Redacción Canal Patrimonio- EFE

Arrinconada poco antes de la Primera Guerra Mundial y reemplazada unos años más tarde por el Art Déco, esta corriente rompió con el clasicismo y academicismo y dio rienda suelta a la libertad, la transgresión y el erotismo, a través de las pinturas, carteles, esculturas, porcelanas o aderezos que se exhiben hasta el 8 de septiembre en “L’Art nouveau, la revolution décorative”. “Los artistas exploraron la naturaleza de la feminidad de una manera insólita hasta el momento, representando la liberación y la confianza de una mujer que empieza a modificar su posición en la sociedad europea”, explica el comisario de la muestra, Paul Greenhalgh.

A partir de 1895, y con la industrialización y la incertidumbre internacional como telón de fondo, artistas como Gallé, Daum, Gaudí, Klimt o Bugatti apostaron por las formas arabescas, la línea curva y las volutas, desprendiéndose así de los convencionalismos de la época. Divertirse ya no sería un tabú. Los juegos y la sátira estaban permitidos e incluso eran motivo de celebración. Ninguna pauta pondría freno a la imaginación de estos artistas que operaron en París pero también en Nancy, Bruselas, Londres, Barcelona, Praga, Viena y Túnez.

Desde sus inicios devino un “arte total”, que cubrió desde la pintura, la música, la joyería o la cristalería, hasta el mobiliario o la arquitectura, y que se entusiasmó con la poesía, la naturaleza y la feminidad, a las que tomó como referencia. Los cabecillas improvisaron tanto con los soportes clásicos como con las técnicas más variadas, entre ellas la madera, las piedras preciosas, el hierro, el vidrio, la litografía, la pintura a la cola, las tapas de libro, las ilustraciones de revista, los carteles publicitarios y los diamantes.

Otra forma de ver el mundo
A finales del siglo XIX y principios del XX las ciudades europeas experimentaron una celeridad sin precedentes. Las relaciones humanas fueron rotundamente transformadas por el desarrollo de las redes de comunicación y de transporte. Apareció el telégrafo, el automóvil, los rascacielos, los periódicos y revistas de masas, los grandes almacenes y el avión. Todos ellos contribuyeron a dotar al nuevo estilo de movimiento y velocidad. Esta escuela inspiró, también, diversas construcciones arquitectónicas, desde el Hotel Tassel de Bruselas concebido por Victor Horta en 1893 y considerado el precursor del Art Nouveau estructural; el teatro Loïe Fuller, ideado por Herni Sauvage, o las controvertidas estaciones del metro de París de Hector Guimard.

Pese a su vertiente más cosmopolita, este estilo no desatendió la relación del ser humano con la naturaleza. Apenas veinte años después de la publicación de “El origen de las especies” de Charles Darwin, los artistas nouveau concebirán los caprichos, deseos, formas y contornos de las personas, similares a los de la flora y la fauna. “Los volúmenes y las líneas que dibuja este movimiento permitían mezclar las formas humanas, animales y vegetales en el reconocimiento de una nueva sinonimia”, confirma Greenhalgh.

Este estilo, también llamado “nouille” (tallarín) disfrutó de su mayor apogeo entre 1890 y 1905 y triunfó, sobretodo, a partir de la Exposición Universal celebrada en París en 1900. Sin embargo, desde este momento tropezó con numerosos detractores, integrantes tanto de la extrema derecha como de la izquierda más intensa. Los enemigos del Art Nouveau serán, por un lado los partidarios del historicismo tradicional y por tanto de la ortodoxia pictórica clásica, y por otro los abanderados de las utopías más idealistas, que reclamarán algo más innovador.


IMÁGENES:   Fotografías facilitadas por la Pinacoteca de París del lienzo de Eduard Grasset y de la escultura de Hector Lemaire que forman parte de la exposición “L’Art nouveau, la revolution décorative”. EFE