciado, casi muerto, resucitó.

El milagro empezó hacia mediados de la década de 1960, con algunos cuidados paliativos que sin embargo dejaron también sus cicatrices. Y de nuevo el abandono hasta 1977. A priori no parecía un momento adecuado para el renacimiento del monasterio, con el país inmerso en la incertidumbre de un profundo cambio político, acompañado de una reconversión industrial que estaba provocando numerosos cierres de empresas y un galopante paro. Eran tiempos difíciles, en consecuencia eran momentos de cambio y alguien recordaba entonces las palabras de Unamuno, que ante la imagen destrozada del monasterio se preguntaba: ¿Quedan entre estas ruinas hombres? Parecía que, ante la situación general, los hombres andaban más preocupados por otros problemas más cotidianos, sin embargo resultó que, entre las ruinas, aún había personas dispuestas a escribir nuevas páginas de la historia del monumento.

Capiteles del Monasterio de Santa María la Real

La Asociación de Amigos del Monasterio

 

Ese mismo año de 1977 se funda la Asociación de Amigos del Monasterio de Aguilar con el anhelo de recuperar el viejo edificio y convertirlo en un centro de dinamización cultural para toda la comarca. Cientos de personas engrosan sus filas: gente del pueblo, foránea, anónima, célebre… ilusión, trabajo y esperanza son las palabras que definen a este grupo de personas que de la mano con el impulsor de la idea José María Pérez «Peridis» comienzan a trabajar en el desescombro del medio desmantelado «convento caído», como era conocido entonces. Rápidamente llegan los primeros logros, los primeros dineros, se empiezan a realizar las primeras obras de consolidación. El objetivo de rehabilitación se está cumpliendo, pero se busca más, se quiere, en cierto modo, replicar lo que había sido en la Edad Media la abadía para su territorio, un gran centro de desarrollo cultural, económico y laboral. Así mientras el monasterio se vestía con andamios y se escuchaba el tintinear de mazos y piquetas, ejecutado por cuadrillas de jóvenes que bajo la tutela de algún oficial más experimentado tenían algunos meses de trabajo remunerado, se organizaban también espectáculos de teatro, recitales de poesía, conciertos, visitas a las iglesias románicas del entorno; siempre con colaboradores cuyo empeño era devolver la vida al monasterio y, aún más allá, darle vitalidad, contenido, continuidad. Con tal ambición en 1984 se instituyó dentro de estos muros un instituto de bachillerato: después de siglo y medio el monasterio volvía a tener inquilinos. Desde entonces miles de jóvenes han tenido el privilegio de formarse dentro de sus muros, devolviendo al centro la competencia medieval de ser custodio de la sabiduría, destino que se reforzó pocos años después con el emplazamiento de la sede de la UNED y con el comienzo de los cursos de verano, promovidos desde la asociación con la finalidad de estudiar diferentes aspectos de la época medieval.

El modelo de Escuela-taller

 

El desarrollo de todas estas iniciativas coincidió con otro de los terribles momentos de la economía española y sus reiteradas crisis de empleo. Durante los trabajos de rehabilitación del monasterio se había observado que jóvenes sin cualificación podían ser capaces de aprender oficios en vías de extinción de manos de viejos maestros cuyos conocimientos parecían no tener depositario, puesto que la cantería, la fragua, la carpintería de armar, al modo tradicional, ya nadie las reclamaba. Y, sin embargo, España seguía salpicada de monumentos abandonados que podían ser el mejor laboratorio para mantener esas profesiones, para aportar nuevas ilusiones a los más jóvenes con nuevas posibilidades de trabajo. Se perfiló de esta manera el modelo de Escuela-taller, una iniciativa totalmente innovadora en la que el patrimonio y la cultura ya no se mostraban como una carga sino como un recurso, aunque había que recuperarlo y ponerlo en valor para que diera sus frutos. Gracias al compromiso del entonces llamado INEM se pusieron en marcha, en octubre de 1985, las dos primeras Escuelas-taller en los monasterios de San Benito de Valladolid y Santa María la Real de Aguilar de Campoo, modelo que gozó de una rápida difusión por todo el territorio nacional y después en numerosos países.

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De asociación a fundación

 

A finales de los 80 todos los sueños, que tan sólo diez años antes parecían una quimera, se estaban cumpliendo. El monasterio estaba rehabilitado y en funcionamiento, además había recuperado parte de su relevancia medieval alcanzando ese vieja aspiración de servir como motor de la cultura. Desde la Asociación de Amigos del Monasterio de Aguilar se contempló la necesidad de seguir trabajando en favor de un ideal cada vez más ambicioso, en el que el patrimonio cultural, natural y social fueran los elementos para generar desarrollo y educación, naciendo así el Centro de Estudios del Románico, germen de la posterior Fundación Santa María la Real. La recompensa estaba ya conseguida en la satisfacción personal de todos los implicados y en el agradecimiento de los usuarios, pero el reconocimiento, que suele ser más esquivo, empezó a llegar y lo hizo inicialmente con el premio Europa Nostra, máxima distinción a nivel europeo para la conservación del patrimonio histórico. Corría entonces el año 1988 y el monumento había dejado de ser el Convento Caído para retomar su identidad como monasterio de Santa María la Real, sin monjes esta vez, pero con muchos profesos.

En la actualidad la antigua abadía sigue inmersa en un periodo de crecimiento, renovación y enriquecimiento de actividades. Hoy es sede del instituto de Educación Secundaria, la UNEd y de la Escuela oficial de idiomas, pero también incorpora cualidades que hacen un guiño a su pasado medieval y hospedero, con la Posada de Santa María la Real, un lugar donde reposar, comer, charlar y sobre todo disfrutar de esa naturaleza románica que se ha ido configurando durante siglos en toda la comarca. También el viejo ideal de principios de siglo XX de convertir el monasterio en un museo sobre el arte románico se ha concretado en el Centro Expositivo RoM Románico y territorio, una moderna instalación dentro de la antigua iglesia que tiene entre sus objetivos acercarnos a la historia y el arte de este conjunto y servir de umbral de acceso al territorio, a sus caminos, pueblos, iglesias, tradiciones, paisajes, gastronomía y gentes.

 

IMÁGENES: Diferentes vistas del Monasterio de Santa María la Real_Archivo fsmlrph_César del Valle