A Joaquín Araújo, ecologista, activista y divulgador, le duelen los árboles. La vida que estamos perdiendo. Más que lamentarse, se queja. Alza su voz, para que seamos conscientes de la devastación que estamos causando. Pero no solo predica, también pone en práctica. Se consagró a la agricultura ecológica hace ya más de cuatro décadas en un pequeño remanso de paz en Las Villuercas. Desde allí cuida de la “mayor obra de arte del Universo”: el paisaje. Escucharle es aprender, darse de bruces con la realidad y, como él mismo dice, dejar que la vida te atalante.

 

Escribe – Carmen Molinos

 

Conoció a Félix Rodríguez de la Fuente y colaboró con él. Gracias a personas como usted y como él, logró generarse una importante conciencia ecológica, ¿hasta qué punto hemos conseguido mantenerla?

No es sencillo. Félix fue un auténtico fenómeno en la comunicación, con una incidencia importantísima en la sociedad, lo que generó, quizá, unas expectativas muy grandes y difíciles de cumplir. Es necesario reconocer también que detrás de Félix había muchísima creatividad y talento. Gracias a todo ese esfuerzo, se logró multiplicar exponencialmente el número de organizaciones dedicadas a la defensa de la Natura, pero claro, siempre debemos poner la repercusión en paralelo con el estado de salud del medioambiente. Sus planteamientos ecológicos tuvieron una visibilidad espectacular, que, lamentablemente, no ha servido para frenar una situación absolutamente calamitosa.

¿Cómo se traduce ese desastre?

El diagnóstico se puede resumir con un pequeño juego poético: respiramos aire que se asfixia; el agua se está ahogando; la tierra está enterrada por infinitas cantidades de cemento, asfalto y, sobre todo, estupidez. La multiplicidad de la vida de la que formamos parte y de la que dependemos para nuestra propia supervivencia está mermada en más del 50 por ciento  en relación a la que teníamos hace medio siglo. Así de tremendo es. Si quieres detalles, los hay y muchos. Los miles de medios de comunicación y organizaciones, los grandes convenios internacionales auspiciados por Naciones Unidas, las cumbres del clima, los programas educativos y una administración que tiene muchos más recursos ahora que entonces, todo eso, no ha frenado el desastre en el que estamos.

 

Joaquín Araújo protege la naturaleza desde su rincón personal

Además de seguir divulgando, publicando artículos y concienciando fue presidente del Proyecto Gran Simio que reclama el igualitarismo moral para todos los grandes primates, ¿a qué amenazas siguen sujetos?

El proyecto tuvo una incidencia notable y sigue muy activo en muchos países del mundo. De hecho, gracias a movimientos como éste se logró aprobar la ley de maltrato animal. Cuando empezamos a plantearnos que debíamos otorgar derechos a los animales, empezando por los grandes primates, aquello parecía una auténtica locura. Recuerdo debates en televisión, en los que mis propios compañeros periodistas, casi me querían empalar, por considerar que debíamos a los animales un cierto grado de respeto. Incluso estuve en el Congreso de los diputados explicando el proyecto que constituía una ampliación de los horizontes de la épica. Así de sencillo. No tenemos por qué considerarnos los únicos beneficiarios de la sensatez,  la amabilidad o la biofilia.

Desde hace años, se asentó en Las Villuercas, donde sigue practicando la agricultura ecológica, reforesta y acoge con hospitalidad al que se acerca, ¿es así?

Vivo en una zona bastante poco frecuentada, aunque hay gente recién incorporada, los llamados neorurales, que llegaron con la pandemia. Llevo 48 años viviendo en pleno bosque, mi primer vecino está a 15 kilómetros, a veces paso un mes o mes y medio sin ver a otra persona, lo cual no me hace misántropo, ni nada parecido. Allí donde me llaman, voy. Sigo impartiendo en torno a cien conferencias al año, en fin, sigo participando en todo lo que me solicitan, pero soy capaz y valoro el vivir en absoluta soledad.

¿Sigue practicando la agricultura ecológica?

Eso es sagrado. Vengo de estar tres horas en mi huerta. Aunque la estoy desmantelando, claro, porque ya hubo una helada ayer. No puedo vivir sin cultivar, sin leer y sin contarlo.

Joaquín es agricultor profesional y prepara sus propios alimentos

Ha logrado el equilibrio perfecto entre la soledad y la sociabilidad.

Es un grandísimo privilegio. La mayoría de la gente está encadenada por cuestiones laborales o por exigencias del tipo que sean. Yo, realmente, vivo donde siempre soñé, como siempre soñé y formo parte de esta sociedad como divulgador, como comunicador, como activista en defensa de la Natura. Una faceta alimenta a la otra y viceversa.

Como activista, ¿Qué opina de los últimos ataques ecologistas al patrimonio en defensa de la Naturaleza?

Es importante matizar. El ecologismo tiene muchas variantes y niveles de comprensión y de profundización. Es lo más incómodo que hay ahora mismo para los poderes fácticos: económicos, de comunicación, culturales u otros, porque es lo más crítico con el actual modelo de sociedad. El ecologismo es muy provocativo en sí mismo y anima a la descalificación e incluso a la animadversión. La verdad, soy uno de los que ha decidido que su vida tiene sentido si defiende a la vida, por eso, la mayoría de estos ataques me parecen tan absolutamente poca cosa. Si dijeras que han dañado el cuadro, pero sabían perfectamente que no lo iban a dañar, igual que cuando se encadenan o pegan a otras obras de arte, el daño para la obra es mínimo o inexistente y, sin embargo, consiguen llamar la atención. Podría haber otro tipo de protestas, sí, pero ya se han hecho todas: encadenamientos, incluso descolgarse de la torre Eiffel. Dada la gravedad de la situación, es poco importante que algunos activistas que, además, se juegan años de cárcel, protesten así. Lo que verdaderamente debería escandalizarnos es que quienes han de tomar decisiones, siguen sin tomarlas y, no solo eso, están manipulando la información general para seguir con un modelo energético que es absolutamente suicida.

Aún así, coincidirá en que hay otras formas de protestar.

Por supuesto, se pueden hacer otras cosas. Ahora bien, si yo tuviera la varita mágica, mañana se paraba toda la quema de combustibles fósiles, porque no solo es lo que sabemos por informes científicos de primer nivel y de toda garantía, es que quienes vivimos en plena natura, vemos delante de nuestros ojos la desaparición del mundo que amamos. Llevo 48 años plantando árboles y cuando estás viendo morir algunos con 40 años, sientes un dolor muy grande. No lo puedo comparar con la pérdida de un ser querido, pero duele. En ese punto, realmente piensas en la frivolidad y el egoísmo elevado a la máxima potencia que es la codicia, que se ha sacramentado en esta sociedad. Por eso, insisto, lo que deberíamos es escandalizarnos por la forma de proceder de las grandes empresas y las grandes petroleras.

Cada persona tiene su parcela de responsabilidad para cambiar esta tendencia.

Sí, cada día estoy más convencido de ello. Cada vez trabajo más con organizaciones culturales. Realmente el mundo del arte también se está movilizando en este aspecto y es fundamental que se entienda. La frase más fácil del mundo es la de que “no hay cultura, sin natura”. Ciertamente, el mundo de la cultura y el arte, ha tardado en reaccionar, pero lo está haciendo muy bien.

¿Qué opinión le merecen las llamadas “energías renovables” y hasta qué punto son compatibles con el paisaje?

Es una agresión al paisaje. Uno de los manifiestos que escribí hace tiempo se titula “en defensa de la línea del horizonte”. Ese manifiesto comienza así “un solo molino, una sola antena, puede destruirte el resto de los amaneceres y los atardeceres”. Si tú tienes un horizonte y tienes el privilegio de poder contemplarlo, cuando colocan delante un elemento exógeno y horroroso desde un punto de vista estético, se te acaba esa delicia de contemplar el horizonte en toda su plenitud. Por eso el manifiesto acaba diciendo “si la energía renovable está producida en una línea del horizonte que estaba cuajada de vida, dicha energía ya no es renovable”. No podemos mentirnos y añadir el apellido “renovable” para justificarlo todo. Para empezar, no es renovable, sencillamente porque los elementos que se utilizan en su construcción no lo son y no tienen las características de los sistemas naturales. Desde el punto de vista de la defensa del paisaje, oiga, tenemos derecho a paisajes no seriamente alterados y a paisajes completamente vivos.

“Un solo molino, una sola antena, puede destruirte el resto de los amaneceres y los atardeceres”

Cuesta que la gente lo vea, ¿por qué?

No hay vivencia del paisaje. En su momento fue una referencia trascendental. Durante generaciones, era valorado y había una vivencia. Pero, la sociedad decidió sumergirse en un modelo que implica arrancarse los ojos o lo que es lo mismo, vivir de espaldas al paisaje, a los procesos ecológicos esenciales, a los ciclos vitales y temporales. Al arrancarte de este paisaje, ya no lo ves y deja de ser una referencia vivencial. Así nos va. Ortega, en los años 30, ya decía que le preocupaba mucho que la sociedad viviera sin paisaje.

Pensábamos que la pandemia iba a ayudar a volver al origen, al paisaje, pero, ¿se quedó en un espejismo?

Ha movilizado un poquito. Alguna familia se quedó en el pueblo después de la pandemia. Pero hubo unas expectativas que se han quedado muy defraudadas. Hoy por hoy, estamos experimentando una seria involución en muchos aspectos. Ahora mismo, hay una ofensiva contra la defensa del paisaje, quienes lo defendemos estamos muy cuestionados. Hubo un momento en el que nos las prometíamos muy felices, pensando que la gente se iba a dar cuenta de lo maravilloso que es no vivir amontonados.

Hay quien sigue negando el cambio climático, ¿Qué más se puede hacer?

Es estúpido negar lo que te está cayendo encima de la cabeza. El negacionismo, en realidad, es inferior al 2%. Pero, esa minoría, incluye a un sector empresarial que se ve muy beneficiado por mantener el actual modelo energético. El cambio climático es tan solo una de las siete grandes amenazas que están en marcha. Hay siete principios de colapso en el planeta, incluso de colapso de convivencia, de las grandes conquistas de la ilustración y el racionalismo. La única salida es mucha más educación, mucha más comunicación e implicación de los poderos políticos en buscar una salida. Hay que poner mucho talento, mucha imaginación y mucha voluntad política.

 

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